Brontosaurios en la ciudad
«Lo contemporáneo es la modestia funcional, pasar desapercibido. Una cierta forma de la austeridad»
La policía, los «mossos», ha detenido casi in fraganti a tres atracadores en la plaza Sant Jaume de Barcelona, y recuperado el reloj Richard Mille valorado en 250.000 euros que acababan de robarle a un turista brasileño. Es una tendencia actual, en la delincuencia barcelonesa, como lo es desde hace años en la napolitana, detectar el reloj caro en la muñeca del turista y arrebatárselo con más o menos ingenio o violencia.
Parece que en este caso el turista iba acompañado de su esposa y de una guía que les iba explicando los alrededores del Barrio Gótico. Los ladrones se lanzaron a desvalijarle a plena luz del día y a renglón seguido salieron pitando por el dédalo de callejuelas, pero las víctimas se pusieron a correr tras ellos, gritando «al ladrón, al ladrón»; unos agentes que rondaban por las inmediaciones oyeron sus gritos, vieron a los delincuentes corriendo, se echaron a correr tras ellos y pudieron darles alcance, derribarlos, pasarles las esposas y llevárselos detenidos, tras devolver el reloj a la víctima.
Bravo por los intrépidos agentes. Pero lástima que su deontología les obligase a ponerse al servicio de los turistas brasileños. Porque estos son atavismos llamados a desaparecer de la capa de la tierra; brontosaurios. El mero hecho de llevar en la muñeca un peluco de luxe de ese valor económico, sin duda un aparato voluminoso, lleno de esferas, ruedecitas, agujitas y mecanismos vistosos y perfectamente inútiles, demuestra que son unos advenedizos, con escasa o ninguna conciencia social, gente acaudalada pero sin imaginación para invertir sensatamente o derrochar o disfrutar de «su» dinero de una forma más creativa y beneficiosa que con el lucimiento de un complemento hortera.
Les he llamado «atavismos» y «brontosaurios» porque esa ostentación de abalorios, propia de sociedades primitivas, poco refinadas, está totalmente pasada de moda. Lo moderno, lo contemporáneo, es la modestia funcional, pasar desapercibido. Una cierta forma de la austeridad.
Hemos entrado en una época en que las industrias decorativas se están volviendo insostenibles; los crecientes costes en logística, personal, almacenaje, hacen que esta asombrosa variedad de tantos artículos de uso corriente de la que aún disfrutamos, esté retrayéndose aceleradamente. El capricho se está encareciendo. El artículo de lujo no tiene más remedio que volverse más oneroso, exclusivo y conspicuo, como ese maldito reloj. Por lo general se tiende a lo simplificado y utilitario. ¡Ésta es la dirección del tiempo!
Véase, como prueba de lo que digo, cómo se visten los amos del mundo: los banqueros se presentan sin corbata ante sus accionistas. Los CEO de Silicon Valley van en camiseta, tejanos y calzado deportivo. Los jeques del petróleo se envuelven en una sencilla túnica blanca, se calzan con babuchas y se cubren con una servilleta a cuadros rojos y blancos, de restaurante italiano, indumentaria que les hace indistinguibles a unos de otros. -Cierto que, como este atavío les parece que les luce poco, y que con él no pueden presumir de su mal gusto, los más fachendas llevan también chorradas de oro y sortijas con pedruscos en sus regordetes dedos velludos-.
En este contexto, los turistas brasileños del reloj robado son como una tarántula en un plato de nata (símil de Chandler). Lo propio no es un Richard Mille de 250.000 euros, sino el viejo reloj que heredaste del abuelo, aunque retrase cinco minutos cada día y haya que llevarlo todo el tiempo a repararlo, o bien el Casio digital de 20 euros, o el primer modelo de Swatch, el de la correa de goma negra, de 50 euros. Aunque lo verdaderamente contemporáneo es no llevar reloj de pulsera alguno, sino consultar la hora en el teléfono móvil, que es lo que hacen los jóvenes, o sea el futuro.
En realidad, el hombre acaudalado que está de veras por encima de todo no lleva reloj ni teléfono. El tiempo es oro, el oro es suyo, ergo el tiempo también es suyo, y él mismo decide a su conveniencia la hora que es; los demás se pliegan a su horario. Él siempre llega puntual, es el resto del mundo el que se adelanta o retrasa y tiene que esperar…
Por consiguiente, esa pareja de brasileños del reloj aparatoso, ostentoso y obsceno, desvalijados en el centro de Barcelona, son meros atavismos. ¡Y encima, turistas! Ya sólo por esto, por esta condición pueril y destensada, merecían mil veces ser despojados de su reloj. ¿Qué demonios venían a hacer en Barcelona exhibiendo un adminículo tan absurdo, con el que habrían podido, por ejemplo, dar casas dignas a algunos de sus compatriotas entre los muchos millones que viven hacinados en las miserables favelas de Río de Janeiro?
Esta clase de personas son asquerosas: no son sostenibles, ni ecológicas, ni están a la altura del signo de los tiempos. En realidad deberían ser puestas fuera de la ley. Ese Richard Mille lo está pidiendo a gritos, a gritos ahogados, con su tenue tic tac. Y es una lástima, y un desperdicio, que los agentes de nuestra meritoria y abnegada policía tengan que emplear sus nervios, y arriesgar la salud, en la defensa de los supuestos derechos de los turistas del reloj y en la persecución y caza de unos ladronzuelos que seguro que hubieran hecho un buen uso del botín.
Por cierto, también ellos, como los policías, corren sus riesgos, y por eso merecen nuestra simpatía y respeto, mucho más que la pareja de víctimas cromañonas y brasileñas.