Pombo, asunto enorme
«El asunto de la existencia divina ha ido desapareciendo de tal manera que ahora hablar de Dios parece una obscenidad»
No recuerdo yo si lo leí en algún lugar o se me ocurrió un buen día, el caso es que alguien me preguntó si creía en Dios y le contesté que no, que no creía en Dios, pero que ya no me acordaba por qué. El asunto de la existencia divina ha ido desapareciendo de la vida cotidiana y de la vida social de tal manera que ahora hablar de Dios parece una obscenidad. La palabra misma asusta un poco, pero yo tengo un amigo, Álvaro Pombo, que no sólo es un gran escritor de poesía y novela, sino que además es un creyente verdadero desde la infancia y nunca ha renunciado a su fe. No lo ha tenido fácil porque ha estudiado con gran inteligencia la filosofía de los dos últimos siglos y lo cierto es que fue precisamente la filosofía la que dejó establecido que no puede hablarse de Dios. O, mejor dicho, que no se puede decir nada sobre Dios ya que la fe en su existencia es un asunto exclusivamente subjetivo. Hoy diríamos «privado».
Pombo es perfectamente consciente de que en la actualidad hablar sobre Dios con naturalidad es asunto reservado (y muy reservado) a un puñado de eclesiásticos, así como un tema de conversación que debe evitarse en la vida social para no incomodar. Precisamente por eso, Pombo ha escrito un libro sobre Dios como quien escribe un libro sobre las lagunas de Ruidera. El título lo dice todo: La ficción suprema (Ed. Rosamerón). Y yo, que me apunto a cuanto escribe mi amigo, lo he leído y me ha parecido uno de sus mejores libros.
No es fácil hablar de Dios, a menos de que uno emplee la artillería metafísica, porque hoy suponemos que lo así llamado «Dios» es una pura experiencia interior, íntima, subjetiva, de cada cual, oscura y silenciosa. Pero, claro, Pombo, que se conoce la metafísica de los modernos, entiende que de ser eso y sólo eso, Dios no podría existir porque «Dios» no es un ente, no es una cosa entre las cosas como son los zapatos o los bolígrafos. Y ese es el primer peldaño, el que subió con tanto talento y oscuridad Heidegger, que es uno de los maestros de Pombo, la separación absoluta entre las cosas y Dios, es decir, que Dios no es un ente, no es, digamos, como una farola o como las tempestades de otoño.
Sin embargo, a mi modo de ver el libro no trata sobre el Dios de los filósofos, sino sobre algo más humilde que es la experiencia religiosa (esta sí, íntima) de un chaval cántabro tocado por el dedo mágico de la poesía. Y aunque hay momentos en que a Pombo se le escapa el filósofo que lleva dentro, la mayor parte del libro nos cuenta, como en un poema, como en una novela, lo que esa palabra, «Dios», hizo en su espíritu, en su alma, en su interioridad, lo que allí revolvió, iluminó, sacudió, escondió, levantó y ocultó. Es una biografía de la experiencia secreta y por eso es tan emocionante como un poema.
En la experiencia de Pombo Dios es «la ficción suprema», a veces también «la ficción absoluta», siguiendo unos versos de Wallace Stevens. No sabremos nunca cómo se forjó ese poema del absoluto en un niño que comenzó a creer a partir de la culpa, la deuda y la responsabilidad: un hombre ha de pagar sus deudas, le dijo su padre, y Pombo obedeció hasta el día de hoy. Lo ha hecho a conciencia de que no podía pagar la enorme deuda contraída en el nacimiento, pero sí podía rebajarla día a día trabajando en “una cosa que yo podía hacer que era cantar la gloria del mundo” (p.43). Y así lo ha hecho.
En el libro figura una estupenda fotografía del Pombo actual, con barba, gafas de acero, boina y un estudiado desaliño que le hacen parecerse a los escritores católicos franceses de entreguerras. O quizás no a un escritor, sino a un santo.