THE OBJECTIVE
Juan Marqués

Sólo la verdad es excitante

«Son mis padres y mis hijos los que me mantienen vinculado a lo divino, sea eso lo que sea, mientras que yo, pobre de mí, voy a lo mío»

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Sólo la verdad es excitante

El Ebro a su paso por Miranda de Ebro. | Juan Marqués

Miranda de Ebro es, en realidad, dos ciudades. Una anodina, impersonal, previsible, pulcra, cuadriculada, terrible, y otra antigua, descacharrada, ruinosa, fotogénica, preciosa. El puente sobre el Ebro las separa. Paseo con Olivia Lahoya por la zona buena, me cuenta cosas del lugar y de su librería. Impresiona mucho ver las telarañas congeladas, gruesas por el frío, hinchadas por el agua de la noche, como hechas de lana o de algodón. Hay tantas que parece que esté todo decorado para Halloween. Por allí tienen un jardín botánico muy gracioso, unas murallas entre praderas escarchadas que hacen pensar en Shakespeare y un enorme parque, «la Picota», donde las gentes de por aquí colgaban a los desgraciados en un monolito que parece una zanahoria. Vaya lugar para morir, tan aparentemente inofensivo. Es como que te ahorquen en un columpio. Pero al parecer lo hacían con alegre frecuencia: a las ocho de la mañana había cuatro hombres desayunando manitas de cerdo y frascas de vino negro, y la camarera limpiaba las mesas del exterior en camiseta de tirantes, indiferente a los cuatro grados bajo cero. Es decir, que por aquí no se andan con muchas bromas. También lo comprobé ayer en la presentación. Se reían con mis gansadas, pero poniendo cara rara. Un señor me dijo que, en su opinión, lo que sucede al final es que arde el personaje, no la persona. Gente ruda, gente fina. Yo creo que es el río, que nos hermana a todos. En diciembre, en Tenerife, Izaskun Legarza hablaba de «el Padre Teide», y me gustó esa forma de mencionarlo, esa filiación. Nosotros tenemos al Padre Ebro, que al parecer también imprime su carácter. Hoy, cuando lo hemos cruzado, estaba invisible, sepultado por la niebla, totalmente fantasmal. Más que hacia Zaragoza, la sensación es la de que por allá se podría llegar nadando hasta Mordor.

–Papi.

–Dime, Verita.

–Me parece que el sol nos sigue.

En cuanto toco un libro estoy en casa.

Qué poco importante es Dios para mí y qué decisivo (para mí) es que mi padre crea en Él como cree.

O dicho de otro modo: si mi padre, una de las poquísimas personas verdaderamente creyentes que conozco, me confesara un día que ha perdido la fe, eso supondría para mí un disgusto mucho mayor que mi propia carencia, que mi propia incredulidad. Son mis padres y mis hijos los que me mantienen vinculado a lo divino, sea eso lo que sea, mientras que yo, pobre de mí, voy a lo mío.

Releo El comensal, en la nueva edición de Literarura Random House. Es un libro extrañísimo, pero extraño en la variante de lo especial. «Especial», así, tan impreciso, es el adjetivo que mejor lo define. Es un puzle que sale bien, no se sabe cómo, uno de esos experimentos que funciona una vez de cada cien intentos. Y casi nunca he tenido una sensación tan poderosa de conocer a una persona a través de su escritura. Cuando años atrás pude hablar con Gabriela Ybarra, le hablé de primeras con la confianza de conocerla plenamente, y lo hice a pesar de mi timidez, mucho más enfermiza y anuladora por entonces. Hay una cosa en la que los escritores no reparan, y es hasta qué punto se dan a conocer. Quiero decir que es una relación desigual que he comprobado muchas veces: cuando conocí a Trapiello, por ejemplo, él estaba saludando a un chaval perfectamente desconocido, y yo en cambio sabía toneladas sobre él, pero no porque haya contado su vida en libros personales, sino por todo eso que se intuye en su literatura: su mirada, su sensibilidad, su ideología, sus obsesiones, sus filias y fobias… Aunque alguien no escriba libros testimoniales, diarios, confesiones…, se revela en lo que cuenta, inevitablemente se da a conocer. El caso es que a Gabriela me dirigí con confianza y casi cariño desde el principio, lo hice sin pensarlo, protegido por el tono de su libro, y no me equivoqué. Ya luego he comprobado que ella es como la novela, llena de dulzura, curiosidad y calma, llena de generosidad y de vida sonriente, aguda, observadora, conforme. Su novela tiene un punto nítidamente laforetiano, y ella también (no lo digo pensando en Nada, sino más bien en sus cartas a Fortún o a Sender). Otra cosa sería intentar explicar el éxito de este libro, que tampoco es fácil de comprender, aunque fuera y sea tan, tan reconfortante. Van a  estrenar una adaptación al cine que no tengo la más remota intención de ver, no por falta de curiosidad, sino por apego a la curiosidad verdadera, que ha de fijarse en otras cosas.

