Liberales traidores a la patria fiscal
«El sanchismo ha querido desde su nacimiento que el patriotismo sea entendido como la sumisión al dictado del Gobierno»
El sanchismo se ha envuelto en el patriotismo para imponer un engendro ideológico al que llama «Plan de choque». Es el nuevo engaño. El Gobierno propaga la idea de que la situación económica es culpa de «la guerra de Putin», con lo que se libra de la responsabilidad acumulada, y aprovecha para colocar su proyecto de dependencia del Estado.
Esto es acompañado por una campaña de propaganda que pretende definir como traidores a la patria a quienes critican o se oponen a dicho plan de choque. Hablan de «soluciones de país», pero lo han dictado por decreto para evitar que se discuta por partes. Dicen que los «ciudadanos no entenderían» que la derecha no apoyara al Gobierno, cuando en realidad lo que no entiende la gente es por qué no bajan los impuestos.
Es este punto débil cuando empiezan a hablar de que hace falta más «pedagogía» para que la masa idiota, esa mayoría que no aplaude al Gobierno, entienda la altura del proyecto. El empeño es que comprendamos que el expolio fiscal a todos es por nuestro bien, porque solo estos políticos extractivos saben quién debe tener la riqueza, y cuándo y cómo debe emplearse. Ya. Pero es muy difícil que la gente no vea que esas ayudas del Plan de Choque son el reparto del dinero que previamente nos han quitado o nos quitarán dentro de tres meses.
Los sanchistas y sus terminales mediáticas intentan hacernos creer que saldremos más pobres de esta guerra, cuando en realidad el empobrecimiento comenzó cuando el PSOE y Podemos llegaron al poder. Cada español es 1.154 euros más pobre desde que Sánchez duerme en Moncloa. No sorprende. Es la demostración, una vez más, de que su modelo económico trufado de ideología y negligencia es un fracaso sin paliativos.
Sánchez, como buen autoritario mesiánico, disimula apelando al patriotismo. Norbert Elias escribió que el sentimiento patriótico es el amor a un colectivo que llamamos «nosotros». En fin. A estas alturas es obvio que Sánchez solo se quiere a sí mismo.
El presidente apela a un «nosotros» contra el que ha trabajado desde 2014 y su «no es no». Luego, en 2018, aceptó cuestionar el cuerpo político, el «nosotros», para ganarse el voto de los separatistas. Ahora, acogotado por la realidad económica, apela al apoyo de quienes repudió, de esos a los que insulta llamando «extrema derecha» y «ultraderecha», los mismos a los que quiso excluir para conformar un consenso político rupturista que pusiera las bases de un nuevo Estado. Lo dijo Pablo Iglesias cuando era vicepresidente y Sánchez aplaudió.
Resulta patético que el sanchismo apele hoy al patriotismo para aprobar un plan estatista que resulta un tremendo engaño. El patriotismo hoy es otra cosa, es un compromiso activo con el sistema que permite la libertad política colectiva y la salvaguardia de los derechos individuales. Es el revulsivo, como escribió Maurizio Viroli, al nacionalismo esencialista, que es justo lo que defienden los socios separatistas de Sánchez. No es posible ser patriota de la libertad e ir del brazo de los nacionalistas que anulan esa misma libertad.
Un patriota trabaja para el bien del «nosotros», y este plan de choque solo beneficia a Sánchez y a su corte de ingenieros de almas. Su proyecto nos hace más dependientes del Estado, elimina las libertades, nos infantiliza después de sangrarnos a impuestos y desprecia la responsabilidad individual de los españoles. Su plan nos mantiene en esa espiral estatista que empobrece, que hace crecer la deuda pública por encima de nuestras posibilidades y que elude cualquier tipo de reforma estructural que potencie lo que ese «nosotros» lleva dentro: la iniciativa.
El sanchismo ha querido desde su nacimiento que el patriotismo sea entendido como la sumisión al dictado del Gobierno, el silencio de los corderos contribuyentes. Véase lo ocurrido con los falsos estados de alarma. Es ese patriotismo falso del que hablaba Arendt cuando se refería al poder unificador del enemigo nacional común. Los sanchistas señalaron a todos los no progresistas como enemigos y ahora piden asentimiento mudo a esos mismos a los que despreciaron. Pues va a ser que no. Qué traidores somos.