Elogio del «cap de l’oposició»
«Hay quien, cuando piensa en el estilo de oposición de Salvador Illa, recurre a la desoladora palabra ‘decepción’. Al parecer hay quien se esperaba otra cosa»
Es interesante saber que no es exactamente lo mismo «ser» el jefe de la oposición en el Congreso de los Diputados que «hacer» de lo propio en el Parlamento de Cataluña. En ambas cámaras, el líder del partido más votado de los que no gobiernan goza de cierta natural preeminencia. Son curiosas y significativas, pero, las diferencias. En la sede de la soberanía nacional, el jefe de la oposición no tiene ni de lejos los privilegios económicos de los que sí disfruta su homólogo en la sede de la soberanía catalana.
Ya saben que Cataluña es rica, no nos faltan camas para enfermos de covid ni sanitarios ni maestros bien pagados ni na de ná; atamos los perros con las longanizas de nuestros impuestos, los más altos de toda España; pero los pagamos con gusto para poder presumir de que nuestro president es el mejor retribuido de toda la nación (española) -más que muchos ministros- y hasta nuestro jefe de la oposición, para que no se cele, pobre, tiene un tratamiento protocolario y unas remuneraciones específicas que para sí las quisieran muchos dirigentes de república bananera. O melonera.
También es interesante saber cómo y por qué llegamos a este punto de largueza. Fue en 2004, siendo president Pasqual Maragall, y Artur Mas despechado jefe de la oposición (había ganado las elecciones, pero la aritmética parlamentaria no le fue propicia, ay…), cuando alguien sugirió que lo mejor para tener la fiesta en paz era un buen arreglo.
Por favor, compréndanlo. Comprendan que CiU había gobernado la Generalitat la friolera de 23 años seguidos sin parar y que, la primera vez que tuvieron que dejar entrar allí a otro partido, el PSC, el trauma fue tremendo. Con razón la pobre Marta Ferrusola expresaba este lacerante, conmovedor sentimiento: «¡Es como si nos entraran a robar en casa!». Una cosa era repartirse la Diputación de Barcelona, el Ayuntamiento, el cinturón rojo… Lo que cariñosamente recordamos todos como el «pujolismo» fue en realidad un sabio duopolio CiU-PSC, con el famoso 3% de punta del iceberg de equilibrios de poder, influencia y alguna que otra comisión pendiente de estudio (judicial). Pero, la Generalitat nada menos… La Generalitat misma…
Para aliviar el disgusto, Maragall, incomparablemente magnánimo, se avino a hacerle un traje a medida al adversario caído. Artur Mas se convirtió en un jefe de la oposición de lujo, con trato protocolario rimbombante, coche oficial, extras económicos de todo tipo. Era lo mínimo, ¿lo entienden? Era lo más parecido a seguir siendo uno de los nuestros así fuese desde el banquillo de la oposición. Era un mensaje claro de que la sociovergencia, la comunidad de intereses que durante décadas se ha mantenido firme pase lo que pase en la superficie de la arena política, no dejaba a nadie atrás. A nadie de confianza, se entiende.
Luego, las cosas se enturbiaron por varias y grotescas razones. De repente la jefatura de la oposición fue a parar a una mujer ¡y jerezana! que tuvo encima el descaro de renunciar a los privilegios inherentes a su posición, sobre todo a los económicos. ¿Es o no es la mejor prueba de que Ciutadans no es un partido de fiar? ¿Cómo vas a fiarte de alguien que, pudiendo cobrar más, cobra menos? Te pongas como te pongas, es sospechoso.
Suerte que aquella vía abierta en la credibilidad de las instituciones catalanas se restañó con la llegada de Salvador Illa, que reunía todos los requisitos para ser un cap de l’oposició de los de toda la vida: socialista, dispuesto a cobrar lo que le echen, sin renunciar ni a un euro, y, sobre todo, desvelándose por llegar a «grandes acuerdos» de esos que seguro que nos devuelven a nuestros mayores días de gloria. Al Camelot catalán.
