Como en la Guerra Fría
«Parece mentira que los miedos de la Guerra Fría hayan vuelto a ser nuestros miedos»
Hace unos días veíamos las imágenes del desfile militar del 9 de mayo en Moscú para conmemorar lo que en Rusia se conoce como la Gran Guerra Patria contra el nazismo. Por más que se hablara de un desfile menos nutrido y espectacular que en años anteriores, las imágenes han tenido en este 2022 un impacto especial por producirse en plena invasión de Ucrania y bajo pretextos forzados que intentan remitir a la Segunda Guerra Mundial. Para los observadores externos, este año esas imágenes se parecieron más a las que tantas veces hemos visto en documentales de la Guerra Fría. Unas décadas que atemorizaban por el conflicto real, ideológico y simbólico, ejemplificado también en diferencias estéticas que causaban una mezcla de fascinación y espanto. Caído el Muro, persistió el interés por la arquitectura soviética, o por los diseños de la RDA, precisamente porque eran algo del pasado, un mundo recién extinguido que en algún momento representó la alternativa para muchos. Reliquias imponentes.
De repente, en cambio, esas ruinas intentan recomponerse y nos producen asombro y miedo, pues con ellas ha vuelto, incluso, la potencial amenaza de una guerra nuclear. No en vano, los dirigentes rusos están siendo sibilinamente hábiles a la hora de negar la posibilidad del uso de estas armas, pues lo hacen de forma ambigua, con un subtexto inquietante que en realidad nos dice que ese arsenal se usará o no en función de las circunstancias. El ministro de Exteriores, Sergei Lavrov, con el gesto adusto de quien se acaba de despertar de una larga siesta, o de quien necesita una –ambos momentos igual de peligrosos–, dice un día una cosa y otro la contraria, en función del foro o el interlocutor con quien esté hablando. Es muy reveladora esa atención que hemos desarrollado en estas semanas de guerra a qué dicen o no los líderes rusos sobre el armamento nuclear. ¿Qué ha dicho? ¿Qué habrá querido decir? ¿Qué omite? ¿Quién lo dice? ¿Qué alto cargo lleva sin aparecer varios días? ¿Por qué se muestra Putin rígido y hierático en tal vídeo? En la era de las redes sociales, cómo no íbamos a ser kremlinólogos tras ser epidemiólogos.
Así, inquietos y expectantes, debieron sentirse varias generaciones durante décadas de Guerra Fría, y quizá bajo esta luz quepa interpretar algunas actitudes, posicionamientos y discursos que nos parecían exagerados o irracionales. Se hacían bajo la amenaza aún menos velada de la amenaza atómica. Al comienzo de El artesano, el sociólogo estadounidense Richard Sennett cuenta que le impresionó encontrarse en 1962 a su profesora Hannah Arendt en Nueva York, en plena crisis de los misiles con Cuba, muy asustada ante la amenaza de escalada. La filósofa se reafirmó ante su alumno en que el científico no podía estar a cargo de su creación, que no era su dueño, y que para eso debía estar la política, llamada a contener los peligros de los avances gracias a una comprensión más general de los riesgos y de todos los intereses que estaban en juego. La mezcla de ceguera y científica y poder burocrático había llevado a una primera mitad del siglo XX en el que murieron al menos setenta millones de personas en guerras, campos de concentración y gulags. Cómo no entender sus reservas y advertencias.
Parece increíble que sean de actualidad todos esos consejos, y que esos miedos parezcan los nuestros, pero así es. Ese precario equilibrio es el eje de una de las obras cumbres del cine de la guerra fría, Punto límite, de Sidney Lumet y estrenada en 1964, poco después de que Sennet se encontrara a Arendt en Manhattan. El presidente, interpretado por un inmenso y agobiado Henry Fonda, trata de reconducir una situación en la que los sistemas automáticos y la confianza humana en la infalibilidad de la técnica han llevado al mundo a una situación potencialmente devastadora. Hay en esa película un guiño freudiano y taurino cuando el director nos muestra las dudas del oficial del Ejército del Aire de Estados Unidos encargado de la misión. Para nostálgicos: es en esos años asfixiantes cuando, desde nuestros días, creíamos ser tan felices.