¿De verdad queremos ser como Dinamarca?
«Ningún país puede ser Dinamarca si la mitad de su población laboral apenas contribuye a sufragar los servicios públicos»
Gracias a Miquel Puig, ese gran economista catalán cuyo único defecto -y también grande, por cierto- es ser independentista, acuso recibo de que el Ministerio de Finanzas de la muy socialdemócrata y progresiva Dinamarca airea con periodicidad anual un exhaustivo informe, digamos que contable, sobre el mayor o menor grado en que los distintos grupos de la población activa residente en el país contribuyen al sostenimiento de su tan loado estado del bienestar. Algo, ese balance general de esfuerzos individuales en pos de los servicios públicos comunitarios, que aquí, en España, ni siquiera Vox se atreve a insinuar como mera conjetura programática. Por lo demás, en el informe correspondiente al ejercicio 2021, documento elaborado por un miembro del Ejecutivo socialista que ahora dirige el país, se ha introducido una pequeña modificación metodológica, novedad técnica también difícilmente imaginable en otras latitudes del continente.
Así, el dosier relativo al periodo recién finalizado distingue, por un lado, entre los ciudadanos con nacionalidad danesa más los inmigrantes «occidentales» (categoría que, contra toda lógica, no incluye a los trabajadores procedentes de América Latina), y los integrantes de un segundo grupo a los que han dado en llamar MOMTP (Oriente Medio, Magreb, Turquía y Pakistán), por otro. A partir de esa segmentación inicial, en el capítulo de conclusiones, y a la luz de los números correspondientes a ambas categorías, el Ministerio de Finanzas emite un dictamen público, el que en 2021 certifica que los trabajadores daneses y también los llamados occidentales, ambos, realizan una contribución financiera neta al sistema (aportan en dinero más de lo que reciben) a lo largo de su ciclo vital completo. Y que, por el contrario, el estrato MOMTP se significa por un desembolso agregado claramente deficitario. Y el ejercicio lo repiten, decía, cada año. Porque aspirar a ser algún día como Dinamarca, propósito ideal que aquí comparten casi todos, empezando por Podemos, siguiendo por el PSOE, continuando por Ciudadanos, haciendo parada y fonda entre los nacionalistas catalanes y vascos de surtido pelaje, y acabando por el sector más templado del PP, es empeño que requiere también el prestarse a acometer esos incómodos deberes de contabilidad social estratificada. Aunque no sólo eso.
Solo apretando fiscalmente a los de arriba y a los del medio, tal como replica la derecha ilustrada, tampoco podremos ser nunca como Dinamarca
En conversación escénica con el iconoclasta Piketty, Yolanda Díaz volvió a sacar a colación la entelequia danesa la semana pasada, todo para vindicar una sustancial subida de impuestos a los ricos. Porque para emular a Dinamarca, y en eso la izquierda ibérica no falta a la verdad, habría que incrementar, y mucho, la presión fiscal a las rentas altas y medias. Pero solo apretando fiscalmente a los de arriba y a los del medio, tal como replica la derecha ilustrada, tampoco podremos ser nunca como Dinamarca. E igualmente la derecha no anda errada. He ahí la paradoja. Porque ambos bandos, tanto la izquierda como la derecha, llevan razón en lo que dicen. La presión fiscal en Dinamarca alcanza nada menos que un 47,4% del PIB, palabras mayores que los tutores intelectuales de nuestro declinante centro-derecha, y estoy pensando en gente como Garicano, deberían tener más in mente cada vez que apelan con cierta alegría a ese modelo nórdico como horizonte ideal de su proyecto. Pero es que fantasear con los niveles daneses de imposición para España, el propósito que anima a la alternativa que Yolanda Díaz quiere articular a partir de las cenizas de Podemos, llevaría, y más pronto que tarde, a que esta vez fuesen las clases medias tradicionales quienes, en caso de materializarse, incendiaran las calles.
Porque ningún país puede ser Dinamarca si la mitad de su población laboral apenas contribuye a sufragar con sus impuestos una pequeña porción de los bienes y servicios públicos que consume. Ni siquiera Dinamarca podía seguir siendo Dinamarca si tal cosa llegase a ocurrir allí. Y resulta que en España, según la información estadística oficial que provee la Agencia Tributaria, más de la mitad de los trabajadores por cuenta ajena, los mileuristas, no cubren con sus aportaciones, ni de lejos, el coste financiero que ellos mismos y sus familias representan para nuestro estado del bienestar. Más de la mitad, sí. La clase media estará dispuesta a pagar más impuestos cuando perciba que podrá beneficiarse de su contrapartida material en forma de mejores servicios públicos. Pero acabaría yendo a una revuelta fiscal – y también política- en el supuesto contrario. Es el peligro que nuestros soñadores y soñadoras daneses y danesas no aciertan a ver. También las utopías, ¡ay!, las carga el Diablo.