¡Para salvar el planeta, necesitamos niños!
«Por supuesto, no querer ser padre es respetable, y las personas que toman esa decisión no deben sentirse culpables. Sin embargo, la razón ecológica no se sostiene. No solo privarse de tener hijos no tiene ningún impacto en el cambio climático»
Rémy Verlyck es el director general del think tank Familles Durables, fundado durante la pandemia. Su objetivo es pensar en los desafíos diarios de las familias francesas y cómo apoyarlas mejor
«Todo el mundo se pregunta cómo dejar un mejor planeta para nuestros hijos, pero más bien deberíamos pensar en dejar mejores hijos para nuestro planeta». Esta cita que a menudo se atribuye a Clint Eastwood, es, sin embargo, del profesor y escritor canadiense Gerry Burnie. No obstante, encaja bien con el carácter del actor y padre de 8 hijos. En un momento en que la realidad del cambio climático se impone en nuestras mentes, esta provocativa propuesta nos da ciertas pistas de como mirar al futuro. En un contexto de ecoansiedad y desplome de la confianza en el futuro, cada vez son más las personas que pierden el gusto por la vida y renuncian o dudan en procrear. Sin embargo, parecería que dar a luz a menos niños casi no tendría ningún efecto sobre el medio ambiente. Esta tendencia podría incluso tener el efecto de ralentizar el ritmo de innovación necesario para la transición ecológica.
«Eco-ansiedad», «solastalgia»: dos nuevas palabras para señalar un nuevo mal. Estas palabras definen un sentimiento de conmoción y desesperación ante el cambio climático, con fuertes repercusiones en la salud mental. Estas palabras definen por un lado la reacción a la experiencia personal de degradación del propio entorno, y por otro, el cóctel de angustia e ira ante la falta de toma de conciencia y de decisiones ante los efectos del cambio climático.
Las mujeres y los menores de 40 años parecen ser los más afectados por este fenómeno, sin que se pueda establecer ningún vínculo con el nivel educativo. Otro estudio realizado por la Universidad de Bath en 2021 a 10.000 jóvenes en 10 países y publicado en The Lancet confirma el impacto de la ecoansiedad: el 84% de los jóvenes occidentales dicen estar preocupados por el calentamiento global, el 59% extremadamente preocupados y el 40% dudan en procrear. Esta cifra debería inquietar también a aquellos interesados en la previsión geopolítica y económica. Los encuestados tienen una imagen negativa de las acciones implementadas por su gobierno, consideradas insuficientes, despertando el sentimiento de traición del que habla Greta Thunberg. Los costes sociales y económicos de esta nueva angustia deberían alarmarnos, ya que la Fundación FondaMental estima el coste de la enfermedad mental en 160.000 millones de euros en Francia en 2018, afectando a 12 millones de personas incluso antes de la crisis sanitaria.
Vemos así los efectos del cambio climático no solo en nuestro hábitat sino también en nuestra psique, teniendo este tema influencia en el comportamiento reproductivo. En 2017, la climatóloga estadounidense Kimberly Nicholas de la Universidad de Lund ganó notoriedad internacional al publicar un estudio que identificó que la forma más efectiva de reducir nuestra huella de carbono era tener menos hijos. Transmitir vida sería malo para el planeta, porque el niño y su descendencia serían fuentes de gigantescas emisiones de carbono.
Surgen dudas sobre este enfoque: no se puede considerar el futuro teniendo en cuenta las emisiones de carbono acumuladas de un hipotético descendiente y por otro lado considerar que las futuras políticas de transición ecológica y las innovaciones tendrán una eficacia nula en la reducción de nuestras emisiones.
Además, cabe añadir que la utilidad de calcular la huella de carbono es precisamente cuantificar las emisiones de un individuo sin incluir las de otras personas. Por lo tanto, no sorprende que Kimberly Nicholas revisara sus conclusiones en Bajo el cielo hacemos, publicado en 2020, donde señala el impacto casi insignificante de nuestras decisiones individuales en comparación con las políticas de transición que pueda implementar el gobierno. «Reducir la población no salvará el planeta», dice ahora la científica. Incluso si la reducción de la población tuviera este poder, ahora probablemente sería demasiado tarde para que esta palanca tuviera algún efecto sobre el calentamiento global, agrega.
