A casa
«Ni Portugal, ni China, Japón o Madagascar. Don Juan Carlos volverá a casa»
Cual martillo neumático, repiquetean con rápida cadencia las noticias sobre las intenciones, deseos, esperanzas u opiniones del rey Juan Carlos, respecto a su vuelta a casa, propaladas desde distintos medios que, siempre, beben en una fuente común: «el círculo de amigos del Emérito», las «personas próximas al Emérito», «el entorno más cercano al Emérito», «sus amigos», «sus amigos más estrechos»…
Los puntos comunes que abrazan este origen son, por un lado, ese ente indefinido, inidentificable y amorfo que es el «entorno»; por otro, la referencia a su persona como «el Emérito», en un patético intento de procurar el olvido de que se están refiriendo a un Rey, el rey padre, el rey anterior, Su Majestad el rey Juan Carlos I de España; y, finalmente, su oportunidad en el tiempo, siempre precediendo a alguna mala noticia que, inevitablemente, provocará un nuevo retraso en ese retorno deseado por muchos, inadecuado para algunos («no es el momento» y ya va durando…) y, en cualquier caso, estorbo supremo para el fin último que persiguen, con desigual entusiasmo, algunos partidos de la izquierda más extrema en conjunción con declarados enemigos de España, independentistas, filoterroristas y populistas de variado pelaje: la sustitución de la Monarquía como forma organizativa de nuestro Estado y fundamental bastión defensivo de su unidad.
Usemos el sentido común, si nos queda. La vuelta de don Juan Carlos a casa no dependerá de los deseos de los españoles expresados a través de una encuesta (que ya sabemos para lo poco que sirven y lo mucho que yerran), sino de su regia voluntad. Y aunque queda claro que, si por él fuera, hace más de un año que habría vuelto tras pasar los dos o tres meses en Abu Dabi que anunció a S. M. el rey Felipe VI como traslado temporal (para «contribuir a facilitar el ejercicio de tus funciones, desde la tranquilidad y el sosiego que requiere tu alta responsabilidad»), no lo ha hecho por ese sentido del deber, de la jerarquía, que impregna no sólo al rey padre sino a todos los miembros de su familia sin distinción, que le ha desaconsejado, hasta ahora, realizar su deseo sin contar con la previa aprobación (que no autorización) de la Casa del Rey. Ésta, tratando de encontrar el mejor de los momentos, el más adecuado de los acomodos, la más favorable de las coyunturas, ha ido demorando la emisión de una decisión al respecto, con resultados claramente negativos para la Institución y desmoralizantes para quienes desean (deseamos) una rápida normalización de esta absurda situación.
La Casa del Rey, tratando de encontrar el mejor de los momentos, ha ido demorando la decisión, con resultados claramente negativos para la Institución
En un ‘landalúcido’ artículo publicado hace unos días al socaire de una encuesta realizada por su periódico en la que una amplia mayoría de españoles se manifiesta a favor de su vuelta, la autora se pregunta si vistas las condiciones que supuestamente impone esa mayoría, no será que los españoles quieren «que [el rey Juan Carlos] vuelva para putearle». Yo no lo creo. El pueblo español, con algunas e indeseables excepciones, goza de buena salud mental y alto nivel de comprensión y sentido común. La maldad de que la mayoría quiere que vuelva, pero dando las explicaciones que la Justicia no le ha exigido, en base a una supuesta imperiosa necesidad ética de los consultados (ellos, tan superiores moralmente al común de los mortales) y, por supuesto, sin asignación ni medios de subsistencia, sin residencia que le aloje, etc., no se sostiene.
Y ahora, ese martillo pilón al que me refería más arriba, citando las fuentes indefinidas también mencionadas, expresa el embuste de que el entorno de don Juan Carlos quiere convencerle de que se instale en Portugal. ¿Sugerir al rey padre que la mejor de las soluciones es repetir el doloroso exilio de su padre que tanto le hizo sufrir? ¿Villa Giralda Dos? ¿Ver España, pero sin tocarla? «España tan cerca, pero tan lejos…».
Los españoles no somos idiotas y quienes nos toman por tales deberían abandonar su impostada e inexistente superioridad moral al exponer sus argumentos y desplegar su mentirosa imaginación. Son ellos los fariseos (1) que mantienen vivo el estigma tratando de impedir definitivamente la vuelta a casa del Rey. Ni Portugal, ni China, Japón o Madagascar. Volverá a casa.
- En primera acepción: [persona] que es hipócrita y finge una moral o unos sentimientos que no tiene.