THE OBJECTIVE
Cristina Casabón

Baroja no es un escritor rotonda

«No sabemos qué criterios han sido los que han denegado la medalla a Baroja y han otorgado a Grandes este homenaje hortera»

Opinión
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Baroja no es un escritor rotonda

Esta semana leía que los paletos del Ayuntamiento de San Sebastián niegan a Pío Baroja la Medalla de Oro de la ciudad. La parte mejor de la noticia viene cuando el periodista de El Cultural, que ha leído a don Pío, escribe: «Cabe pensar que, aunque no le vayan a dar la medalla, tampoco la habría querido». Me quito el sombrero. Su mayor fracaso sería que las instituciones, o el poder político, le reconocieran su valía y gran talento. Decía Baroja que es extraordinario que el hombre haya inventado la Odisea, el Don Quijote o el Hamlet… O el Macbeth. Y podríamos definir el negocio de la memoria histórica, cada vez más mezclada de ideología, con esta frase del quinto acto de Macbeth: «Es un cuento narrado por un idiota, de furia y de ruido, que nada significa».

Don Pío fue anti-todo, y por eso hay aún resquemores y toneladas de supremacismo pseudoétnico en País Vasco contra su figura. Pienso ahora mismo en Umbral, Delibes, Baroja y otros gigantes cada vez menos leídos, sin rotondas, sin estaciones… Y qué felices éramos cuando Atocha se llamaba simplemente Atocha. Un día nos despertaremos y el país se llamará España-Almudena Grandes. De Grandes solo he leído Las edades de Lulú, una novela malísima, nada comparable a las Memorias eróticas de Paco Umbral o a Delta de Venus, de Anaïs Nin, por mencionar literatura erótica que pueda seguir considerándose alta literatura. 

Leo que el Gobierno se negó a que se rebautizara el aeropuerto de la ciudad de Valladolid con el nombre de Miguel Delibes en 2021. Han negado a Delibes lo que ahora conceden a Almudena Grandes. Todo esto parece sacado del relato Grajos y avutardas, en el que Delibes narra el juicio de los cuervos, juicio en el que el veredicto final puede suponer el destierro o la muerte (a picotazos) del reo. «En tanto duraba la ejecución, la algarabía del bando se hacía estridente y siniestra».

Aceptaría que Almudena Grandes sea una escritora-estación, con la condición de que El Retiro pase a llamarse El Retiro-Umbral, o mejor, ya que nos ponemos horteras con esto de los nombres largos, el botánico podría llamarse Real Jardín Botánico de Umbral, ya que es allí donde Paco Umbral llevaba a sus novias a pasear. Qué paletada, qué horterada, pensarán algunos. ¿Pero no es mejor que seamos todos horteras a que nos coman literalmente el terreno, y los nombres de las calles, las rotondas y los edificios? 

No sabemos qué criterios han sido los que han denegado la medalla a Baroja y han otorgado a Grandes este homenaje hortera, pero cabe suponer que la ideología y el mal gusto se están imponiendo sobre la alta literatura. No es el hombre sin cultura, sino el hombre deformado por la cultura quien debería preocuparnos, y también el país deformado por su cultura. Ahora entiendo aquellos que, como Umbral, se negaban a ser un escritor rotonda. «Hay que huir de la gloria municipal y escolar. Hay que negarse a ser una lección de provecho», decía.

El escritor que se niega a ser un ejemplo moral bañado en bronce puede, a su pesar, ser después aprovechado, resumido y positivizado por el poder político. Cuando esto ocurre, solo algunos logran, con el paso del tiempo, seguir siendo interesantes. Mucho tiempo después, la obra de Baroja, dotada del hondo misterio de lo viviente, todavía no ha terminado de revelarse, de asimilarse, de consumirse ante sus lecturas. Su obra ha logrado seguir siendo rompedora y polémica. Él no querría ninguna gloria municipal y los del Ayuntamiento no van a dársela. En resumen, Baroja está más vivo que nunca, y aquí no dejamos ni que en paz descansen los difuntos. 

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