Desmontando a Bildu (y al PSOE)
«Lo peor de Bildu no es lo que fue, sino lo que es: la política que propugna, los fines en los que se empeña, su ideología no incompatible con el crimen»
La coautoría de Bildu en la Ley de Memoria Democrática tiene una causa inmediata, que es la necesidad del presidente Sánchez de sus votos, no importa lo inapropiados ni repulsivos que sean. Pero, mirado con perspectiva, no viene a ser sino la consumación del espíritu que alentaba la ley precedente, la de Memoria Histórica, de la que la de Memoria Democrática es su versión ampliada. Es como si la astucia de aquella ley guerracivilista de Zapatero (guerracivilista no por su amparo a las víctimas, sino por sus aspectos acusatorios) hubiese desembocado donde tenía que desembocar: en la convocación del movimiento que mantuvo la guerra civil del modo más adecuadamente ‘guerrero’, con bombas, disparos, heridos, cadáveres.
Ahora se dice que Bildu no tiene que ver con aquellas «Hazañas Bélicas» (así llamaba Savater a HB, el partido originario de Bildu, el que coexistió con ETA, el que era el brazo político de la mafia que asesinaba), pero esta es una discusión secundaria. Se desenfoca el asunto cuando se reduce a si Bildu es o fue ETA, o si esta dejó de matar o ya no existe. Se busca proyectar entonces en Bildu una inocencia que descuida lo principal: lo peor de Bildu no es lo que fue, sino lo que es. Lo peor de Bildu es la política que propugna, los fines en los que se empeña, su ideología no incompatible con el crimen, su visión de la historia reciente de España: esa visión que pretende ser fijada en la ley en la que participa.
Para Bildu no hubo democracia tras la muerte de Franco. Se prolongó el franquismo. La Constitución del 78 fue un disfraz. El «régimen del 78» debe ser dinamitado, como debió ser dinamitado el régimen de Franco, que en lo sustancial es el mismo régimen. En esta manera de verlo le va la vida. Si las cosas fueran así, la ETA de la que proviene, a la que excusa, cuya existencia defiende, hubiese estado asesinando (desde su lógica) para acabar con ello. De lo contrario, contra lo que ETA hubiese estado atentando habría sido contra una democracia. Este, naturalmente, es el caso: la verdad histórica. Pero esta verdad histórica Bildu no se la puede permitir.
En cuanto al PSOE, tiene gracia que el partido que se cuadró ante los GAL, que se manifestó alrededor de la prisión de los condenados, que lució en solidaridad el nombre del de mayor rango, el que fuera ministro del Interior, en una chapita (¡aquella inolvidable de «Yo también soy Pepe Barrionuevo»!), insinúe ahora que todo fue cosa del franquismo, aunque ya gobernase el PSOE. No deja de ser una solución para el PSOE, claro: porque si fuera cosa del franquismo, no habría sido cosa del PSOE. Tampoco cabe descartar que Sánchez haya extendido la acusación de franquista a aquel PSOE, que fue el que terminaría defenestrándolo en 2016.
En lo que se refiere a la militancia, estuvo este domingo con aquello como hoy está con esto: es decir, siempre a lo que le echen. Como la consigna actual es el bloquismo, se percibe más próxima a Bildu, que está en el bloque de «las izquierdas», que al PP, que está en el de «las derechas». «¡Con Otegi sí! ¡Con Feijóo no!», podría ser su nuevo grito de lucimiento.
Volviendo al desparpajo con que el PSOE acoge ahora a Bildu como socio, porque ETA ya no mata ni existe, no viene mal señalar que con la Ley de Memoria Democrática se ha puesto a pactar con Bildu cosas del pasado: es decir, cosas de cuando ETA sí mataba (a mansalva) y vaya si existía.