Divinidades

Las múltiples cabalgatas de los Reyes Magos y su evidente imposibilidad y contradicción no disminuyen ni un ápice la ilusionada creencia de los niños en reyes y magos. Siguen mirando a los figurones barbudos o morenos con los ojos abiertos a lo infinito, admirados y maravillados ante aquellos seres míticos, traigan o no caramelos y regalos. Da lo mismo si en lugar del patinete eléctrico lo que te traen son calcetines, eso no disminuye su altura, al año siguiente volverán a mirarlos con ojos abiertos a lo abierto. Si desfilaran sin ningún tipo de promesa alcanzarían la misma adorada creencia porque su grandeza nos ignora. La necesidad de que existan seres supremos se manifiesta en la niñez, pero nos acompaña durante toda la vida. La niñez se acaba justo cuando uno vislumbra que los Reyes son los padres. Entonces comienza la juventud y hay que cambiar de dioses, aunque los nuevos ya serán terrenos y mortales. Esa es la función de la política, por cierto, campo en el que la mentira, el fraude, el engaño y la indiferencia consiguen millones de votos año tras año.

Pensaba Cassirer que la mitología está en el origen de los pueblos (y no al revés) de modo que cada pueblo está determinado por su mitología, son sus dioses quienes crean al pueblo durante un tiempo y luego empiezan sus mutaciones. No sé yo si nuestras sociedades pueden seguir llamándose «pueblos», sobre todo ahora que ya somos sociedades casi planetarias, pero aceptemos more teorico que así es y que cada sociedad, en mayor o menor medida, tiene su mitología y está determinada por ella incluso cuando cree haber dejado de creer. La española es, desde luego, una mitología muy marcada por lo sagrado, es decir, por el sacrificio, por la muerte como expiación. Y también es cierto que esta mitología se va difuminando o incluso que una parte de la población lucha contra ella, como los que prohíben los toros, pero defienden a los animales. El toro de lidia es una divinidad del reino animal, sólo cumple una función simbólica sacrificial del más alto nivel y por eso debe dejar su lugar a los caniches de compañía.

Curiosamente, quienes tratan de destruir la mitología (anterior) no saben que están construyendo una nueva mitología, porque, en cualquier caso, es inútil tratar de escapar a la totalidad de los dioses. Los nuevos negadores creen actuar con responsable racionalidad, pero chocan otra vez con la persecución sagrada y sin saberlo obedecen y se humillan ante dioses muy menores a los de su infancia. 

Diría que eso es, por ejemplo, lo que se encuentra en el fondo de la muy confusa batalla de la izquierda reaccionaria contra los humanos varones y su exaltación de las humanas hembras como nuevas encarnaciones divinas y por lo tanto irresponsables. El regreso al matriarcado puede ser uno de los mitos (por ahora inconsciente) de una futura sociedad española dominada por la Diosa Blanca. Vuelve España, sin remedio, sobre los arcaicos cauces de las grandes madres primitivas, pero ahora lo hace persuadida de su racionalidad y, sobre todo, de su superioridad moral.