Literatura y manufactura
«La literatura solo la hacemos los escritores, una exigua, irritable y vanidosa minoría»
A sus deliciosos cinco años, uno de mis sobrinos me comunicó que quería ser poeta. Como prueba de esta vocación inesperada me enseñó un cuaderno de anillas en cuya tapa había escrito con letras enroscadas y floridas «Poesía». Le pregunté si ya había empezado su tarea creadora y me dijo, modestamente, que solo llevaba un poema, desde luego memorable: «Después de la leche, nada eches». Me ahorré comentarios críticos y le animé a continuar… Pero la verdad es que no, aún no era poeta, más allá de que todos los niños son poéticos. Lo que hacía era otra cosa, sin duda simpática (¡más que la obra de bastantes poetas que conozco!), pero no podía considerarse poesía, lo mismo que mis voluntariosos pero horrendos gorgoritos en la ducha no me convierten en cantante al mismo título que lo es Plácido Domingo. Escribo estas líneas el 23 de abril, Día del Libro, teniendo muy presente que es la fecha festiva del libro, de cualquier libro, pero no precisamente de la literatura. Los libros se manufacturan, como cualquier otro producto industrial: sus autores son políticos, artistas de lo audiovisual, periodistas, catedráticos, deportistas, atracadores, asesinos en serie, niños prodigio, curas y monjas, alpinistas, exploradores, navegantes… Algunos manufacturan sus libros en solitario pero la mayoría en colaboración con algún profesional de la redacción que dé forma aceptable al contenido de sus crónicas, porque de crónicas no pasan aunque se presenten como «novelas» e incluso «novelas de denuncia» a poco que te descuides.
Que a veces, me apresuro a señalarlo, son apasionantes. Uno de los libros que más me han hecho disfrutar en mi vida es La expedición de la Kon-Tiki, de Thor Heyerdahl, seguido por Veinte años de caza mayor, del Conde de Yebes. Ambos mejores que la mayoría de las novelas y ensayos que vemos ensalzados en los suplementos culturales… aunque no son literatura. La literatura solo la hacemos los escritores, una exigua, irritable y vanidosa minoría (en la que hay de todo, buenos, malos y regulares, a veces un excelso por siglo) que comete apenas uno entre cada cien libros que se ofrecen en las librerías. Pero, aún así, conviene distinguir –lo que no siempre ni la mayoría de las veces se hace– entre quienes manufacturan libros y quienes escriben. Porque libros siempre habrá pero escritores… vaya usted a saber, son una especie amenazada, quizá en vías de extinción. El escritor no reproduce con más o menos habilidad lo que hay, lo que ve, lo que cree que pasa o ha pasado sino que inventa sucesos por medio de palabras. No prolonga o comenta la realidad sino que da origen a algo nuevo, que sólo existe por obra de él. A veces esa invención es muy pobre y no merece la pena de leerla, pero aun así es suya.
El lector aficionado a la literatura aprende a mudarse al mundo inventado por el escritor y se acomoda con más o menos deleite en él. Puede ser muy exigente o fácil de complacer: a veces se hará adicto al tipo de mundo que inventa un escritor, hasta el punto de que rechazará cualquier otro, incluso la mismísima realidad a la que casi todos solemos resignarnos. Son los peligros de la literatura, como bien supo Alonso Quijano.Cada vez que llega una de esas fechas rituales en que se repasan los títulos que más atención mediática despiertan (a cuyas presentaciones acuden hasta ministros y gente así) y los expertos (je, je) recomiendan las obras más rutilantes de cada género, me entusiasma comprobar el inmenso número de libros que no pienso leer. Y también me alivia comprobar que el nombre de una de mis dos escritoras favoritas, Pilar Pedraza (la otra es Sara Mesa), sigue majestuosamente ignorado en esas pasarelas de obras imprescindibles, comprometidas, provocadoras, testimoniales, desgarradoras… es decir, manufacturadas. Gracias por Nocturnas, Pilar. Gracias por seguir asombrando desde la sombra, contando cosas indigeribles para quienes sólo disfrutan con los recetarios edificantes del costumbrismo. Y gracias por seguir escribiendo con imaginación y atrevimiento popular, cuando tan fácil te sería manufacturar como las otras…