Por qué da tanto miedo su culo
«No sé por qué cierta izquierda (la predominante además) se ha resignado a ocupar el lugar de los curas»
Me asomé a Eurovisión en el instante en que cantaba (¡y bailaba!) Chanel y resucitó a un muerto: era yo, en mi lánguido sábado. Hace unas semanas me pasó lo mismo con la brasileña Mayara Lima, la sensación del reciente carnaval de Río. Como proclamaba Caetano Veloso precisamente sobre el carnaval, «detrás del trío eléctrico [el camión musical tras el que se baila en Bahía] solo no va quien ya murió». No hay batalla cultural, sino la eterna batalla entre la vida y la muerte.
El baile es dionisiaco y suscita recelos apolíneos. Nunca han faltado quienes tachan de obscenas ciertas desnudeces, ciertas contorsiones. Cuando atacaron a Rosalía por la misma causa, recordé al Luis Cernuda de ‘Los placeres prohibidos’, los versos más valientes de los años treinta en España: «Abajo, estatuas anónimas, / Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla; / Una chispa de aquellos placeres / Brilla en la hora vengativa. / Su fulgor puede destruir vuestro mundo». Los detentadores (¡y detentadoras!) de los «preceptos de niebla» sabemos quiénes son hoy. A ellos destruyó Chanel el sábado; pero secundariamente, como efecto subsidiario de lo principal: la afirmación de la vida, de la (¡resucitadora!) alegría de vivir.
No sé por qué cierta izquierda (la predominante además) se ha resignado a ocupar el lugar de los curas. No sé por qué les da tanto miedo el culo de Chanel. Pero sí lo sé: esa izquierda es la practicante de la religión realmente existente en la actualidad, la única en pujanza y no en declive. La ideología se ha solidificado en grumos teológicos a los que la realidad estorba. La realidad carnal para ser precisos. La explicación supongo que es psicológica: aquellos (¡y aquellas!) que se han acogido a una fe rígida, política en este caso, son los que consideraban un agravio la inestabilidad del cuerpo, su fugacidad gloriosa y humillante.
Las beatas neofranquistas de la pseodoizquierda las acusan de hipersexualización e incluso de rozar lo prostitutoide
En un luminoso ensayo de los años sesenta, ‘Conjunciones y disyunciones’, Octavio Paz repasaba las relaciones entre el cuerpo y lo que no lo es; acogiéndose al lenguaje estructuralista de la época los llamaba ‘signo cuerpo’ y ‘signo no-cuerpo’. Era tiempo entonces de resurgimiento del ‘signo cuerpo’ (y el uso aquí de ‘signo’ es porque este también estaba impregnado de carnalidad: la visión analógica del poema mismo como mundo). El cuerpo se zafaba de la represión judeocristiana, en relajaciones hedonistas de advocación pagana o en exploraciones de religiones orientales en que la relación entre los signos cuerpo y no-cuerpo no era de disyunción sino de conjunción.
Chanel y Rosalía tienen algo de aquellas diosas curvas de los templos de la India. Pero han venido a exhibirse en un momento en que el signo no-cuerpo pugna por tiranizar el ambiente, con su afán disyuntivo. Las beatas neofranquistas de la pseodoizquierda las acusan de hipersexualización e incluso de rozar lo prostitutoide. No importa que trabajen hasta alcanzar la excelencia en su arte, que hayan triunfado por talento y por voluntad, por pura potencia femenina: tienen que enfrentarse a la puritana que les dice que «no hay ninguna necesidad de salir semidesnuda a cantar». Se trataba de eso, claro: de la cruzada de la necesidad (¡de la pesadez!) contra la gratuidad (¡contra la ligereza!).
Es el culo de Chanel el que da miedo y no la teta aerostática de Rigoberta Bandini, debidamente encauzada al (¡necesario!) amamantamiento. A mí me gustaba la canción, y en realidad la veía mejor para el concurso. Pero Chanel ha ganado. Qué lucha entre el ‘ma-ma-ma’ y el ‘mo-mo-mo’: el yin y el yang también. Y ese culo que se elevaba solo, y bajaba, y se volvía a elevar.