Rindiendo cuentas
Siempre se ha dicho que la mentira tiene las patas muy cortas, pero tras medio siglo veo que la mentira es engañar a los púberes con que la justicia humana existe
Decía el clásico que enseñamos a nuestros hijos lo que desearíamos que fuera el mundo en el que les toca vivir; pero la realidad es que aquellos que enseñan a sus descendientes el arte del engaño, los resortes del poder y cómo atrapar la gloria, son los que sí reinan en el mundo. A las pruebas me remito. Zafios, oradores y vendedores de sueños que han comprendido tan bien el mundo que trasmiten de generación en generación los “arcanos” para seguir burlándose de las gentes.
Ya me temo que no es algo único de los mundos y culturas hispánicas o de un orbe religioso determinado. Parece ser que la falacia aprendida de nuestros mayores que postula que los “malos” tardan poco en sufrir penurias por sus infamias, y que al irse “con los pies por delante” en otro trasunto de mundo o realidad sufrirán penas sin tasa por su pasado ignominioso. Muy largo queda la fianza, que intuimos no se cumplirá.
Me suena todo al ripio del Burlador ya sea de Tirso o de Zorrilla que proyecta en otros sus faltas cuando “a puertas que no se abren en la tierra…”, pareciendo que siempre las faltas de ayuda son de otros o la esperanza la depositamos en que alguien sea justo en el “aquí o en el allá”. Ronda desde hace décadas en mi la idea que es consuelo de tontos el mal de todos aquellos que fían en trasuntos no terrenos la justicia que debiera ser escarnio público en vida y no en “cielos o infiernos” que por definición no se someten a auditoria o control.
Comprendo que la crudeza de la verdad o explicar a los vástagos a ciertas tiernas primaveras la realidad de cómo son los mecanismos de poder, dominación y las relaciones hipócritas del mundo, y que seria amargarle la existencia prematuramente. Aunque no es innecesario hacerlo, ya que pronto por el ejemplo, experiencia propia o la narrativa de otros, sabrán de nuestra mentira mantenida. Verán ellos, como vimos todos, que los henchidos de soberbia y con lazos de poder no suelen penar por sus tropelías, y que las muestras en papeles cuché de colores o en informativos de apariencia sesuda y veraz, no son más que árnica para que no se solivianten los parias del mundo que somos, y calmen nuestros aires de justicia terrena; no sea que nos de por dejar de tomar Soma ya sea vía Huxley, la tradición Brahmánica o en cualquiera de las variantes que nos persiguen desde hace siglos, y que parece que seguimos usando profusamente. No sea que despertemos un día con la idea de que lo que ahora no se haga, mañana se olvidará.
No me gustan las posturas draconianas, no por que no sean quizás las que la ira o rabia querrían como regla de coherencia en el mundo (algunos para denostar este sentimiento lo llaman “soberbia”, a ver si se nos pasa el impulso bajo la falsa pretensión de que es pecado eterno en toda creencia o filosofía). Al igual que dicen que Dracón fue empujado a cumplir por coherencia su mandato, aunque le costase la vida (aunque algunos le dan un final más prosaico) en otras ocasiones se nos empuja hacia “la falsa bandera” que significa la tolerancia, el obligado perdón o el escamoteo de nuestro derecho a no querer cumplir “el quinto”, en cualquiera de las tradiciones que el mundo ha visto. Sea por Deuteronomio, Éxodo o versión Platónica, lo único cierto es que siempre postergamos el juicio de la ignominia a otro momento, que es seguro no veré y escapa a los tiempos de una vida.
Quizá sea el momento de solicitar el cumplimiento de nuestras propias máximas: “Una justicia lenta no es tal justicia”, por que es de evidencia sensible que el dinero, los vericuetos de doctos en jurisprudencia hacen; “comulgar con ruedas de molino”; o quizá sea verdad que no tenemos derecho a pedir aquello que no nos corresponde “ya que la justicia es mía, dijo el Señor”. A día de hoy no me queda claro si “El Señor”, es el del Talmud, el antiguo, o el nuevo testamento… o que en puridad de abominación retórica aquellos que desean la burla de los débiles y frágiles, sean los que de verdad hacen justicia: la mentira, la avaricia, el poder económico, las heteronomías morales, hechas a imagen de los bajos instintos de la parte alícuota de la especie humana que en verdad manda y dicta “su voluntad”.
Al menos sus herederos así se mueven por el mundo. Encallecidos tengo los dedos índices de ambas manos del roce que desgasta la “cola de disparador”, como dormidos los tengo de señalar sin tasa, no por acusación si no como acto deíctico, a aquellos que no cumplen las reglas por propia voluntad, reglas que ellos juraron y reglas que nos dimos para intentar mejorar los humanos. Otra cosa es si las formulamos para acercarnos “Al Uno”, o para darnos empaque en nuestros comportamientos. La realidad es descarnada y tan transparente que no necesita palabras para mostrarse como es.
No pretendo que el castigo por la indolencia moral sea tan fatídico como el que el propio Dracón sufrió como profecía autocumplida. Pero al menos él pudo dejar de escuchar las burlas de los que sabemos que nos mienten, dejó de soportar prédicas de pastores de ovejas con látigos adornados de palabras como justicia y amor, y sobre todo a los que obran diciendo frases tan grandiosas como “haz lo que digo no lo que hago”. Cuando el ejemplo se aleja de nuestras acciones más nímias, nada queda al emboscado para hacer justicia con la palabra, nada queda al juez atrapado en laberintos de interpretación de textos caducos, y nada queda que enseñar a nuestros hijos a los que instamos a seguir la urbanidad o las reglas de cualquier clan.
Al menos a Dracón le quedó la decisión que guiara su ultima acción, y al menos quienes le incitaron mediante engaños a cumplir las reglas, no figurarán en los manuales de doctrina. En un mundo coriáceo nos queda aún el resquicio del camino de plomo y tinta que nos creo Gutenberg.