THE OBJECTIVE
Diego S. Garrocho

A los Reyes Magos les pido dos partidos políticos

«Este enero les pediré a Sus Majestades dos partidos políticos nuevos. No seré yo el único beneficiario de mi nueva solicitud»

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A los Reyes Magos les pido dos partidos políticos

Los Reyes Magos en la cabalgata de Madrid. | Ricardo Rubio (Europa Press)

Cuanto más viejo me hago más creo en los Reyes. Tanto es así que cada año insisto en que mis deseos se acerquen a lo inverosímil. Lo mejor es que casi siempre cumplen, porque son magos y porque nunca me he atrevido a ponerlos de verdad a prueba. Pero este año no me he portado mal del todo y subiré la apuesta. A fin de cuentas, no seré yo el único beneficiario de mi nueva solicitud y este enero les pediré a Sus Majestades dos partidos políticos nuevos.

El primer partido que les requeriré será un partido de izquierdas. Ahora que muchos (sobre todo en la derecha) andan enfrascados en el debate de lo que debiera ser «la-verdadera-izquierda», yo me conformo con una definición de bachiller. Me valdría una agrupación política que se confesara ortodoxa en torno a la noción de clase y que asumiera, con Marx en la mano, que un trabajador de Mondragón tiene más en común con una taxista de Jerez que lo que tienen entre sí un millonario y un currela de Vallfogona de Ripollès. Quisiera que en la atención al débil marcaran muy de cerca el respeto por las lenguas de los pobres y que, además, las gentes del partido mostraran su compromiso con todos los delitos de odio. Pido un partido de izquierdas en el que sus afiliados reaccionen contra Mikel Antza con la misma vehemencia con la que responderían a un condenado por un delito de transfobia. Busco una izquierda que retome, de alguna manera, el que toda condición vulnerable debe convertirse en sujeto de igual derecho.

Ese partido, naturalmente, emprendería una reforma educativa en la que la enseñanza obligatoria adquiriera cotas de excelencia y procurara que los hijos de la clase trabajadora tuvieran que fatigar las páginas de Kant, de Aulo Gelio o de Mary Wollstonecraft. Los hijos de sus dirigentes estudiarían en la pública y esa izquierda sabría que el hijo del obrero necesita saber griego y hablar de usted para el día en que tenga que hacer una entrevista de trabajo. En su compromiso social, El Partido fomentaría el desarrollo de una universidad libre e ideológicamente plural en la que jamás se agrediera a nadie por defender una ley vigente y en la que ninguna investigadora excelente tuviera que sufrir por la ausencia de futuro. Las reglas, a mitad de camino, no se cambiarían nunca y el imperio de la ley se haría incuestionable.

Cuando vinieran mal dadas, ese mismo partido de izquierdas tendría que dialogar con el otro partido que les pido, un partido conservador. Hasta muy de derechas, si quieren. Pero conservador en serio, en el que el compromiso cristiano no fuera un huero ornamento y en el que la custodia de lo más valioso de nuestra tradición se situara en el centro de su propuesta. Para esta nueva formación la doctrina social de la Iglesia tendría un valor vinculante y su compromiso con el ideal de vida occidental se haría más propositivo que defensivo. El peor enemigo de Occidente no es ningún migrante, sino el suicidio cultural y los imbéciles que alumbra nuestro propio territorio. Muchos, por cierto, al volante de un BMW y con las iniciales grabadas en la pechera. Con estas credenciales, la reforma educativa que propongo podría consensuarse en tiempo récord y, con un poco de suerte, tendríamos a los chavales a salvo de ver porno con diez años y hablarían, eso sí, muy buenos latines. A ver quién gobierna después para ese rebaño de ciudadanos libres.

A este partido conservador y de derechas también le exigiría que se impusiera una exquisita cortesía parlamentaria, tal y como requieren las viejas y sanas costumbres. Y, de paso, que nunca gritara. No tendría líderes que ironizaran ni gañanes balbuceantes en la tribuna de oradores. Conceptos como lealtad, palabra dada, honradez o incluso el conjunto de virtudes teologales —si hemos de ser rancios, seámoslo hasta el final— serían de obligado cumplimiento y cualquier actitud machista habría de ser erradicada puesto que, con la Biblia en la mano, sabrían que hombre y mujer los creó. Ambos a su imagen.

Este partido de derechas propondría y no impondría un ideal de vida buena reconocible. El mismo ideal que los libertarios, esos que creen que el liberalismo se resume en no prohibir cosas, niegan que pueda ser competencia pública. No encajarían, por tanto, aquellos que a fuerza de adelgazar el Estado nos dejaron sin nación ni aquellos egoístas a los que les importa muy poco el destino y la vida del vecino. Reunidos en un ideal de virtud pública y civil, nuestro partido conservador insistiría en promocionar todo aquello que pudiera elevar a la humanidad hacia un lugar más noble. Con un poquito de docta fraternidad casi bastaría.

Y que no se me enfaden los liberales de derechas, pues también ellos tendrían cabida. Eso sí, les rogaría a estos amantes de la libertad que, en lugar de abrevarse con libros de aeropuerto y vídeos de Youtube, tuvieran la valentía de afanarse en la lectura de un Locke o un Tocqueville. Entenderían entonces que tampoco la libertad puede ser un valor único y absoluto. Y un último ruego les haría. Si tanto quieren a España, la próxima vez, en lugar de elegir a Marta Sánchez, ojalá se atrevan a construir un mito cultural sobre la prosa de Argüelles. Que ser liberal o de derechas nunca estuvo reñido con el buen gusto. 

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