El Estado sí que defrauda
«Juan Sufrido Paciente ha alcanzado como conclusión que, habiendo sido él cumplidor y leal con el Estado durante toda su vida, se encuentra ahora con que, por el contrario, el Estado no para de defraudarle a él».
Juan Sufrido Paciente se considera a sí mismo un español normal. Cuando nació, sus padres le llevaron a bautizar y unos años después, hizo la primera comunión. Tras terminar sus estudios empezó a trabajar, tuvo la suerte de enamorarse de una chica estupenda con la que contrajo matrimonio en la parroquia del barrio en el que vivía su novia. Cuando nació su hijo, éste fue también bautizado y poco después hizo la primera comunión. Pasado el tiempo, su hijo se casó pasando por la vicaría y, junto con su nuera, procedieron a bautizar a los que son sus nietos. Sin embargo, escuchando ahora los discursos de varios representantes del Estado, Juan Sufrido Paciente percibe que a él y a su familia se les considera unos bichos raros, una suerte de especímenes del Paleolítico, unos monos de feria. Y eso le desasosiega.
En todo caso, Juan Sufrido es un ciudadano de bien que ha procurado cumplir siempre con las leyes y, entre otras cosas, pagar todos los impuestos que se le exigen, por mucho que el nivel de éstos le parezca desorbitado. Al Estado no se le debe defraudar, ha pensado siempre Juan.
Sucede ahora que su hijo y su nuera residen en Cataluña, por lo que sus nietos van allí al colegio. Juan ha escuchado que según dicen la Ley y los Tribunales, la enseñanza debiera ser en español en un 25% pero conoce por su hijo que esa regla es incumplida por orden del Gobierno regional catalán. Y observa con desesperación que el Estado no hace nada para amparar el derecho de sus nietos.
Por otra parte, Juan Sufrido se acaba de jubilar y ha visto con desesperación que, pese a haber cotizado con la cotización máxima durante toda su vida laboral, la pensión que recibe es inferior al valor actual de la renta que se correspondería con los importes cotizados. Además, sospecha que la cosa puede ir a peor, pues no para de escuchar a autoridades del Estado que deben mejorarse en mayor medida que la suya las pensiones de aquellos que cotizaron menos que él e incluso las que perciben los que no cotizaron.
Por si fuera poco, Juan Sufrido Paciente ha rescatado el plan de pensiones que fue construyendo mientras estaba en activo, habiendo percibido un importe similar al de la suma de las aportaciones. Pero al hacer su declaración de IRPF ha contemplado con estupor que el Estado le hace pagar el impuesto por recuperar el dinero que aportó ¡Pero si no son ingresos! Clama Juan, si se trata solo de la recuperación ahora de lo que aporté antes. Da igual, el Estado le cobra un buen pellizco en el IRPF.
La injusta nimiedad de la pensión y el hachazo fiscal que el Estado ha dado a su plan de pensiones hubieran podido comprometer la tranquilidad de Juan como jubilado de no ser porque, previsor, adquirió con mucho esfuerzo dos apartamentos para arrendarlos y obtener así unos ingresos complementarios. Sin embargo, Juan contempla ahora desesperado que el Estado le limita la actualización del importe del arrendamiento al 2% cuando la inflación es del 9%, ocasionándole una pérdida injusta e injustificable en el importe de su alquiler. Y precisamente ahora cuando el citado 9% de inflación le está reduciendo su nivel real de renta al tiempo que el Estado recauda más impuestos aprovechándose de esa inflación que a él le está ahogando.
Con todas estas vicisitudes, Juan Sufrido Paciente ha alcanzado como conclusión que, habiendo sido él cumplidor y leal con el Estado durante toda su vida, se encuentra ahora con que, por el contrario, el Estado no para de defraudarle a él.