Desde 1960 se nos ha señalado del peligroso crecimiento exponencial de población, lo que parece entrar en contradicción con la nueva advertencia de los científicos que señalan preocupados ahora cómo el envejecimiento de la población europea se extiende ya a todo el planeta. Según un estudio financiado por la Fundación Bill & Melinda Gates y publicado en The Lancet en julio de 2020, los demógrafos proyectan que la población mundial, actualmente estimada en 7.870 millones, se estancará a mediados del siglo XXI, antes de disminuir. El pico se alcanzaría en 2064 con una estimación de 9.700 millones de humanos, antes de volver a caer a 8.800 millones a finales de siglo. 23 países incluso verían reducir su población a la mitad, entre ellos España, Italia, Japón y Tailandia.
Entre los hallazgos de este estudio, el envejecimiento y la reducción de la población en edad de trabajar son un escollo importante para el crecimiento económico global y, en consecuencia, la capacidad de financiar la innovación necesaria para la transición ecológica. Más sorprendente aún, las tasas de fecundidad ya no serán suficientes para la renovación generacional en 183 países de 195. Esto explica los sucesivos reveses de China, particularmente preocupada y acostumbrada a planificar su futuro a largo plazo. Tras poner fin a la famosa política del hijo único en 2015, China permite desde 2021 un tercer hijo por familia y ha reducido autoritaria y drásticamente las posibilidades de recurrir al aborto.
En Francia, como en otros lugares, el equilibrio del sistema social se basa en la solidaridad intergeneracional. Si la tasa de fecundidad total alcanza los 1,84 hijos por mujer en 2020, es interesante señalar que cuando se les pregunta sobre el número ideal de hijos deseados, las mujeres responden en promedio 2,39, más allá de los 2,05 necesarios para la renovación de las generaciones imprescindibles para el modelo social. Que las mujeres se priven de tener los hijos deseados en la séptima potencia mundial plantea interrogantes. Una atención inadecuada durante los primeros meses del embarazo y después del parto, el desafío cultural de involucrar a los padres en el cuidado y la educación de los niños, la falta de disponibilidad de guarderías, pero también la disminución de la conyugalidad y el celibato no deseado deben tenerse en cuenta en una reflexión holística. La nota sobre la tasa de natalidad publicada en mayo de 2021 por el Haut-Commissariat au Plan confirma que Francia ya se toma en serio el tema de la tasa de natalidad.
Según las predicciones analizadas en 2018 por la Fundación Robert Schuman en Europa 2050: suicidio demográfico, Europa vería estancada su población en torno a los 500 millones y perdería 49 millones de personas en edad de trabajar. «Con una tasa de fecundidad global cercana al 1,5, mañana Europa tendrá generaciones de jóvenes trabajadores un tercio menos que las de hoy. Una caída en el número de nacimientos es, para un país, el equivalente a lo que es una reducción en la inversión para una empresa; esto permite beneficiarse, durante un tiempo, de una tesorería más cómoda, a costa de posteriores problemas graves».
Por supuesto, no querer ser padre es respetable, y las personas que toman esa decisión no deben sentirse culpables. Sin embargo, la razón ecológica no se sostiene. No solo privarse de tener hijos no tiene ningún impacto en el cambio climático, sino que el envejecimiento de la población tendrá profundos impactos económicos, sociales y geopolíticos, reduciendo la capacidad de reacción. Por lo tanto, trabajar para hacer que las sociedades sean más sostenibles a través de un aumento sostenible de la tasa de natalidad debe colocarse en el centro de nuestra reflexión. Para ello es imperativo fortalecer el ecosistema familiar donde las personas experimentan costosas dificultades humanas y sociales. Esto requiere seguir mejorando el equilibrio entre la vida laboral y personal y la igualdad de género; pero también y sobre todo escuchar las demandas de una transición ecológica y sostenible de esta juventud ansiosa y enfadada y encima ahora agotada por los efectos de la crisis sanitaria, hasta el punto de perder el gusto por la vida y su transmisión. Para salvar el planeta, la solución está dentro de nosotros, al contrario de lo que a veces creemos.
Este artículo se publicó originalmente en Le Figaro. La traducción del mismo ha sido cedida por su autor.