Mario Muchnik, mi padre y yo
«Muchnik ha sido un ejemplo para muchos editores por su entrega al oficio, por la pulcritud de sus trabajos y por su indomabilidad frente al mercado»
Mario Muchnik murió el domingo en Madrid, tenía 91 años, y yo me acordé de cuando expuso en Zaragoza, en la Biblioteca de Aragón, una muestra de retratos de escritores. Mi padre tenía que entrevistarlo y yo, que estaba haciendo un curso de fotografía, me colé para hacerle un retrato y escuchar la entrevista. No creo que pronunciara muchas palabras delante de Mario Muchnik. Era noviembre de 2008. Paseamos por la sala donde estaban las fotos. En un momento mi padre le preguntó cuándo empezó a fotografiar escritores y Muchnik respondió: «Nunca he fotografiado escritores». Mi padre mira la pared, señala los retratos y dice: «Nadie lo diría». Entonces Muchnik explica que la fotografía forma parte de su vida, en la que hay escritores, y que les hace fotos como les hace fotos a otras cosas o como la serie de denudos que le hizo a su mujer muy al principio y que ella (entonces, no sé ahora) no le dejaba mostrar. «Hacía fotos en las que el blanco no tenía ese tono lechoso ni el negro tenía el color tinto, parecían huecograbados, en la línea de las fotos que había hecho años atrás la revista Camera Work, con Alfred Stieglitz y Edward Steichen», dice Muchnik. La entrevista se publicó en Heraldo de Aragón, pero la versión íntegra está publicada en el blog de mi padre. Lo ilustra una foto que no es la que yo le hice: posaba delante de la verja de la Biblioteca, le pedí que sujetara su Leica, como si fuera a disparar –no fue una idea especialmente original, me doy cuenta ahora que busco imágenes suyas y aproximadamente en un tercio de las que encuentro, el fotógrafo tuvo la misma idea que yo.
Mario Muchnik ha sido un ejemplo para muchos editores por su entrega al oficio, por la pulcritud de sus trabajos y por su indomabilidad frente al mercado, que lo intentaba seducir para luego expulsarlo. Muchnik editores, Seix Barral, Ariel, Anaya-Mario Muchnik, El taller de Mario Muchnik (luego El Aleph) son algunas de las editoriales en las que trabajó, algunas las fundó. Entre sus méritos está el de publicar en español a Primo Levi y a Elias Canetti, al que acompañó a Estocolmo a recoger el Nobel para documentarlo todo. Resulta que el carrete estaba mal colocado y todas las fotos salieron borrosas. Muchos de los rescates que se dan ahora en parte son expurgos de sus catálogos. Su legado está compuesto por fotos y libros, algunos sobre el oficio de editar, otros sobre lo que lo rodea (Lo peor no son los autores, «el ¡Hola! del mundo literario», decía que lo llamaban). En Oficio de editor escribe: «‘Hacer libros’ puede significar escribirlos o editarlos. Yo he hecho ambas cosas y soy incapaz de optar por lo uno o por lo otro: escribir me divierte tanto como editar, si bien editar tuvo la ventaja de darme de comer. La tarea de editar es tan diferente de la de escribir como de la de leer. Se escribe en la intimidad, en la soledad. Como se lee». Con la muerte de Mario Muchnik se va un editor de oficio, con intuición, que seguía a Einaudi: «Un libro se publica si es bueno, no se publica si no lo es, y toda consideración comercial ha de plantearse después de la decisión puramente literaria».
Parte de la pena que me produce su muerte, y parte del cariño que le tengo a Muchnik, no tiene que ver en cambio con su trabajo de editor. Responde a que me acerca a mi padre, a ese día lejano en que le acompañé a entrevistar al editor europeo nacido en Argentina como, imagino, Muchnik acompañaba a su padre en sus tareas.