Sea mil veces maldita la falta de concordancia
«Escribimos más deprisa y se ahorra en correctores, y por eso incurrimos con cierta frecuencia en errores y faltas que al lector le entristecen»
Querido colega:
Sé que la situación de la pobre mujer era delicada, y que consultó a varios médicos. Y es por eso que has escrito: «Otro de los especialistas que la examinó…».
Pero aunque la interfecta hubiera de morir, lo cual, desde luego, sería lamentable, ¿a ti qué te hubiera costado escribir «otro de los especialistas que la examinaron?».
Así no le habrías salvado la vida, pero por lo menos habrías respetado la sintaxis.
Como el negocio de la prensa es tan precario, escribimos más deprisa y se ahorra en correctores y por eso incurrimos con cierta frecuencia en errores y faltas que al lector le entristecen porque le hacen ver que está ante un producto de poca calidad, de poca exigencia.
La falta de concordancia es la falta más visible y repetida, por lo menos a mis ojos. Y destaca en el párrafo como una tarántula en un plato de nata.
Cada vez que tú, por ignorancia, por descuido o por prisa, incurres en ella, y escribes, por ejemplo, «yo soy de los que cree», o, peor aún, «yo soy de los que creo»… es como si una mano brotase de la página o de la pantalla y plas, le atizase a tu lector un bofetón. Y esto es muy molesto, porque resulta que tu lector soy yo.
Por ejemplo, interesado por el desarrollo de unas arduas negociaciones entre la patronal y los sindicatos, leo:
«Uno de los interlocutores que tuvo la posición negociadora más dura durante las reuniones…»
¿No sería mejor en vez de eso «uno de los negociadores que tuvieron»?
Tal vez las negociaciones habrían llegado a mejor puerto.
Como ya adivino que por culpa de esas faltas de concordancia el relato de las negociaciones acabará en fiasco, paso de la sección de economía, y para rebajar la tensión voy a otro asunto que ni me va ni me viene ni me importa un bledo, que es el deporte.
Pero allí leo: «Marcelo, en el banquillo, es de los que no está quieto».
¡Hombre! ¿No sería mejor «Marcelo, en el banquillo, es de los que no están quietos»?
A ver: no es que quiera meterle el dedo en el ojo a nadie. Yo también escribo atropelladamente, yo también cometo faltas y como de vez en cuando las normas cambian, ya no sé cuándo hay que escribir «solo» y cuándo, «sólo». Estuve en un periódico donde, siguiendo el libro de estilo, no escribíamos ni cognac ni coñac, sino coñá. ¡En todas las casas cuecen habas! Además, un lapsus lo tiene cualquiera.
De modo que, aunque rechinando de dientes, sigo leyendo las hazañas de los deportistas. Pero en la siguiente noticia leo:
«Yo soy de los que cree, dice Pepe Domingo Castaño…»
Y, comprendiendo que la sección de deportes está maldita, la dejo atrás, sin melancolía.
Paso pantalla. Voy a donde los jóvenes, donde se habla de tiktokers y de instagrammers y demás seres parasitarios y exterminables. Veo la foto de una chica guapa y me detengo –naturalmente, para eso la han puesto ahí– a ver si me entero de quién es.
Pues resulta que «es una de las influencer que tiene más prestigio». ¡La tarántula ha saltado del plato, me ha picado en la nariz, voy a morir! ¡Y esto porque el periodista no sabe que lo correcto es «una de las influencer que tienen» más prestigio!
Me voy a espectáculos, donde, a propósito del covid y los cambios sociales que la plaga ha provocado, Ramón Arcusa, de El Dúo Dinámico, dice que «toca cocinar. Es de los pocos momentos del día que alegra el confinamiento.» ¡Que alegran! ¡Que alegran!
Estoy a punto de irme de espectáculos, pero me quedo a leer una entrevista con un cómico que me cae muy bien, Carlos Areces. Le preguntan: «¿Eres de los que piensas que saldremos reforzados de esta pandemia o de los que opinas que se va todo al garete?»
Un mundo escrito donde impera la falta de concordancia es un mundo incoherente, confuso, ingobernable, ininteligible, en el que vagamos fatalmente perdidos.
De manera que –¿para qué retrasarlo?– decido tirarme de la ventana. Pero en el último momento echo un postrer vistazo al periódico, y leo que «Jorge Javier Vázquez no es de los que creen…»
¡Por fin! Esto no sólo (¿o «no solo»?) dignifica a Jorge Javier Vázquez, sino que redime, a mis ojos, a la humanidad.
Decido, pues, seguir viviendo y seguir leyendo el periódico. Aunque sumido en una nueva inquietud, porque en la última página se habla del artista Shin Pong Fu, que «perteneció a la generación de jóvenes chinos que sufrió el experimento de la revolución cultural».
¿Es correcto? Lo parece, pues puede aceptarse que la generación fue la que sufrió.
No tengo a quién consultar. Estamos solos en el intrincado mundo de la concordancia.