El bibliófilo pobre: novela.

Todo el que empuña un altavoz es alguien que ya no tiene nada que decir.

Haz que los títulos de tus poemas no digan tanto sobre cada uno de esos poemas como sobre toda tu poesía, tu “filosofía”, tu obra, tu mirada, tu actitud.

Sólo la verdad es excitante.

Sucede muchas veces que no son nuestras decisiones consecuencia de nuestra ideología, sino que, casi al revés, las convicciones morales o políticas se van alterando por las circunstancias, o vamos rectificándolas según lo que vaya pasando y nos vaya pasando. Los principios son una obra en marcha.

No hay editorial tan mala que no tenga algún título bueno.

Qué raro es estar vivo en un pueblo de Jaén, y qué extraño es, en general, todo. Presento en Linares, donde jamás había estado, una novela de Cristina Sánchez-Andrade, a la que nunca había leído. Pero La nostalgia de la Mujer Anfibio está muy bien: tarda algunas páginas en entonarse pero cuando el lector se familiariza con la mirada, el humor, la magia y el tratamiento de la realidad de la autora entonces ya se deja mecer, encantado (y encantado de un modo literal, en algunos tramos). También es verdad que, para muchas cosas relacionadas con la ficción, los gallegos parten con ventaja. Es Javier Soler, el entusiasta librero de Entre Libros, el que ha organizado todo esto y quien me invitó a venir, y la verdad es que el asunto de los cuentacuentos ha tenido mucha gracia. Siendo Javier Soler y Cristina Escudero quienes convocaban, no podían traer a gente mala, ningún representante de esa variante de actor tan abundante que delata narcisismo, necesidad agresiva de ser escuchado, exhibicionismo, carencias afectivas, problemas. Aquí no ha habido ningún ególatra, sólo grandes contadores, para adultos o para niños (maravillosa Noelia Camacho en la «contada familiar» final), gente que tiene una habilidad y la da, la entrega, se entrega en ella, no por ellos sino por los demás, recuperando o reteniendo voces antiguas, narraciones remotas. Todo genial en la ciudad, excepto la desesperante forma de comer que tienen aquí: por cada bebida, eliges una pequeña tapa, de modo que uno acaba bebiendo mucho más de lo que conviene para poder comer mucho menos de lo que necesita. 

No dejes que las cosas te impresionen.

Leo los cuentos de Julia Viejo, la ópera prima de esta madrileña de 1991, y están muy bien, pero es ya un poco alarmante lo que pasa con Blackie Books, uno de los sellos, por otro lado, que más cariño pone en cada uno de sus libros, invirtiendo en cada título toneladas de dedicación, talento y tiempo. Es normal que las editoriales tengan una «melodía», una «línea», un «tono», un «estilo», un «aire»… pero no es natural que tantos autores de un mismo catálogo suenen tan llamativamente parecidos, tan uniformes. Es como si no sólo hubieran pasado todos por el mismo corrector, sino más bien por el mismo «aplanador», el mismo «homogeneizador».

–Papá.

–Dime, Brunete.

–¿Qué significa «ojalá»?

No pidas nunca nada: poesía reunida.

Si citas en este cuaderno algo de algún libro que andes leyendo, haz que sea algo que, de algún modo, hable del propio cuaderno, o de la historia que este cuaderno quiere contar.

Si comentas alguna novedad editorial que andes leyendo, hazlo de modo que lo que digas pueda seguir sirviendo cuando pueda haber pasado ya el momento de ese libro. Haz como intentas en tus reseñas: cíñete al libro, claro, es de lo que se trata, pero procura trascenderlo, aporta ideas generales que vayan más allá de él.

Os veo tan dormidos y tan vuestros

que sólo me pregunto

qué puedo hacer para que no sufráis.

De momento, tortitas.

Es lo que, por ahora, está en mi mano.

Vamos a echar muchísimo sirope.

No es que no me guste escribir. Es que, cuando me veo libre, siempre preferiré leer.

Ayer, Cartagena, con el genial grupo de amigos que hay allí, capitaneados por el librero Vicente Velasco. Hoy, Murcia. Alegre comida con Marili y Eloy, repaso al Museo Ramón Gaya, reencuentro inesperado con ese sabio divertido, generoso y seductor que es Francisco Jarauta. Vengo leyendo los maravillosos cuentos de Máxim Ósipov: «Para empezar, las casualidades no existen, y en segundo lugar, el destino no es más que una consecuencia de la personalidad».

Cuando supera determinados límites, la mala literatura puede llegar a producir tanta perplejidad como la buena, en el sentido de que nos sitúa ante los grandes interrogantes de la vida, nos produce un estupor o incluso un aturdimiento muy hondos, nos deja descolocadísimos en medio del universo. Quiero decir que al leer El Quijote o al leer Las formas del querer la pregunta es idéntica: ¿cómo demonios ha sido esto posible?

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