THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

¿Amores tóxicos?

«Todo enamoramiento es tóxico o no es enamoramiento y quien lo probó lo sabe y no se engaña»

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¿Amores tóxicos?

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No sé si su abuelo fue Lenin y Goebbels su abuela, o es al revés, pero la frase de McLuhan, el medio es el mensaje, permanece con éxito entre nosotros a través de la hipersexualización de la publicidad y la moda. Quiero decir que su apoteosis final ha sido ésta y no sabemos si la revolución asexual que según Le Monde está en marcha tiene algo que ver con eso. Decía el vespertino francés hace unos días que en un porcentaje no pequeño de la juventud se ha instaurado «un rechazo al modelo dominante y su sustitución por una castidad asumida» (sic) y que son muchos los jóvenes entre los quince y los veinticuatro años que aún no han tenido experiencias sexuales ni desean, por el momento, tenerlas, y no hay ahí «ni frustración, ni arrepentimiento» (sic). O sea que ante el exceso social aplican la contención personal: casi como los padres del desierto frente a las tentaciones sin fin de súcubos disfrazados de oferentes damas y caprichosos putti.

Pero quizá haya otra razón opuesta a la de esos jóvenes franceses, que se ampara también en el lenguaje: las nuevas denominaciones y los anatemas a lo establecido para cambiar el estado de cosas hasta hacer de la vida de ahora una tara aborrecible. Y para ello se empieza por el principio: el amor. Fatigados estamos de oír hablar de amores tóxicos y de la toxicidad del amor –o de ciertos amores, que para el caso, al no distinguir, es lo mismo–. Convengamos que el origen del amor es el deseo y que el deseo se manifiesta a través del enamoramiento, una palabra, ya que estamos, que no tiene traducción francesa. Se critica y achaca y penaliza –pronto veremos lo tóxico como agravante penal– la toxicidad del amor, confundiendo el culo con las témporas.

Todo enamoramiento es tóxico o no es enamoramiento y quien lo probó lo sabe y no se engaña. No sólo eso: sin esa toxicidad, ¿existiría la posibilidad de que el enamoramiento acabara convirtiéndose con el tiempo en amor? Quien esté enamorado a fondo o aún lo recuerde conoce sus obsesivos síntomas y nada que envidiar a las fiebres de una malaria en pleno apogeo. Por eso es, además de equivocado, peligroso, llamar amor tóxico a ciertas conductas que son de raíz adolescente y están dominadas exclusivamente por los celos o cualquier otra patología psíquica, pero poco tienen que ver con el enamoramiento y mucho con la egolatría. La toxicidad del enamoramiento –donde también se dan los celos a veces– es mucho más compleja que eso y, repito, necesaria para su continuidad y su metamorfosis posterior en amor. Y se parece a una patología, también, y quizá lo sea pero sería de idiotas –o de perversos– elevarla a la categoría de lo punible.

«La antitoxicidad es el miedo o el rechazo al amor, comenzando por el rechazo del enamoramiento y sus síntomas»

No me extenderé a casos más arduos, pero ¿existirían Ada o el ardor, o El buen soldado –dos novelas maravillosas y el enamoramiento al fondo– sin esa toxicidad? ¿Y la poesía de Cavafis o, ustedes disculpen, la de Salinas en La voz a ti debida o el popular bestseller de Neruda 20 poemas de amor y una canción desesperada? Sin los tóxicos efectos del enamoramiento ¿conoceríamos a los trovadores, a Ronsard o a Dante o a Petrarca tal como los conocemos? ¿Y a Eloísa y Abelardo o los sonetos de Shakespeare? La semana pasada hacía referencia al poema Posseït, de Gabriel Ferrater. En él hay unos versos que dicen así –traduzco del catalán–: «Cuando los gusanos hagan una cena fría con mi cuerpo hallarán un regusto de ti» y no son más que uno de los efectos secundarios de la toxicidad del enamoramiento. Recuerden –por citar dos modernas– El paciente inglés o Herida, de Louis Malle, obviando la tragedia griega que esconde.

En cambio la antitoxicidad es el miedo o el rechazo al amor, comenzando por el rechazo del enamoramiento y sus síntomas. He conocido personas incapaces de amar y la práctica del donjuanismo –vía burdeles o vía ligues sucesivos– ha sido su manera de estar en el mundo del amor, en muchos casos venal y en otros simulado, o interesadamente confundido con la gimnasia erótica y su intercambio final de fluidos, cierta representación del cariño y si te he visto no me acuerdo. Ahora asoma, dicen –de momento en Francia pero llegará a España– una nueva revolución, esta vez asexuada: el reverso del 68 y sus consecuencias. Ya nos contarán, pero donde esté un enamoramiento comme il faut, que se retire lo demás, especialmente los que culpabilizan aquello que escapa a su pulsión de primates con afán de dominio social. Quien lo probó, repito, lo sabe y tanta tontería –hay mucha– perjudica el entendimiento y otras cosas serias.

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