Sánchez, impulsor del lepenismo en España
«A diferencia de en Francia, en España está malversada la palabra ‘ultraderecha’»
El problema de los dirigentes mediocres es que se quedan pronto sin argumentos, si alguna vez los tuvieron. El último de Rajoy fue Podemos, la amenaza de Podemos. El de Sánchez es Vox. Lo paradójico es que su comportamiento es el contrario del que correspondería si temieran de verdad la amenaza: en vez de actuar para combatirla en la práctica, la alientan. La paradoja se explica, claro, porque la amenaza solo es considerada instrumentalmente: como argumento.
En Francia el Partido Socialista, que alentó a Le Pen (estos son ya como los Kennedy: «¿Qué Le Pen?», «Cualquier Le Pen»), ha pagado su pecado con la desaparición. Aportación patriótica insuficiente, puesto que le ha dejado un problema a Francia: Le Pen (y de paso Mélenchon). En España tarde o temprano pasará lo mismo con el PSOE, al que Sánchez –como le ha contado Ignacio Varela a David Mejía–ha sometido a una implacable operación de taxidermia. Del PSOE solo queda el muñeco en la estantería: dentro no hay nada. (En este sentido, Sánchez ha hecho el PSOE a su estricta semejanza.)
Como personaje poco firme, siempre envuelto en el bullshit que emite con su langue de bois (¡permítanme los extranjerismos!), Sánchez es un incesante emisor de síntomas. Apunto el más reciente antes de volver al que pensaba. En el Día del Libro invitó en Twitter a la lectura celebrando «la ilusión por conocer historias que nos atrapan». El amigo Amberson IV comentó: «A los amantes de la poesía y el ensayo, ni caso, oiga». Y Paseante Invisible: «Es una confusión de la parte por el todo muy común entre quienes no leen much»». De manera que un simple tuit de Sánchez resulta sintomático de lo poco que lee. Algo que, por otro lado, no nos pilla por sorpresa. (Está muy extendido el chiste de que ni siquiera ha leído la tesis que escribió.)
El otro síntoma, más importante, es de la semana pasada, cuando Sánchez habló de las únicas dos opciones que tendrá el electorado español en las próximas elecciones generales: «Una coalición de la derecha con la ultraderecha o una coalición de centroizquierda entre el PSOE y el espacio que represente Yolanda Díaz». La formulación no solo es tramposa. También es, como digo, sintomática: revela muchísimo… por medio de la ocultación.
No sé si Sánchez tiene sentido de culpa (es dudoso, en un narcisista blindado como él), pero desde luego sí tiene conciencia de lo que hace. Y sabe que está mal. Por eso lo esconde. Para formar un futuro Gobierno, Sánchez deberá pactar con los mismos con los que ha pactado para formar el actual Gobierno. No solo con «el espacio que represente Yolanda Díaz», sino también con Podemos (si no van en el mismo «espacio»), y con ERC y con Bildu. Un centroizquierda muy peculiar, que incluye a golpistas y a proetarras; nacionalistas y xenófobos ambos, por cierto, a unos niveles que rebasan los de Vox.
A diferencia de en Francia, en España está malversada la palabra «ultraderecha». La ha malversado la izquierda. Aquí se ha acusado de ultraderechista hasta a Ciudadanos. Por supuesto, también al PP. Vox, cuando ha surgido, se ha encontrado con el camino muy allanado. ¿Con qué van a calificarlo ahora si el significado que le han dejado al término «ultraderechista» es «crítico con el Gobierno» (o, como recordaba Álvarez de Toledo, «crítico con el nacionalismo», lo que ya no es solo malversar, sino invertir su significado)?
Ahora Sánchez se presenta como la única alternativa al lepenismo que impulsa. Como si él fuese Macron y no todo lo contrario: alguien contra el que votar, entre sus dos opciones.