Exceso de basura en el ciberespacio
«Es tiempo de proponer una ecología de la comunicación que limite la producción y consumo de información en la esfera pública»
Una de las paradojas de este tiempo que nos ha tocado vivir es la revalorización del término virtual que ha acabado convirtiéndose en lo contrario de lo que significa. Del «que tiene existencia aparente y no real» hemos pasado a utilizarlo consistentemente para lo «que está ubicado o tiene lugar en línea, generalmente a través de internet». Se le otorga rango de realidad. Tanto es así que lo virtual y lo real han pasado de ser términos opuestos a complementarse mutuamente y, en numerosos casos, a ser equivalentes.
Pero lo cierto es que, si lo virtual es tan real como lo real, no hemos aplicado sus principios de sostenibilidad y ecología a esta suerte de nuevo planeta B virtual que en términos informativos se ha llevado el mundo real (hasta hace algo más de una década el del papel y los soportes analógicos) por delante. Cuando el contenido se generaba mayoritariamente en papel y en cinta de video, existía al menos una mínima coerción espacial y económica que limitaba el acto comunicativo, la producción y el consumo de información.
«En el mundo de los ordenadores y las pantallas el consumo y la producción de mensajes se expande hasta el infinito, la sensación es que la sobreabundancia está bien»
En términos informativos, la derrota frente a la sensación de finitud y fragilidad que impone el mundo material es apabullante. En el mundo físico, limitamos el consumo de envases o los reciclamos. Hay gente que come alimentos que exigen menos energía para su producción. El minimalismo aparece como una propuesta interesante de limitar la producción de objetos materiales y reducir el consumo de energía que requiere su eliminación. Esta conciencia está lejos de producirse en el ciberespacio. En el mundo de los ordenadores y las pantallas el consumo y la producción de mensajes se expande hasta el infinito, la sensación es que la sobreabundancia está bien, que es legítimo que todos seamos productores y consumidores, en todo caso habría que saber gestionarla. Nada más. Hay un sentimiento de inevitabilidad.
El mundo virtual es otra cosa. No se economiza en la producción de mensajes. No se considera que ensucien el entorno. Lo más cercano a un cribado y quizás idea ecológica de la producción de información es el concepto de fake news, que presupone la consideración de que existen informaciones falsas y nocivas que emponzoñan la esfera pública. También existe una cierta consideración de que la generación de abundante contenido en redes sociales por parte de los usuarios (no solo) causa daños psicológicos a las personas por sobreexposición, sobre todo adolescentes pero no solo, que tienen una sensación perpetua de estar perdiéndose algo o que se comparan incesantemente con otros individuos que las sitúan en una posición de inferioridad.
El filósofo coreano-alemán Byung Chul-Han dice que hay un exceso de basura informativa en el mundo que nos impide apreciar los objetos de verdad, la realidad, las cosas, la materia inerte que siempre ha dado un sentido a nuestras vidas. Curiosa paradoja que después de culpar a la información, incluida la publicidad y el storytelling de los productos, de promover una cultura materialista, ahora la filosofía reivindique la materia y culpe a la información de vivir en un mundo post-material. Si la actitud de la intelectualidad hacia la comunicación (mayoritariamente la comercial pero no solo) ha sido históricamente crítica por promover un mundo deshumanizado y materialista, paradójicamente Han hace lo contrario.
El último libro de Chan, No cosas (2021) puede ser entendido como un manifiesto contra la información e incluso contra la comunicación, la necesidad de estar conectados. Esto incluye (aunque no lo dice expresamente) las empresas informativas, los periódicos, las agencias y departamentos de marketing, de publicidad o de relaciones públicas. Mete a todos en el mismo saco. Según Chan, contaminan eso que Habermas definió como la esfera pública, ese espacio intermedio entre el Estado y la sociedad en el que se discuten los problemas y que hoy se encuentra en buena parte ubicado en internet.
«El dictamen de que pasamos el tiempo produciendo y consumiendo mayoritariamente basura que nos impide hurgar en la realidad no goza de demasiadas simpatías»
En sus últimos libros, Han invita al silencio y la restricción porque la esfera pública está saturada de basura. Y no está hablando de la huella de carbono. «La información falsifica los acontecimientos. Se nutre del estímulo de la sorpresa. Pero el estímulo no dura mucho. Rápidamente se crea la necesidad de nuevos estímulos». Si la información representa y suplanta la realidad, entonces no hay realidad, «la basura de la información y la comunicación destruye el paisaje del silencio, el lenguaje discreto de las cosas»… Estamos intoxicados y saturados de comunicación virtual, de información inútil, de deshechos, de relatos que son más importantes que las cosas, los productos o las personas.
En un mundo en el que el pensamiento se ha volatilizado, en el que se nos ha convencido de que todo individuo alberga un tesoro dentro de sí que legitima sus impulsos, el dictamen de que pasamos el tiempo produciendo y consumiendo mayoritariamente basura que nos impide hurgar en la realidad no goza de demasiadas simpatías. Después de todo, Han es demasiado poético, vago, impreciso y filosófico y lo que dice no puede ser demostrado empíricamente. Pero la idea de que es precisa una ecología en ese Planeta B que es el mundo digital y virtual es sensata. Es tiempo de ser más ambiciosos, de proponer una ecología de la información y la comunicación que limite la producción y consumo de información en la esfera pública.
Las empresas informativas y los publicistas tienen la oportunidad de liderarla como forma de diferenciarse. Me viene a la cabeza el eslogan de una conocida operadora telefónica que presume de dejarnos en paz, «respira» es el eslogan de uno de sus anuncios sugiriéndonos que nos dejarán en paz una vez seamos clientes. Se ha puesto mucho énfasis en la necesidad de que las personas se eduquen en el consumo de información, los cursos de media literacy son habituales en las universidades americanas, pero siempre eximiendo de cualquier responsabilidad a las empresas generadoras de información y contenidos en la esfera pública. La limitada capacidad de atención humana se considera que puede ser legítimamente contrarrestada con más comunicación, repetición, ruido y más y mejor ubicación de los contenidos. Eso debe parar.
Es tiempo de cambio, de menos es más, de pensarnos dos veces si es necesario ese artículo, post o mensaje, de que entendamos que una actitud ecológica hacia la información puede aumentar nuestra libertad y calidad de vida.