Quo vadis, Almeida?
«Almeida ya no es el alcalde simpático y lúcido que fue, sino un derechista insensible para unos y un peón del aparato para otros»
Hubo una época en la que el Partido Popular alumbraba políticos que provocaban recelo en Génova, pero caían en gracia a quienes no votaban al PP. Fue el caso del primer Gallardón, de Borja Semper o García-Margallo, y en cierto modo sigue siendo el de Alberto Núñez Feijoo. Eran la cara opuesta de quienes gustaban en casa y eran repelidos fuera, los Aznar, Zaplana, Arias Cañete y compañía. El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, logró esquivar esta disyuntiva, ganándose en poco tiempo la simpatía de propios y extraños.
Porque Almeida cuajó como hombre simpático en la mente de todos a pesar de que su comienzo no fue fácil: el carmenismo le puso un mote poco fino, y para el resto era un pijo anónimo de Madrid convertido en alcalde de la noche a la mañana. Pero Almeida revirtió esa imagen con empatía y buen humor, es decir, con inteligencia. Cercano durante los días más duros de la pandemia y esforzado ante las nieves de Filomena, logró algo que está al alcance de muy pocos: que lo sintieran propio incluso quienes no lo habían votado. Y, a diferencia de otros, no lo logró pellizcando a los suyos.
Almeida sabía reírse de sí mismo y del resto; era gracioso sin ser ofensivo. Daba juego en Twitter, en la televisión generalista y en las noches de radio deportiva, donde ejercía de furibundo colchonero. Almeida comunicaba una seguridad y una inteligencia que no se puede fingir. Al modo nietzscheano, ha hecho de su debilidad su fortaleza: su corta estatura, su cara de empollón y su pregonada soltería reforzaban su encanto sin pretensiones. Además, Almeida pertenece a un cuerpo de élite de la administración y en España cuesta mirar por encima del hombro a un abogado del Estado.
Pero se evaporó el hechizo. En política el talento ajeno es siempre una amenaza y nadie huele el talento de los demás como Pablo Casado. La tesis de que nombró a Almeida portavoz nacional para neutralizar su popularidad es más verosímil que la contraria, a saber, que lo nombró porque el partido necesitaba un portavoz nacional. Después vino la polémica, aún activa, por la presidencia del PP de Madrid que lo enfrentó a Isabel Díaz Ayuso (Génova mediante). Ahí llegó el descenso de su popularidad con la derecha. Porque para la derecha madrileña se puede ser muchas cosas, pero no adversario de Ayuso. Por su parte, Vox lo ha puesto en la diana por pactar los presupuestos con los ex de Más Madrid, aceptando en el proceso el nombramiento de Almudena Grandes como hija predilecta. Irónicamente, ese día Almeida perdería también toda simpatía a ojos de la izquierda.
Porque Martínez-Almeida no tardó en declarar que Almudena Grandes no merecía ser hija predilecta de Madrid. Palabras irrespetuosas, insensibles, que habrán provocado un dolor innecesario a sus seres queridos. Palabras que además desprestigian el galardón al confesar que se otorga, por interés, a quien no lo merece. Lo merezca o no, ese no es el debate, Almeida ha perdido su ángel a derecha e izquierda. Ya no es el alcalde simpático y lúcido que fue, sino un derechista insensible para unos y un peón del aparato para otros. Seguramente no sea ninguna de las dos cosas, pero debe poner su inteligencia al servicio de demostrarlo.