De la degradación institucional a la indefensión
«Si dejamos a un lado el teatrillo, lo que queda es que un gobierno extranjero ha espiado a nuestro presidente y nuestra ministra de Defensa y a nadie se le ha ocurrido preguntar qué vamos a hacer»
La tesis más repetida es la más verosímil: el espionaje al presidente y a la ministra de Defensa existió, pero su anuncio no fue un acto de transparencia, sino de oportunismo. ERC ha fruncido el ceño tras la revelación del espionaje y el Gobierno ha jugado a hacerse la víctima para remendar las costuras del bloque de investidura. A quienes saben de esto no les ha sorprendido el espionaje -dicen que sucede más a menudo de lo que parece- sino la confesión: un Estado que exhibe sus debilidades se ablanda ante sus enemigos y se desprestigia ante sus ciudadanos.
Si asumimos que detrás de la confesión late la intención de apaciguar a ERC, el Gobierno habría demostrado ser la ‘x’ del caso Pegasus: nadie sobreactúa su victimismo si no tiene complejo de victimario. Y si a esta hora ERC todavía no ha roto con el Gobierno es porque prefiere ignorar lo obvio (entre principios y poltrona, siempre gana la segunda). También se confirmaría lo que temíamos hace un par de semanas: Sánchez se permite gobernar con partidos que considera espiables, y por tanto un riesgo para la democracia; el famoso sentido de Estado era esto.
Con todo, Sánchez nos tiene acostumbrados a estas cosas; en estas mismas páginas, Ignacio Varela definió el sanchismo como un estilo político que «subordina cualquier criterio a un proyecto de poder personal». La novedad, por tanto, no está en la compra de saldo presidencial con descrédito institucional, sino en que esta vez interviene un «agente externo». Si dejamos a un lado el teatrillo, lo que queda es que un gobierno extranjero ha espiado a nuestro presidente y nuestra ministra de Defensa y a nadie se le ha ocurrido preguntar qué vamos a hacer. Si preguntamos, nos dirán que estas cuestiones no se resuelven en público, pero cómo no exigir una respuesta pública a un ataque que el Gobierno decidió expresamente publicitar.
Algunos dirigentes con tentaciones autocráticas tienen la capacidad de intimidar a los enemigos externos. Logran que su población les perdone ciertos atropellos porque son percibidos como protectores, casi un mal necesario frente a la amenaza exterior. Sin embargo, frente al agresor externo, Pedro Sánchez inspira debilidad, falta de recursos, incluso desinterés. Su liderazgo se queda en las fotografías y su ira en la oposición. A la incertidumbre económica, la degradación institucional, la inestabilidad parlamentaria y la polarización política se suma un ataque externo. Cuando habíamos aprendido a vivir con la vergüenza, nos toca aprender a sentirnos indefensos.