ContraKultura
El separatismo justifica su acción contra la unidad de España a partir de esta idea mítica, sustancialista, de Cultura. Una idea segregacionista, supremacista, y cuya peligrosidad política no hace falta «imaginarse», porque es la misma idea (la de la Cultura con «K») que estuvo a la base del proyecto político nacionalsocialista, en los años 20 y 30 del siglo pasado, cuyas consecuencias nefastas son de todos conocidas
“La finalidad de la especie es la cultura, y condición de esta, una subsistencia digna. En el Estado nadie usa directamente sus fuerzas para lograr el goce egoísta, sino para lograr la finalidad de la especie, y obtiene en cambio el total estado de cultura de ésta, íntegramente, y además su propia subsistencia digna” (Fichte, Los caracteres de la Edad Contemporánea, p 131, ed. Revista de Occidente).
Una de las fuentes más importantes de las que se nutren los programas separatistas en su lucha contra España, y por tanto una de las fuentes de la idea de su disolución en naciones fraccionarias (y con ella la unidad de mercado, fiscal, etc), es la Cultura en su concepción sustancialista, metafísica, mítica (la «Cultura con K», que decía Unamuno).
Instituciones como la de Òmnium Cultural, y muchas otras que van en esta línea, son la punta de lanza del nacionalismo fraccionario que encuentra en la idea de Cultura, metafísicamente entendida, un disolvente de la cohesión nacional española. Así, desde lo que Gustavo Bueno ha llamado «el mito de la Cultura», la sociedad española aparece dividida en esferas culturales (vasca, catalana, gallega, castellana, andaluza, etc), prácticamente incomunicables entre sí, volviendo a la cultura española en una idea problemática, sobrante, prácticamente inexistente al no poder aglutinar, se supone, en una misma unidad dicha pluralidad de esferas culturales. Digamos que la pluralidad y diversidad de culturas impide hablar de una unidad, en referencia a la cultura española.
Es, en efecto, en las Casas de la Cultura municipales, y en las Consejerías de Cultura autonómicas, así como en otras muchas instituciones dependientes administrativamente de estos organismos (museos populares, romerías, ferias, etc), en donde se cultiva con más intensidad la idea metafísica de Cultura, según la cual la Cultura, así enteriza, se concibe como una sustancia cuyos contenidos (para empezar, la lengua vernácula, o el dialecto local o regional, pero también el folklore, artesanías varias, fiestas, patronos, ceremonias o ritos diversos, etc) emanan espiritualmente del «pueblo» (Volk) correspondiente (catalán, gallego, etc), en tanto que «señas de identidad» propias, y cuyos rasgos, así concebidos, se hacen irreducibles a los de cualquier otro.
De este modo, cualquier contenido o institución cultural será vista como rasgo característico del «pueblo» (un pueblo definido ad hoc), del que dicho rasgo se supone emana directamente como expresión suya (volkisch). Tanto es así que, si alguien osara manifestar disgusto por alguno de estos contenidos culturales, por ejemplo un cuadro de Miró, es porque está manifestando aversión por «el pueblo catalán», siempre víctima de la «catalanofobia», y que supuestamente está en ese cuadro íntegramente representado. Una sustancia cultural, por otro lado, cuya identidad debe ser defendida, sea como fuera, si es que alguna otra cultura trata de absorberla o reducirla, necesitando para ello un «Estado» que la proteja del exterior, y mantenga su autenticidad en el interior, procurando que no se descomponga o diluya al mezclarse con otros círculos culturales.
Este es, en esencia, el esquema, insistimos, completamente mítico (fantástico), que tienen muchos de los responsables de la administración de la cultura (folclórica) en España.
Un esquema que tiene su origen en la metafísica idealista, sobre todo alemana (Herder, Fichte), y que ha pasado, a través de diversas vías -que se pueden rastrear históricamente perfectamente (Prat de la Riba, Sabino Arana, Murguía, etc)-, a presidir, como idea fuerza, los programas de los partidos nacional-separatistas españoles, así como los planes de muchos de los organismos administrativos autonómicos y municipales que están bajo su tutela (Casas de Cultura, Consejerías de Cultura, etc).
Y es que es por esta vía kultural, así entendida, por la que las distintas comunidades autónomas (una división en principio meramente administrativa) son convertidas en «pueblos», en sustancias culturales «diferentes», con una «conciencia nacional» ya presuntamente constituida desde la Prehistoria -o incluso antes-, e «irreductible» a cualquier otra.
Lo que no eran sino partes administrativas de España (las provincias surgieron en 1833, las comunidades autónomas en 1978) son ahora transformadas en auténticas entidades telúricas (Volk),concebidas sub specie aeternitatis, con unos rasgos culturales identitarios fuertemente caracterizados que no se dejan reducir a otros, y que, una vez liberados de todo lo que, artificiosamente, les es común (esto es, España), piden, incluso «exigen» -planteada además como «exigencia democrática»-, su «autodeterminación» política para constituirse en Estados (es el «Estado de Cultura», del que hablaba Fichte).
En definitiva, el separatismo justifica su acción contra la unidad de España a partir de esta idea mítica, sustancialista, de Cultura. Una idea segregacionista, supremacista, y cuya peligrosidad política no hace falta «imaginarse», porque es la misma idea (la de la Cultura con «K») que estuvo a la base del proyecto político nacionalsocialista, en los años 20 y 30 del siglo pasado, cuyas consecuencias nefastas son de todos conocidas.