Ayuso y la hora de la mala leche
«La mala leche ni se aprende ni se puede pedir prestada. Y en política, si no se tiene mala leche, no se va a ninguna parte»
Cuando se conocieron los resultados de las elecciones a la Comunidad de Madrid de 2021, pregunté a amigos del entorno del Partido Popular qué conclusiones, más allá del ámbito local, podían establecerse en base a la derrota sin paliativos de la izquierda. Derrota que, además, arrojaba un dato especialmente significativo: más de dos tercios de los jóvenes madrileños habían negado el voto a cualquier alternativa de izquierda.
La pregunta no era inocente, pero tampoco malintencionada. Sencillamente quería averiguar si a estas personas, que saben de política bastante más que un servidor, les parecía que el éxito de Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid era exportable al resto de España.
Las respuestas no se hicieron esperar. Al contrario, todos se apresuraron a responder que lo sucedido en Madrid no era extrapolable al conjunto de España. En su opinión, Madrid era una región singular, con una tipología de votante muy distinta a la de otras regiones. Después de incidir en ciertos tópicos, todos concluyeron con la misma advertencia: cuidado con pensar que Madrid es fiel reflejo España porque no lo es en absoluto.
Qué duda cabe que España es muy diversa y que, por ejemplo, las preocupaciones inmediatas de quienes viven en regiones dominantemente rurales no son idénticas a las de quienes residen en otras más urbanas. Evidentemente, no es lo mismo que la actividad económica de una región esté orientada al sector servicios que al agropecuario. Pero, por distintas que sean entre sí las regiones españolas y, en consecuencia, también lo sean las preocupaciones de sus habitantes, prevalece un denominador común: vivan en donde vivan, las personas tienden a premiar a aquellos políticos que, más allá de declaraciones que se lleva el viento, demuestran un auténtico interés por las vicisitudes de los ciudadanos. Y esto es lo que Isabel Díaz Ayuso, con todos los errores y rectificaciones que se quiera, logró trasladar a la mayoría de madrileños —y, en mi opinión, a buena parte de los españoles— durante la pandemia.
En lugar de gobernar de arriba abajo, imponiendo por el artículo 33 aquello que, arbitrariamente, se consideraba «bueno» para los ciudadanos, como, por ejemplo, hacía Ximo Puig en la Comunidad Valenciana, Ayuso parecía gobernar de abajo arriba, atendiendo primero a las inquietudes de las personas y decidiendo después en consecuencia. De esta forma, su criterio respecto de las restricciones de la covid evolucionó hacia la compatibilidad entre seguridad sanitaria y supervivencia económica y anímica. Es cierto que las decisiones adoptadas por Ayuso respondían a las particularidades de una región dependiente del sector servicios, pero, por encima de todo, con su forma de hacer, lanzaba un potente mensaje: en Madrid, todas las preocupaciones de los ciudadanos, no solo las sanitarias, eran tenidas en cuenta.
La prueba de que esto fue así está en el marcado contraste entre lo que ha sucedido en Madrid y lo que ha sucedido en prácticamente el resto de España durante esta pandemia. Por un lado, tenemos la estrategia abrumadoramente mayoritaria, la que evita tener que asumir cualquier riesgo político y que, a tal fin, se enfoca exclusivamente en las restricciones. Esta estrategia consiste en abrazar la demofilia (amor al pueblo) y, consiguientemente, el paternalismo autoritario, con la excusa de que lo único importante es salvar vidas. Todo lo demás es secundario. Así, por más palos de ciego que den —y han dado unos cuantos—, los gobernantes pueden vender sus buenas intenciones. De ahí que, de nuevo, Ximo Puig, calificara la mascarilla como un símbolo, independientemente de si su uso implicaba algún beneficio o ninguno, porque la demofilia se basa en los gestos (y, por lo tanto, en los símbolos), no en las evidencias.
