El mejor trabajo del mundo
«Por utilizar una expresión de José María Aznar, «ni una coma» debería ser acordada con los testamentarios del terror»
Los seis minutos del discurso de despedida de Boris Johnson incluyeron una muy relevante confesión: su enorme pena por verse obligado a dejar ‘el mejor trabajo del mundo’: «I want you to know how sad I am to be giving up the best job in the world«. Si era consciente de haber alcanzado ‘el mejor trabajo del mundo’, ¿por qué lo dilapidó?
Johnson había conseguido para su partido una impresionante victoria en las elecciones de 2019. Como él mismo recordó en su despedida, «la más amplia mayoría desde 1987» y «el mayor porcentaje de votos desde 1979»: un 43,6% de los sufragios que se tradujeron en 365 escaños, con una subida de 48 diputados respecto a las anteriores elecciones. Logró una distancia de 163 escaños respecto a los laboristas y situó a los conservadores 104 escaños por encima de la suma de toda la oposición junta. Una «increíble mayoría» -rememoró Johnson- que podrían haberle permitido un largo mandato en su ‘mejor trabajo del mundo’.
Pero ‘el mejor trabajo del mundo’ requiere de óptimos cuidados, en especial en estos convulsos tiempos de volatilidad y crisis encadenadas. Dejo a los expertos en Reino Unido el análisis del déficit de cuidados que dilapidaron, para Johnson, su permanencia en su ‘mejor trabajo del mundo’. Y voy a lo fácil: ver cómo aquí se cuida, o se dilapida, la estadía en los mejores trabajos del mundo.
Entre lo fácil, lo facilísimo: ¿cuida o dilapida Pedro Sánchez el privilegio de tener el ‘mejor trabajo del mundo’ en España? Si miramos a las encuestas y a los últimos resultados electorales, lo dilapida. Sin duda, lo dilapida si nos detenemos en la trayectoria histórica del PSOE, en su implantación y sus expectativas, y observamos lo que quedará de ese partido tras el ciclónico paso de Sánchez por su liderazgo. Pero ésa es una visión parcial. Para sus intereses, reducidos a mantenerse en su ‘mejor trabajo del mundo’ durante el máximo tiempo posible, en realidad lo cuida.
Sánchez cuida su ‘constituency’ que, para él, no está formada por el voto de los ciudadanos que antaño concedían amplísimas mayorías al PSOE, sino conformada por la compleja yuxtaposición de fuerzas independentistas, separatistas y de extrema izquierda que dan vida al manido Frankenstein.
Por eso pacta con Bildu (con los albaceas de ETA) su mal llamada Ley de Memoria Histórica. Por eso, en el homenaje por el 25 aniversario del asesinato a Miguel Ángel Blanco y con el burladero de ir acompañando al Rey, se permite equiparar a España con Euskadi como «países libres y en paz«. ¿Dónde cree que queda Euskadi, señor presidente? ¿En qué lejano continente, fuera de España, ha decidido vd. que se sitúa?
Por eso mismo acudirá este viernes a Cataluña a conceder, en el juego de mesas de los separatistas, lo que sea necesario para mantener su personal juego de sillas. Por eso acaba de pactar con Podemos una extravagante ley trans, que contraría a las feministas socialistas, que espanta a cualquier persona con un mínimo de sentido común y, sobre todo, que puede hacer un daño irreparable a demasiados adolescentes.
Por eso… lo que haga falta, donde haga falta y mientras haga falta. Conviene no olvidar cómo llegó Sánchez al Gobierno: con el peor resultado de la historia del PSOE -solo 85 diputados- y gracias a una coalición que los viejos socialistas intentaron evitar al coste de provocar una dramática crisis existencial de su partido en un ya lejano octubre de 2016.
La ‘constituency’ de Sánchez es de ingeniería parlamentaria, no de mayoría ciudadana que respalde a su partido. Eso son fórmulas antiguas, que él intentó emular sin éxito en 2019, en la esperanza de que su laureada moción de censura, y la crisis que ésta provocó en el PP, le concedieran un apreciable respaldo en las urnas.
Fracasó en abril y ratificó su fracaso en noviembre: 123 y 120 diputados fue la exigua cosecha de escaños de una y otra convocatoria. Para mantenerse en su ‘mejor trabajo del mundo’ seguía necesitando a Frankenstein. Pero no solo. Necesitaba también una derecha con escaso tirón y mucha división. Y eso empezó a dejar de ser cierto un 4 de mayo en Madrid.
Ha sido profusamente analizada la reciente victoria de Juanma Moreno en Andalucía, con sus similitudes y diferencias con la de Isabel Díaz Ayuso de hace un año en Madrid, y también con las cuatro mayorías absolutas de Alberto Núñez Feijóo en su querida Galicia. Lo que no se ha hecho es observarlas todas como el resultado de una primorosa dedicación para cuidar con esmero a votantes propios y ajenos, y así pedirles a todos mantener esos tres ‘mejores trabajos del mundo’ en manos de sus tres protagonistas. Y este ángulo es clave.
Moreno y Ayuso lograron su primer mandato casi de carambola, tras malos resultados para su partido y gracias a una (casi siempre) difícil coalición de gobierno, con acuerdo parlamentario externo añadido. Y ambos se volcaron en su primera legislatura (media, en el caso de Ayuso) en la defensa y cuidado de todos los ciudadanos en su territorio. Eso les ha sido premiado en las urnas.
Ahora lo tienen más fácil, pero mucho más difícil. Es más fácil gobernar en solitario, pero mucho más difícil corresponder a un caudal de confianza tan amplio y, necesariamente, diverso. Además, cuanto más holgada es cualquier mayoría más innecesario le resulta al agraciado con ‘el mejor trabajo del mundo’ soportar a su lado a alguien que a diario le recuerde la conocida matraca de «recuerda que eres mortal«. Parece que, al final, a Johnson tuvo que recordárselo su mujer porque se había encelado en no escuchar a nadie.
El experto en mayorías absolutas -gallegas- exhibió la relevancia del férreo compromiso con los ciudadanos que te han votado al renunciar a su participación en las primarias del PP de julio de 2018. También en su pausadísima forma de ir dejando Galicia para asumir el liderazgo popular esta primavera, tras una crisis que amenazaba con llevarse al partido por delante. Ahora trabaja para conseguir ese respaldo, ampliado a los ciudadanos de toda España, en las próximas elecciones.
Lo hace con la fórmula de ir adquiriendo compromisos, que Feijóo llama propuestas, a desarrollar cuando los españoles le concedan ese ‘mejor trabajo del mundo’. Los dos de esta última semana son especialmente relevantes porque serán difíciles de mantener cuando llegue el momento, y porque afectan a la estricta moralidad, el uno, y a la estricta eficacia, el otro.
Responde a la estricta moralidad comprometerse a derogar la ley de desmemoria nada democrática que Sánchez ha pactado con los albaceas de ETA. Por utilizar una expresión de José María Aznar, «ni una coma» debería ser acordada con los testamentarios del terror. Y responde a la estricta eficacia, en un momento de crisis energética como el que vivimos y vamos a padecer, defender la ampliación de la vida útil de las centrales nucleares españolas, con las inversiones que sean necesarias para su seguridad, y ateniéndonos a que la Unión Europea ha decidido catalogar a la nuclear como energía verde.
Los dos asuntos se verán esta semana en el Congreso y formarán parte destacada del examen diario que los españoles van haciendo para decidir en las urnas, en su momento, a quién encargarán ‘el mejor trabajo del mundo’.