THE OBJECTIVE
Víctor de la Serna

Cuando la ciencia más debería importar…

«Nos estamos topando con la generación de políticos más desprovista ante la ciencia y sus valores»

Opinión
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Cuando la ciencia más debería importar…

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, saluda al presidente del Partido Popular, Pablo Casado. | Manuel Ángel Laya (EP)

La pandemia, el inminente desastre medioambiental por el cambio climático, la crisis poblacional a la vuelta de la esquina -hasta la India y China caen en cifras de pérdida de población por caída vertical de la natalidad– son esos pequeños detalles que redefinen las prioridades políticas en el siglo XXI. 

Sí, todo ello va acompañado de otros graves problemas de racismo, de terrorismo religioso, de desgaste democrático en unos países occidentales abrumados por demasiados decenios de coexistencia con la corrupción y con la entrega de los resortes del poder a los económicamente más poderosos. 

Pero llega un organismo minúsculo llamado coronavirus y causa el caos universal. O las mayores tormentas, sequías, deshielos en siglos se suceden ante nuestros ojos atónitos. Y para afrontar esos desafíos la política debe ir, no ya más o menos asesorada, sino dirigida por la ciencia. Ahora bien, como demuestra el desorden que rodea el coronavirus y las medidas frente a su amenaza, incluido el pasmoso negacionismo ante la prioridad de las vacunaciones, no solo eso no sucede, sino que nos estamos topando con la generación de políticos más desprovista ante la ciencia y sus valores

En realidad, el empobrecimiento del nivel científico de nuestros políticos se inscribe en un empobrecimiento cultural más vasto, hijo también de la corrupción que ha corroído nuestras sociedades: cuando un ilustre prócer como es nuestro ministro Alberto Garzón, el adalid de la lucha contra la ganadería, afirma cosas como «hemos proponido cambiar leyes», es que en Houston tenemos más que un problema. 

No es un problema exclusivamente español, ni mucho menos, porque el nivel científico de los gobernantes del mundo entero es ínfimo. Pero en España el nivel sintáctico y ortográfico de nuestros próceres nos recuerda todos los días que aquí un doctorado o un ‘master’ groseramente falsificados no son motivo, como en Alemania y demás países civilizados, de dimisión inmediata del tramposo bochornosamente revelado, sino de desdén olímpico por parte de ese tramposo y de impunidad frente a los votantes, que probablemente consideran que todo ello es ‘peccata minuta’.

No saber hablar correctamente en su propio idioma -cosa que se debía esperar en el país de la LOGSE y de la inmersión lingüística- no es automáticamente sinónimo de mayor incapacidad frente a la urgencia científica. Pero es un síntoma aplastante de que, si a los políticos norteamericanos o a los franceses les supone un problema el amontonamiento de graves desafíos científicos, para los españoles puede ser el preludio de un fracaso que ponga en peligro la subsistencia misma de sus conciudadanos.

Es revelador el camino, el de la constante huida hacia delante, escogido por el supuesto doctor Pedro Sánchez ante la necesidad de establecer un cuerpo legislativo y regulatorio nacional frente a las pandemias. Y luego están la desertización, la contaminación, los trasvases disputados de nuestras escasas y sufridas aguas… 

Las mentes científicas más serias, alejadas de constreñimientos ideológicos y de intereses económicos falsificadores, deben en todo el mundo ser reconocidas y gozar al fin de un ‘status’ decisorio ante problemas existenciales mil veces más urgentes que la fiscalidad de las grandes empresas o las subvenciones a los sindicatos. Y si no es suficiente aún el nivel de reconocimiento de esta perentoria urgencia en países tan civilizados como Dinamarca o Nueva Zelanda, ya nos dirán en la intelectualmente depauperada España de hoy. Que, en eso, no marcha muy destacada por delante de los países del Tercer Mundo.

La creciente indiferencia, los errores garrafales de la España post-transición ante la cultura y la ciencia van a cobrarse sus réditos en el peor momento. Y nadie habla de ello. Francamente, los devaneos de Yolanda Díaz o de Pablo Casado son mucho menos importantes. Y lo peor es que no vemos de dónde podría venir la reacción, la recuperación de nuestros despreciados científicos, la coordinación con ellos de las acciones políticas primordiales.

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