Dadle a Mikel Antza el Nacional de Literatura
«Con Mikel Antza como jefe de ETA se impuso la ponencia Oldartzen, que postulaba la famosa ‘socialización del sufrimiento’»
El jefe de ETA Mikel Albisu, alias ‘Mikel Antza‘, cayó en una redada que se saldó con la detención de 28 personas y el desmantelamiento de cinco depósitos de armas, con más de 1.100 kilos de explosivo y dos misiles tierra-aire; su pareja, Soledad Iparragirre, alias ‘Anboto’, también fue arrestada en aquella operación y, tras cumplir condena en Francia, permanece en prisión en España.
Tras pasar diez de los veinte años de cárcel a los que había sido condenado en Francia por asociación de malhechores, Antza fue entregado a España en 2019, donde no se esgrimió una causa pendiente, de manera que se le dejó en libertad. Desde entonces ha vivido en el País Vasco, dedicado a sus cosas, notoriamente a la escritura, en la que destaca su relato de la historia de la banda armada «tal como él la vivió y la sintió», titulada Arroz Urez.
Tal como la vivió: fue jefe de la banda desde 1993 hasta 2004. Si no la redactó él, como es lo más probable ya que era el jefe político, fue bajo su mandato cuando se impuso la «ponencia Oldartzen» que postulaba la famosa «socialización del sufrimiento», por la que había que asesinar no ya sólo, como hasta entonces, a miembros de las fuerzas policiales o del Ejército y a altos representantes del Estado, que para entonces ya solían ser presas difíciles, pues solían estar advertidas y alerta o protegidas por guardaespaldas, sino a cualquier profesional incómodo para la causa: políticos, intelectuales, jueces, periodistas, escritores…
Aunque este movimiento estratégico de la banda era consecuencia de su propia crisis, de su creciente debilidad, la ponencia Oldartzen extendió el sufrimiento y el terror a todas las capas de la sociedad durante diez años. La primera víctima de la ponencia fue el teniente de alcalde del Ayuntamiento de San Sebastián Gregorio Ordóñez, y en la lista siguieron Fernando Múgica, Francisco Tomás y Valiente, Miguel Ángel Blanco, Fernando Buesa, Ernest Lluch, el vendedor de caramelos Manuel Indiano, el cocinero del cuartel de Loyola Ramón Díaz, etcétera, así hasta 112.
Hubo un alto el fuego cuando las negociaciones del Gobierno Aznar en Zúrich entre ETA, representada entre otros por Mikel Antza, y los enviados del Estado Javier Zarzalejos, Ricardo Martí Fluxá y Pedro Arriola. Las negociaciones fracasaron y el sufrimiento se volvió a «socializar». Arriola acaba de fallecer, pero a lo mejor Zarzalejos y Martí Fluxá podrán testificar, si conviene y procede, en la causa que por fin se ha abierto contra ‘Antza’, gracias, entre otras instancias, a la tenacidad de la viuda y el hijo de Ordóñez.
Los asesinos materiales de Ordóñez fueron Juan Ramón Karasatorre alias ‘Zapata’, Javier García Gaztelu ‘Txapote’ y Valentín Lasarte. En una organización criminal rígidamente estructurada como ETA los sicarios son, naturalmente, el elemento más bruto y tonto, la carne de cañón. El responsable, el que más manchadas de sangre tiene las manos, es el ‘cerebro’ que dispone de la capacidad intelectual -se requiera poca o mucha- y el poder para organizar y encargar o dar el ‘visto bueno’ a los asesinatos (recuerdo el miedo controlado con el que Lluch, que sabía que iban a por él, me habló una vez de «esa ‘Anboto’, que es una fiera implacable, un monstruo». Sí, la mujer de Antza y su camarada en la cúspide de la banda).
Es llamativo –y muy significativo de qué concepto de la justicia, de la paz, de la reparación, de la responsabilidad y de la solidaridad alienta en ciertos colectivos bajo la égida del nacionalismo- que no sólo la llamada «izquierda abertzale», o sea los cómplices políticos de ETA, respalden ahora a Antza; sino que 124 escritores vascos hayan firmado ese breve manifiesto titulado ‘Dar la paz’, a cuya presentación ha acudido el mismo jefe etarra, donde piden que se le deje en paz y critican que «ahora España quiere volver a castigarle sin ninguna prueba material y por causas parecidas a las que le han mantenido en prisión en Francia».
Almas sensibles. «Hace casi tres años -agregan- que Mikel está entre nosotros, se dedica a la creación literaria, ofreciendo libremente su creación. Los que subscribimos queremos que siga entre nosotros. En Euskal Herria necesitamos libertad y paz».
Hombre… libertad y paz se necesita en todas partes. Lo que más me fascina es la babita kitsch del «entre nosotros», esa simpatía, discreta, pudorosamente manifestada, por «uno de los nuestros» que ya ha dejado de encargar asesinatos que más vale olvidar -¡pelillos a la mar!— y ahora está «ofreciendo libremente su creación».
Teniendo en cuenta que varios de los firmantes, por mediocres que sean, tienen premios nacionales de literatura, obtenidos gracias a las vergonzantes y paternalistas cuotas lingüísticas en los jurados que conceden esos premios, se impone una de dos medidas:
O tomarse con rigor de una vez los premios, cambiando la organización de los jurados…
O concederle un Premio Nacional de ensayo, o de novela, o de poesía, al mismo Mikel Antza. Para que siga «ofreciendo libremente su creación». Y que ya que no sus víctimas (a las que ya Antza mismo les ‘dio la paz’ del cementerio), él sí pueda seguir «entre nosotros».