THE OBJECTIVE
Jorge San Miguel

Cela a 20 años

«Si hay que morirse, a Cela y Umbral les cupo la suerte de hacerlo antes de que las redes sociales fueran juez último de la reputación»

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Cela a 20 años

Camilo José Cela. | Europa Press

A 20 años de su muerte, la gente más joven tendrá dificultades en figurarse lo que significó Cela para mi generación y las inmediatamente anteriores. Aún eran entonces los escritores los intelectuales por antonomasia, las figuras más autorizadas de la vida pública. Y entre todos ellos –Delibes, Torrente, Buero, Martín Gaite, Ferlosio– descollaba Cela como escritor y, ante todo, como personaje nacional. Cela era en sí mismo una parte de la vida española, la que tenía que ver con las letras pero también con una determinada forma estar y de afrontar la presencia pública. Era el escritor cuando ser el escritor era otra cosa, también porque él lo definió para la época. Tras el éxito literario temprano, supo subirse al carro de los sucesivos vehículos de popularidad, acabando por la tele, donde dejó escenas chocarreras y memorables.

Umbral, la figura heredera, ya era algo distinto, mediado por la indignidad de la columna periódica, un escritor a veces considerado -no digo que de forma justa- como autor sin obra. Cela fue todavía un escritor puro, escritor de libros que le precedieron, mientras que la obra de Umbral, se diría, se fue construyendo en paralelo riguroso al personaje. Por cierto que, si hay que morirse alguna vez, a Cela y Umbral les cupo la suerte de hacerlo antes de que las redes sociales fueran juez último de la reputación. Se encoge el corazón pensando en algún tuit infeliz sobre actualidad política, en alguna opinión beocia tecleada durante una digestión pesada o una noche que se alarga, en el escrutinio cotidiano de los moralistas ociosos. Ahí está el ejemplo de Marías, antiguo columnista progresista y verosímil Nobel, como lo fue Cela, hoy despachado sumariamente como «señoro».

Acaso tampoco les encaje a los lectores jóvenes, a quienes se acercan por primera vez a la obra o la memoria del personaje, el contraste entre la perenne voluntad de experimentación literaria y la vida casi siempre al calor del poder de turno. De nuevo no será tanto culpa de Cela como de los usos instalados desde su tiempo; o incluso del espejismo que impide reconocer en el poder actual un avatar del antiguo: en cierto modo, no existe hoy más experimentación artística que la que tolera y sufraga el poder -que igual no es poca-. Pero la obra de Cela fue experimental, y lo fue desde el principio: la propia censura en la que había buscado trabajo le impidió publicar La colmena en España; y el Pascual Duarte es un aguafuerte violento, otro ejercicio de estilo, por más que después haya parecido, por efecto del tiempo, un retrato hiperrealista de autoría casi invisible. Tampoco se reservó la licencia para sí mismo: a través de Son Armadans y Alfaguara trazó un puente entre la oficialidad y los ignorados o exilados. Si todo lo hizo en beneficio propio, no pocas veces coincidió con el interés de la vida literaria nacional.

Quizás sea este rasgo, a la postre, el más rescatable hoy de alguien que pareció infinito en su tiempo y se ha olvidado demasiado rápido. En tiempo de militancias unívocas, cuando se quieren destruir a martillazos las barreras entre política, imagen personal y mundo de la vida, Cela no solo es irreductible a una sola dimensión -escritor, turiferario de este o aquel régimen, animador cultural, novelista experimental, cortesano democrático, celebridad televisiva, viejo enamorado-, sino que cada una de ellas alimentó las demás en un personaje total y, visto en su momento, de absoluta coherencia. Algunos aprovecharán la radicalidad con la que afirmó obra y vida; otros, su visión pesimista pero humana de una España inevitable, que encaja mal en el fervor nacionalista y peor en las revisiones progresistas. Habrá quien se quede con la naturalidad con la que encajó su ser literario, de absoluta autonomía, su estatus convencional de cortesano y sus licencias bufonescas. Vale la pena en todo caso recordarlo por algo más que un aniversario y no tengo duda de que le llegará el tiempo.

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