En defensa de la antipolítica
«Según la lógica tuitera, cualquier muestra de descontento con el funcionamiento de nuestro sistema parlamentario es antipolítica»
«Llevamos más de dos años escuchando que tenemos que hacer un pequeño esfuerzo […] Hoy estoy hasta el rabo de tener la sensación de que somos tú y yo los que deben tragar. El puto pequeño esfuerzo lo deberían hacer los que están al mando y los que quieren estar.» Resulta que estas frases del cómico Ángel Martín no son solo antipolítica; alimentan a la ultraderecha. Porque para la politología tuitera (una combinación de gente con cargo público, gente aspirante a un cargo público y en general gente que quiere salir en la foto), quejarse sin aportar soluciones alternativas (!) es casi como gritar «¡Muera la inteligencia!».
Decir «qué caro está todo» o «estoy harto de los políticos» es una impugnación a la democracia liberal parlamentaria. ¿Por qué? Porque hay políticos populistas, en el pasado y hoy, que han usado ese discurso para atacar la democracia. (La lógica es un poco como la de quienes critican el vegetarianismo diciendo que Hitler era vegetariano. Es un silogismo imbécil: como José Antonio Primo de Rivera dijo en 1933 que está harto de los políticos, decir hoy que estás harto de los políticos te convierte en joseantoniano). Según esta lógica, cualquier muestra de descontento con el funcionamiento de nuestro sistema parlamentario es antipolítica.
Yo, por ejemplo, mi desencanto lo formulo de la siguiente manera: los incentivos de nuestro sistema político fomentan el cortoplacismo, la endogamia, la guerra cultural y mediática, la captura de rentas (políticas y económicas); los partidos políticos están sumergidos en un bucle autorreferencial, están excesivamente preocupados por su reputación y se dedican al control de daños para evitar todo tipo de rendición de cuentas. La distancia entre los representantes y los representados es enorme.
«Los partidos políticos están sumergidos en un bucle autorreferencial, están excesivamente preocupados por su reputación y se dedican al control de daños para evitar todo tipo de rendición de cuentas»
O puedo citar a alguien con mucho más prestigio que yo, como el politólogo Peter Mair, autor de Gobernando el vacío: los partidos políticos «se han desconectado tanto del resto de la sociedad, y se dedican a una competición tan carente de significado, que ya no parecen capaces de sostener la democracia en su forma actual». Pero a veces no hay que ponerse tan coqueto. Es más fácil y rápido decir «estoy hasta los huevos». Y se entiende mejor.
La gente que critica esto como antipolítica suele ser la misma que dice que quien no vota pierde el derecho a quejarse de la política (¡vaya concepción más iliberal! Casi censitaria), que hay que votar siempre por respeto a quienes no pudieron votar en el pasado y porque nos costó mucho ganar el derecho al voto. Como si 2022 fuera 1976, como si la democracia española hoy estuviera amenazada por pistoleros por las calles y amenazas de golpe de Estado. También me recuerda al discurso de que hay que leer por leer, da igual el contenido. ¡Hay que votar! Aunque votes a Falange o al PCPE. Por respeto a nuestros abuelos. Por respeto a nuestros abuelos voy a votar a un partido estalinista, venga. Tenemos una democracia suficientemente madura como para aguantar la antipolítica; prefiero el escepticismo antipolítico que el seguidismo, la complacencia y el corporativismo de la politología tuitera.
Hay otra razón que explica las críticas a Ángel Martín. Probablemente sea la explicación más sencilla. Cuando el cómico (que goza de cierto pedigrí progresista por su discurso sobre la salud mental) dice «los que están al mando» se entiende que se refiere al gobierno. Y gobierna el PSOE. Un consejo útil para el futuro, Ángel. Antes de quejarte, mira a tu alrededor, intenta ser constructivo y mide tus palabras: es posible que tu cabreo ponga en peligro las posibilidades electorales del PSOE, y de ahí al totalitarismo no hay nada.