¡¡Arriba las manos, inteligencia en acción!!
No hay libertad sin Ley e Información. Los “voceros” son prisioneros de sus Mitos. Manipular consiste en hablar al corazón, dar soluciones fáciles a problemas complejos. El único “Hombre del Saco” en una Democracia es la ignorancia de la ley, los derechos y obligaciones
Periódicamente aparecen «informaciones» que por la causalidad de unos u otros interesados, de forma casual son como piedras lanzadas en un estanque: buscamos que las Ondas lleguen a la orilla con la fuerza suficiente como para provocar la Molicie a una sociedad que empiece a preguntar demasiado.
Vistos datos y esquelas, denuncias y reportajes, al final casi siempre son viejos esqueletos unidos para «resucitar» banderas, banderías y chantajes políticos en los momentos adecuados que se necesita «un consenso forzado».
No soy quién para juzgar las intenciones de nadie en nada, puesto que pertenecen a la conciencia… de aquel que la tenga. Doctores tiene el Mundo para determinar cuales son los mecanismos de auto engaño o de capacidad de «soportar» las mentiras propias en aras de un beneficio político, sectario e incluso «revanchista».
Me he aprovisionado de «munición» legal, de legajos de hemerotecas, jurisprudencia nacional e información de entidades plurinacionales de las que se llaman de «prestigio independiente». Todas hacen una bonita ristra de siglas y onomatopeyas: ONU, OSCE, UE, Ley Orgánica, Real Decreto, web… y como soy un poco analógico he impreso hasta la saciedad cada vericueto de la pieza a cobrar. Poco ecológico, lo se. Pero mañana plantaré tantos arboles como me deje la norma municipal.
Necesito no errar este tiro, porque cobrar la pieza o no, ya no es prioritario; prefiero señalarla con pintura para como escarnio todos sepamos los límites de la verdad y del chantaje.
En resumen: parece ser que el gobierno, en cumplimiento de lo que considera su salvaguarda y la del estado, decidió sin encomendarse a ordenamiento jurídico, ni someterse a consultas bizantinas, el uso de herramientas que vulneraban el Titulo 1, capítulo segundo en su sección 1ª, en concreto el artículo 18, en sus apartados 2 y 3 de la constitución de 1979, que todo ciudadano debe conocer para reclamar y cumplir los deberes y derechos que se le otorgan gracias al sacrificio de quien, con mejor o peor tino, construyeron la precaria casa que a todos nos acoge, aunque algunos desean su demolición. No entraré en la trampa de discutir sobre procesos legales. No me gustan los cepos retóricos y demagógicos de los «voceros» ofendidos en su intimidad, pero ofensores «confesos y en trámite de resolución judicial desde el 2013», de aquello mismo que acusan dándose golpes en el pecho y con lágrimas de cocodrilo.
Voy a minar mi cubículo. Así me quedaré más tranquilo cuando vengan por mi o decidan el vilipendio. Nada tengo, nada debo, nada temo, puesto que en mi «fortuna o hambre» mandan soberanamente las acciones ejecutadas durante toda mi vida.
Un estado se defiende como puede y con lo que puede, se le otorga tácita o explícitamente, rindiendo cuentas de la forma, siempre insuficiente, que marca el poder legislativo. Si deseamos otro modelo, ejerzamos el derecho de batallar y exigir usando la Ley Orgánica 3/1984 de 26 de marzo, sobre la iniciativa legislativa popular. Gracia me hace que ni tengamos como cabecera desde la infancia la Constitución, ya sea para adorarla o para desear su cambio, como gracia me hace la piel fina que tenemos cuando levantamos las alfombras en las que hemos dormido calentitos, sin querer saber como se logra «transitar tranquilos sobre ella». Me asombra la hipocresía de los «falsos demócratas y débiles jurídicos» que se escandalizan de aquello que les permite un relativo confort y seguridad de la vida y la hacienda, provocando el minado de cualquier estado de derecho. Somos más papistas que el Papa y nadie nos gana al espectáculo de circo sobre el escarnio y dolor de alma que decimos tener al conocer lo que en otros países se enseña desde primaria. La ideología en este punto no hace distinciones, pues sucede lo mismo en países de órbita azul, verde, roja o morada… y quien mantenga lo contrario es tendencioso, hipócrita o un iletrado en conocer su propio País y la historia de la humanidad.