Por otro lado, en oposición a este autoritarismo paternalista, tenemos la estrategia adoptada por la Comunidad de Madrid, bastante más arriesgada, pues contempla la supervivencia económica y anímica de los ciudadanos, no solo la estrictamente sanitaria. Esta alternativa al consenso ‘covidcrático’ provocó en su día que los defensores del ordeno y mando entraran en pánico, porque, si esta estrategia se demostraba acertada, quedarían al aire sus vergüenzas. De ahí que recurrieran a la descalificación directa, sin entrar en el fondo del asunto. Tacharon a Ayuso de irresponsable o, peor, de inmoral, y asociaron la Comunidad de Madrid con un agujero negro que no solo promovía la muerte dentro de su propio territorio, sino que actuaba como una bomba vírica que la propagaba en todas direcciones.
En mi opinión, este fue uno de los momentos más vergonzosos de nuestra historia reciente, pero también de los más clarificadores. El tiempo, que es un juez implacable, ha acabado poniendo a cada cual en su sitio. Hoy sabemos que la forma en que la Comunidad de Madrid ha afrontado la crisis sanitaria es, en comparación con el resto, la más acertada. De hecho, los propios interesados, los madrileños, lo corroboraron de forma anticipada en las elecciones de mayo de 2021.
Es verdad que Madrid no es fiel reflejo de España y que cada región tiene sus particularismos. Pero la emergencia de Isabel Díaz Ayuso como figura política nacional no obedece tanto a un éxito local como a una forma de hacer que, más allá de las consideraciones ideológicas, podría definirse como un populismo bueno y razonable. Un populismo atento a las preocupaciones de los ciudadanos pero que, al mismo tiempo, se cuida de tratarlos como personas adultas.
Evidentemente, no es oro todo lo que reluce. En la Comunidad de Madrid también se han cometido errores, especialmente al comienzo de la emergencia sanitaria, además, de acuerdo con el signo de los tiempos, se tiende a tener una visión mecánica de la política social y hay cosas que no funcionan como deberían. Pero seamos realistas. Al fin y al cabo, hablamos de España. Y aquí, la forma en que funcionan los partidos, las administraciones, las cadenas de mando y las gerencias es bastante más que mejorable, por decirlo suavemente. Además, esto va de política y políticos, de ambiciones personales e intereses. Pero, teniendo todo lo anterior presente, lo que importa es que el político combine sus ambiciones, que son legítimas, con la vocación de servicio. Y Ayuso parece entender perfectamente la importancia de esta transacción.
Otra cosa que parece entender bastante bien es que, para expulsar a la izquierda del gobierno, es necesario que liberales, conservadores y moderados se soporten, en vez de estirar el dedo meñique para demostrar cuán puro y santo es cada uno en lo suyo. Así lo hizo José María Aznar en su día, y derrotó al felipismo, así lo echó a perder después Mariano Rajoy, con las consecuencias por todos conocidas, y así lo entiende también Pedro Sánchez, que se regocija cada vez que el PP y Vox se enzarzan, por ejemplo, a propósito de los ‘menas’ y la violencia de las llamadas bandas latinas, mientras el verdadero responsable, el Gobierno, disimula sibilinamente.
Sin embargo, pese a sus méritos, los críticos del Partido Popular suelen apuntar que Ayuso carece de cultura política y que su principal bagaje es haber sido community manager de Pecas, la mascota de Esperanza Aguirre. En resumen, que es una advenediza. Qué quiere que le diga, querido lector, si después de tanto erudito, abogado del Estado, abogado a secas y registrador de la Propiedad, hemos acabado teniendo de presidente a un personaje como Pedro Sánchez, tal vez no sea mala idea oponerle alguien menos estirado, con ambición, instinto y, por qué no decirlo, mala leche. La cultura política se puede adquirir o, a malas, tener a mano buenos referentes. Al fin y al cabo, Mariano Rajoy, del que siempre se ha dicho que es un gran orador parlamentario, encargaba a terceros la redacción de sus discursos. Por el contrario, la mala leche ni se aprende ni se puede pedir prestada. Y en política, si no se tiene mala leche, no se va a ninguna parte.
Quizá lo que Ayuso no acaba de ver es que el tiempo corre en su contra o, mejor dicho, que a España se le acaba el tiempo. Y que las oportunidades surgen cuando se les antoja, no cuando uno las planifica o le viene mejor. Quiero decir que, si la izquierda, en cualquiera de sus posibles combinaciones y sumas, gana las próximas generales, la partida habrá finalizado.