Risitas
«Una de las formas más comunes de desprecio desde una supuesta superioridad es la risita o la sonrisita»
La otra tarde escuché una versión del poema Posseït –‘Poseído’– cantada por Miguel Poveda, con un estupendo arreglo musical. Posseït es un poema de Gabriel Ferrater, para mí el mejor poeta de la Generación del 50 –con sólo tres libros, pero qué tres libros– y eso que la del 50 es una generación de buenos poetas. Pensemos en el audeniano Gil de Biedma y en el rilkeano Barral como mascarones de proa, aunque la lista de la tripulación es larga y no hay en ella grumetes. El poema Posseït es un poema de amor, una Vanitas del Eros, que nadie que no haya estado enamorado de verdad puede entender del todo y que tiene las raíces en la poesía más antigua: en sus versos está Ronsard y está Quevedo y está Villon. Como está la pintura de Valdés Leal: las Postrimerías que contemplé en Sevilla hace poco.
A Miguel Poveda me lo dio a conocer en Beirut una amiga libanesa junto a Fairouz y desde entonces lo tengo asociado a ella y a su ciudad. Por eso cuando lo escucho también oigo a veces el rumor del mar en las rocas de La Corniche. En fin, en esas estaba –escuchando Posseït cantado por él– cuando al acabar vi que en la pantalla aparecía el fragmento de una entrevista con Poveda donde hablaba de Artur Mas. Como no entendí el enlace entre ambos, cliqué y oí cómo contaba que en una Diada donde cantó en catalán y en castellano, fue sometido a una pitada tras otra cada vez que lo hacía en castellano. «Eso duele –decía–; en tu propia casa, duele». Cuando acabó el concierto, contó, se le acercaron algunos políticos de ERC quitando hierro a los silbidos y diciéndole que eran pocos los silbadores y que no hiciera caso. «Pero allá al fondo –dice Miguel Poveda– vi cómo Artur Mas se sonreía cada vez que pitaban y este sí que no se acercó». Algo así dice.
Una de las formas más comunes de desprecio desde una supuesta superioridad es la risita o la sonrisita. También es una forma de reconocimiento policial: sé quien eres y no eres de los nuestros, fastídiate con lo que te pase. De esas risitas o sonrisitas supieron mucho en el País Vasco y saben también bastante en Cataluña. ¿Exclusivamente? No: todo lo malo se contagia con facilidad y la propensión a la vulgaridad, en el campo que sea, tiene un buen número de entusiastas. Pero piense Miguel Poveda que ese hombre tan sonriente, hasta hace no tanto hablaba con su propia familia en castellano y si no pregunte en Menorca a bordo de un velero o en algún que otro restaurante. En las islas te encuentras a todo el mundo en verano, una fatalidad, y aunque no se te escuche, se te ve y se te oye. O sea que esa risita forma parte también del furor del converso, que nada hizo antes por lo que ahora pregona y defiende siempre que tenga el riñón guardado (podríamos acudir a hemerotecas, pero para qué).
«Azuzar el enfrentamiento de lenguas –o de religiones– para ejercer de buen patriota no es más que una vileza»
Artur Mas tiene mi edad y nunca pisó Zeleste, ni participó en los grupos a la japonesa de su facultad, Económicas, que acudían a ayudar a los de la mía, Derecho, allá en La Diagonal, ni se le ocurrió ir a escuchar a los Rolling a la Monumental, ni supo de ‘Cuando fuimos los mejores’ –la canción de Loquillo– en su momento; él nunca fue de los que arriesgaban: esperaba su turno y en ese turno, si se terciaba, estarían las risitas o la pitada a un artista que canta en una lengua que también, le guste o no a Mas, es suya. La pregunta es: si tanto caso hacen los políticos a las estadísticas y van con cuidado con el éxito cuando éste es imparable: ¿se atrevería Artur Mas a pitar a Rosalía, o a negarle la catalanidad en público a la cantante de Motomami?
A los 66 años la tontería que se tenga es responsabilidad de uno mismo y lo que es peor, ya es incurable. Sólo una caída del caballo como la de Saulo de Tarso –o sea, física y metafísica– le puede salvar a uno. Pero sí que le convendría a un político que quiere ser presidente de su país conocer la cultura de ese país. Y tenerle un gran respeto a su literatura, esté escrita –o cantada– en la lengua que lo esté. (Los tres poetas contemporáneos citados en este artículo eran catalanes y dos escribieron en castellano). Azuzar el enfrentamiento de lenguas –o de religiones– para ejercer de buen patriota no es más que una vileza. Aunque sea con sonrisita petulante. Más le valdría a Mas leer los ensayos de Gabriel Ferrater sobre literatura catalana –los ojos como platos van a quedarle– y si no de ideas, por lo menos cambia de peluquero y deja de gustarse tanto, que no hay por qué.