La inteligencia no es un arma arrojadiza, ya sea económica, institucional o militar. Es el paraguas que nos asiste en la toma de decisiones sobre la salvaguarda de nuestros intereses, o de los intereses de otros, si como ocurre frecuentemente somos «lacayos» de otros colectivos o naciones que nos imponen sus criterios con «sonrisa beatifica» y unos centenares de quintacolumnistas bien pagados, creyentes paniaguados que trafican con el poder que tienen según la voz de quien les dirige.
La inteligencia económica sirve para aumentar la competitividad de las empresas conociendo mercados, competidores, riesgos jurídicos y haciendo aflorar las oportunidades para las empresas de un País. Todos los países la hacen, todos los países la enseñan desde la tierna infancia y escolarización obligatoria, para que en el futuro puedan rendir en condiciones de igualdad y competitividad decente ante empresas de otras patrias e intereses de otros Lobbies. Bueno, es cierto que no en todos los países se da, en aquellos que no gozan de desarrollos propios y dependen de la caridad y asistencia de otros, esto no se puede dar; y tampoco se puede dar en aquellos lugares en los que se ve al Estado como enemigo a batir aun a costa de nuestra vida. Somos Cainitas hasta para darnos «un tiro en el pie».
La Inteligencia del Estado no es secreta, no es oscura y no huele a «alcantarilla», al menos desde las reformas realizadas tras el periodo constituyente y con la dificultad de cambiar «motores sin para el coche». Mejorable es todo. Pero tampoco veo un deseo participativo de la sociedad civil en estos temas. Sólo importan las informaciones que nos sirvan de «artefacto para incendiar al contrario», aunque nos abrasemos las manos y dependamos para siempre de voluntades compradas y «suframos síndrome de Estocolmo desde la lactancia».
Las necesidades de enfrentar amenazas económicas, sociales, de crimen organizado o de extraterrestres que deseen abducirnos, se llama «Directiva de Inteligencia», en la que aquellos que se les otorga temporalmente el timón del Barco, conocen y desarrollan «los rumbos que estiman para el mejor cumplimiento y salvaguarda de la ciudadanía». Se llama Gobierno, y cada cuatro años los podemos cambiar si lo hacen mal. Delegar renunciando a la acción civil comprometida, y argumentando que nada se puede hacer contra los «aparatos de los partidos» que se reparten el poder y nuestras vidas en partidas de cartas amañadas, es reconocer que somos mediocres actores de nuestras propias vidas.
Para ejercer ese «pilotaje de la nave» se les dota de poderes y les asisten toda la ciudadanía articulada en sociedad civil, en empresas, colectivos privados y por definición de «servidores públicos» que tienen encomendada la tarea de cumplir esa «directiva» de la mejor forma posible y apoyándose en las leyes del Estado, las propias capacidades y competencias, y en unos recursos económicos o dotaciones asignadas en los presupuestos generales del Estado. Soy del parecer que vemos demasiada televisión y películas con final feliz y música de fanfarrias, pero que somos poco partidarios de informarnos de cómo funcionan los engranajes del Estado. Es «mucho mejor y más rentable socialmente» conocer la vida de gente zafia y programar los mecanismos para escaquearnos en los deberes, dando ejemplo directo a nuestros hijos con la queja permanente en la boca.
Para aquellos que deseen de dejar de ver durante un rato «Barrio Sésamo» o las habilidades de esforzados «balompedistas», les recomiendo que empiecen por buscar en ese internet que vale para más que leer la prensa, las dotaciones presupuestarias de esa parte del Estado que nos protege de aquello que dijimos que deseábamos no perder: identidad, libertad, respeto social, progreso económico… y que veamos cómo lo hacen, leyendo las normas que los controlan, ajustan sus presupuestos, seleccionan y disciplinan a sus componentes, rinden cuentas al gobierno, al parlamento, a la judicatura, y al derecho internacional para luego tras leerlo seamos capaces de mirarlos a la cara.