Solo desde la más asquerosa tiña se puede cuestionar el mérito de Illa en haber sabido volver a hacer una oposición amb cap, con cabeza. De verdad que no es comprensible que a algunos les sepan a poco su languidez ante el conflicto lingüístico, su tacto ante las novatadas de ERC (no vamos a sacar de quicio la Operación Volhov ni a pretender que unos recién llegados sepan gestionar redes clientelares con el mismo acierto que quien no ha hecho otra cosa en su vida…), su renuencia a investigar lo sucedido en las residencias de mayores durante la Covid (lobo no come lobo…) o, por fin, el afán para renovar una cascada de cargos estratégicos que por ejemplo van a dar las llaves de Catalunya Ràdio y TV3 a la pareja del actual representante en Cataluña de la consultora Acento, el lobby de cabecera de Moncloa felizmente capitaneado por Pepe Blanco.
O la dirigencia del CAC a Xavier Xirgo, hagiógrafo de Carles Puigdemont. El CAC parece poca cosa, pelusilla de butaca en esta Cataluña tan atada y bien atada, pero entre sus funciones figura autorizar licencias de radio en un momento en que, precisamente, los de Puigdemont han puesto gran empeño en hacerse con una serie de radios públicas de varias poblaciones de Girona, que si se privatizan como Dios manda, bueno, seguramente harán un buen papel en las ya no muy lejanas elecciones municipales. Y así todo.
Hay quien, cuando piensa en el estilo de oposición de Salvador Illa, recurre a la desoladora palabra «decepción». Al parecer hay quien se esperaba otra cosa. Y yo me pregunto: ¿pero qué otra cosa se iba a esperar, vista su trayectoria? Fue alcalde de su pueblo, La Roca del Vallès, a los 29 años, por súbito deceso de su antecesor, el insigne tarradellista Romà Planas. Su paso por la alcaldía fue ciertamente trepidante, con moción de censura incluida. Tanto y tanto llegó a retrasar el PSC el pleno municipal en que aquella moción de censura tenía que sustanciarse, que, en un golpe de efecto inédito, los censuradores lograron que el alcalde Illa se quedara, cuanto menos, sin sueldo. Un rato. Nuestro flamante primer edil socialista se hizo por lo demás famoso por haber traído al pueblo La Roca Village, un outlet de tiendas de lujo que recibe más visitantes que La Sagrada Familia -pero eso al pueblo le da igual, porque las masas compradoras ni se acercan al núcleo urbano…-, un campo de golf sobre el que se han dicho sus más y sus menos, una piscina cubierta…
Illa saltó del Ayuntamiento de La Roca a una dirección general de Gestión de Infraestructuras del gobierno de la Generalitat de la que tuvo que apearse también entre turbulencias: al parecer bajo su mando la Ciudad de la Justicia se había desviado, y no poco, del presupuesto inicial. Hubo sobrecostes significativos. Tanto que el buen hombre, harto de malas miradas, se fue 9 meses a la empresa privada, concretamente a la productora audiovisual Cromosoma, autora del éxito mundial Las Tres Mellizas. Bueno, pues aún así, esta productora acabó quebrando. Ciertamente Illa ya no estaba allí cuando esto pasó. Pero es curioso que, si vamos repasando todas y cada una de sus experiencias de gestión -incluido el ministerio de Sanidad en plena pandemia-, bueno, pues hablar de éxito, lo que se dice éxito, sería a todas luces exagerado en la mayoría de los casos.
Otra cosa es que todo el mundo vale para lo que vale. Illa, un hombre tan discreto que cuesta hasta ponerle cara a su segunda mujer, tuvo un papel decisivo tanto en los acuerdos que permitieron al PSC gobernar con CiU en la Diputación de Barcelona, al PSC gobernar con En Comú Podem en el Ayuntamiento de Barcelona, a Pedro Sánchez contar con el apoyo de ERC en su investidura. Si eso no son acuerdos finos, finos, es más, acuerdos trascendentales para que todo siga igual en Cataluña por mucho que parezca que todo cambia, que baje el Gatopardo y lo vea. No sorprende que un político adornado por tales virtudes sea íntimo amigo de José Luis Ábalos y de Iván Redondo pero que, a diferencia de ellos, él no se haya tenido que ir.
Es bueno saber con quién se cuenta en cada momento social, político e histórico. Es bueno saber en manos de quién estamos, por qué y para qué: para transformar lo que no funciona o para blindar aquello que sí funciona. Para algunos, por lo menos. Si usted no figura entre ellos… saque sus conclusiones. Y la cartera.