¿Con el bono cultural me podré comprar un empleo?
«Las medidas populistas no resuelven los problemas de los jóvenes»
La inflación desbocada, el déficit descontrolado, la deuda pública en cifras históricas, el país patas arriba por la huelga del transporte… todo ello, sin que el Gobierno dé muchas señales de enterarse. Pues bien, el Consejo de Ministros del pasado martes decidió regalar a los jóvenes que cumplan 18 años en 2022 (cerca de medio millón, según datos oficiales) un bono cultural Joven de 400 euros a través de una tarjeta prepago.
En plena tormenta política y económica, sin dirección ni liderazgo, el presidente Sánchez quiere hacer un guiño. ¿Cómo no apuntarse a la tarjeta? Pero el 30% de jóvenes parados que sobreviven como pueden quizá no entienda que el Gobierno se gaste unos presupuestos ya bastante ajustados en políticas populistas que nada tienen que ver con sus problemas reales.
Todos necesitamos afrontar nuestro futuro con un cierto optimismo. ¿Qué es necesario para que los jóvenes puedan encarar así el suyo? Pues un trabajo acorde con su nivel y área de formación, con un contrato estable en el medio plazo y un salario suficiente para vivir con dignidad. Poder emanciparse sin miedo a tener que regresar un día a casa de sus padres; decidir libremente formar una familia o no, comprar una vivienda y viajar, todo ello sin desdeñar la diversión y el entretenimiento. Probablemente les gustaría también tener algún indicio sólido de que en el futuro recibirán una pensión suficiente.
En definitiva, ser dueños de sus vidas. No sé si eso es pedir mucho o no, pero los problemas están claros. Que me diga el lector si el bono cultural resuelve alguno de ellos.
El primer problema surge en la universidad. El 47% de los jóvenes españoles cuenta con estudios universitarios y, al mismo tiempo, tenemos la tercera tasa de paro más alta entre graduados universitarios de la UE. A los que consiguen un empleo no les va mucho mejor. Muchos acaban aceptando trabajos que no tienen nada que ver con sus estudios. Es decir, que los jóvenes van a la universidad a sacarse títulos que no sirven para nada.
Las razones son estructurales. Tenemos muchas universidades emborrachadas de endogamia, con algunos rectores capturados por los intereses del sector, que desatienden la evolución del mercado laboral y los intereses de la sociedad. Tenemos, de nuevo en líneas generales, porque hay brillantes excepciones, un bajo nivel de investigación. Tampoco hay incentivos para salir del statu quo porque las universidades no reciben más financiación por hacer las cosas bien. No interesa mucho saber si lo hacen bien o mal, así no hay que dar explicaciones. Y así seguimos, con demasiados profesores que imparten sus clases leyendo un libro que publicaron ellos mismos hace 15 años, con títulos con un 20% de empleabilidad entre sus graduados y con miles de tesis de investigación que no se publican a nivel internacional.
El segundo problema es el mercado laboral. El desempleo juvenil en España está cerca del 30%. Buena parte del otro 70% tiene que enfrentarse a contratos temporales, medias jornadas, salarios pagados en b y a la incertidumbre. Es muy difícil que los jóvenes puedan invertir en una vivienda, ni en el alquiler de una casa sin compartir; mucho menos formar una familia o invertir en proyectos a largo plazo. La solución que ofrece el Gobierno es subir el salario mínimo, que incrementa el coste de contratación para la empresa a 1.500 euros al mes. ¿Cómo reduce esto el 30% de paro juvenil, cómo hace que los contratos basura pasen a ser contratos formales?
El tercer problema son las pensiones. Que levante la mano el joven que esté tranquilo pensando en la pensión pública que recibirá del Estado cuando se jubile. El gasto actual no hace más que crecer, por la subida de las pensiones en sí y por el aumento de jubilados. El incremento de la esperanza de vida es una buena noticia, por supuesto, pero hay que gestionarlo. Por si fuera poco, la última reforma pactada por el ministro Escrivá elimina los aspectos clave de la reforma anterior que hacían nuestro sistema de pensiones un poco más sostenible. Así, endosa una hipoteca a cada joven de 100.000 euros hasta 2070. Y los jóvenes, que no tuvieron nada que ver con el baby boom de los años 50, tendrán que pagar la deuda, ya sea con mayores impuestos sobre sus ingresos o con pensiones más bajas cuando les toque a ellos jubilarse.
Estos son retos complejos; por lo tanto, requieren soluciones complejas. El bono cultural es todo lo contrario. De hecho, es un insulto disfrazado de regalo a los jóvenes. Muchos tienen sus esperanzas puestas en los fondos europeos, que llevan el nombre de Next Generation EU por alguna razón: para que al fin alguien les ofrezca un futuro optimista. El Gobierno no ayuda a los jóvenes gastándose el dinero en medidas populistas. Tampoco ayuda al resto de los españoles.