Tenemos la piel tan fina que devoramos literatura conspirativa y cine «de acción», para luego escandalizarnos si una pequeña parte de lo «devorado» resulta que sirve para que nuestra barriga crezca y la comida llegue a nuestra mesa. Como siempre si lo hacen los demás «son unos héroes», pero si lo hacemos nosotros, «Caín» brota de lo más profundo indignados del mundo en que vivimos.
No enseño a nadie, ni pretendo suplir la vergüenza que siento por la dejadez propia ante la tarea colectiva que tanto proclamo. Pero recomiendo un poco de lectura jurídica antes de criticar y sobre todo para pedir explicaciones a los «aforados de la patria». ¿Por qué si tan malas son las leyes, no son cambiadas nunca, venga en color que venga, ni mande la diestra, la siniestra o la medio pensionista?.
Preguntemos por que todo gobierno desconfía tanto de nosotros, que nos cree menores de edad ante la pésima vertebración de la sociedad civil, permanente subsidiada por un cómodo paternalismo el cual seguimos exigiendo. Leamos y consultemos a doctos en materia porqué nadie cambia la ley de secretos oficiales es del 5 de abril de 1968 y no hay más reforma que la realizada el la ley 4/1978 de 7 de octubre, en la que entre otras cosas, se nos dice en su articulo 10 que nada es clasificado y secreto para los Diputados y Senadores, que pueden saber en conformidad a lo que las leyes marcan, todo aquello que deseen conocer sobre eso que tanto morbo les da, ya que los portavoces en comisión, controlan los gastos reservados, la información sobre objetivos, funcionamiento, actividades… que el Estado marca para su salvaguarda. Siendo que también cualquier ciudadano puede acceder libremente a conocer la ley reguladora de esa parte del Estado, las normas que controlan el personal, sus funciones, sus atribuciones, sus limitaciones jurídicas amparadas siempre ante magistrado del tribunal supremo en lo que afecta a lo que más nos importa, nuestra intimidad y nuestras conversaciones. Las mismas que publicamos en redes sociales, entregamos a «robots y elementos domóticos» y la misma que damos gratis a empresas extranjeras como Google, Facebook, Twitter…
Y por supuesto esos «Voceros» piden que «dejen de cumplir por lo que se les paga», a saber: preservar la constitución y su articulado contra cualquier persona o colectivo que desee por procedimientos no legítimos socavar las instituciones, es decir la manta que nos cubre (cada vez más fina y raída gracias a nuestra ignorancia), teniendo que entregar información y procedimientos a aquellos que están, o bien manchados de sangre, bien desean la subversión del estado, bien desean conocer sólo Dios sabe que información sobre qué actividad para poder darse golpes de pecho. Cosa que no les debe preocupar por que si se hubieran leído la ley sabrían en qué forma y procedimiento está el modo para obtener, sin tanto griterío, lo que parece que les va la vida. Evidentemente la suya, por que la nuestra, a las pruebas me remito, sólo les importa cuando deben sangrar al contrincante cada legislatura. Lo que pasa es que es más emocionante salir en la televisión gritando las «injusticias del sistema y exigiendo cosas que la ley no permite».
En definitiva, somos un dechado de demócratas concienciados, formados y que ejercemos nuestra fuerza como sociedad civil de forma permanente. Eso si, entre episodios de Barrio Sésamo, tribulaciones de gente en concursos televisados de supervivencia en inhóspitas islas o las vitales preocupaciones por los entresijos y disputas familiares que duran más que la propia vida de Matusalén.
Les tengo que dejar. Los anuncios se acaban y en la programación decían que tenían una información muy relevante y exclusiva sobre el cuñado tercero, del vecino de calle, que se cruzó hace dos semanas con el coche del jugador de futbol de cuarta regional de Madagascar… No sea que me lo pierda y mañana no tenga de que hablar en las redes o en el trabajo y me convierta en un «aburrido y apestado».