La hora de la blasfemia
«Durante un tiempo parecía que contrariar a un progre era una blasfemia, que uno estaba ofendiendo o ultrajando a un ser o a algo sagrado»
Un progre va por el mundo y en ninguna parte se le impide que sea todo lo progre que le dé la gana, todo el mundo asumía hasta antes de ayer que la izquierda siempre tiene la razón, mientras que sobre la derecha hay siempre una sombra de sospecha. Durante un tiempo parecía que contrariar a un progre era una blasfemia, que uno estaba ofendiendo o ultrajando a un ser o a algo sagrado. Hoy, el españolito empieza a hartarse de esta ola de lo políticamente correcto. Aún queda tiempo para las elecciones, y el viento sopla primero en un sentido y luego al contrario. Pero analizando el espíritu de nuestras blasfemias contra el sagrado progresismo, creo que hay que concluir que la dictadura de lo políticamente correcto parece agotarse antes de las previsiones del gobierno. ¡Y qué bien blasfema el español! Qué arte tiene.
En España el fin de la supremacía cultural de la izquierda es un secreto a voces. El Sanchismo ha querido crear ciudadanos pasivos, como en su día creó el franquismo, pero también ha creado cierto hartazgo que se manifiesta en la constante ofensa verbal contra su majestad divina. Una cosa es leer los periódicos oficialistas, ver las fotos audaces de las famosas realizaciones del régimen, y otra cosa, entrar en contacto con la opinión pública. Sánchez saluda desde el Falcon, y a eventos de ensayada coreografía norcoreana. No acude a entrevistas que no sean en medios oficialistas. En el «cogollo del meollo del bollo» de la opinión pública se respira pasividad, pero cada vez más los españoles no tienen reparo en hablar mal del Gobierno y la divina providencia de la izquierda.
En realidad, ya decía Camba que un español blasfema contra todo lo existente, porque cada español está en lucha contra todo lo existente. Sin embargo, eso no quiere decir que hagamos mucho más que blasfemar contra el Gobierno y la Divinidad. En los 60 la ciudadanía pensaba que el franquismo caería solo, o se debilitase, y nuestro régimen dictatorial tuvo una larga y plácida existencia, porque el español blasfemia recostado en una chaise-longe. Mientras las blasfemias suben de tono y la oposición sube en las encuestas vemos a los ministros plantados como clavos fuera de la sustancia terrestre, ajenos a los problemas. La izquierda caviar no entiende su país, pero sabe leer encuestas, y se apresura a deslegitimar a la derecha dibujando fachas con porras el periódico oficialista, como un tributo nostálgico hacia esa España donde la oposición no era legítima.
Hay periódicos que deben leerse hasta donde nos deja ver el muro de pago. En los periódicos normales, el lector que afine el oído intuye que con la corrección política se ha producido un punto de inflexión. Buenas noticias, la cultura de la cancelación no es algo estático, no está solidificada y ya hemos pasado esta fase de los aplausos mansos y religiosos y las reverencias al poder que yo describía en El poderío de la apisonadora. Los ciudadanos están cansados de las altas dosis de teatralización y de tanto drama identitario, de discursos grandilocuentes, exhibición de fuerza y escenificación de estilo norcoreano. Seguimos teniendo una crisis, ante todo, de valores y de representación ciudadana, una política caracterizada por la gorilería y los papiones. La oposición, como en aquellos años del tardío franquismo, espera, lanzando blasfemias, que el líder supremo caiga por su propia inercia. Los españoles, los mayores expertos del mundo en blasfemia de momento, estamos tumbados en una chaise-longue, y nos dedicamos a hacer lo que mejor sabemos, a blasfemar hasta que haya un cambio de ciclo. Alguno ya apunta a que habrá adelanto electoral.