THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

A un paso del toque de queda

«El sanchismo prefiere limitar la vida privada antes que tomar soluciones para abaratar la energía o dar lugar a otras fuentes como la nuclear»

Opinión
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A un paso del toque de queda

La vicepresidenta tercera del Gobierno, Teresa Ribera. | Europa Press

En 1992 volé a Cuba. Era el viaje de fin de carrera. De pronto, el avión, una aeronave de Iberia, empezó a descender. Nos tiramos a las ventanillas. No se veía nada. Era una noche cerrada en medio del Atlántico. Llevábamos ya unas cuantas horas de trayecto. Tenía que verse la isla de Castro desde el cielo, alguna ciudad o la costa, pero solo había un negro profundo. 

El avión siguió bajando. Nos miramos todos alarmados hasta que sonó la voz del capitán. Habíamos llegado, decía, pero no se veía nada. Descendimos en medio de la oscuridad. Habíamos visto películas de este tipo. Jóvenes idiotas que se accidentaban en alta mar y acababan en un islote perdido. Eso con suerte. Cuando ya nos quedaban dos o tres avemarías se encendieron las luces del aeropuerto de La Habana. Aterrizamos en un lugar vacío, como si fuéramos el grupo de Tintín y Haddock a la espera del coronel Tapioca y sus pícaros. 

Pasaporte en regla y a formar. El autocar habanero nos llevó por carreteras oscuras. Había farolas pero estaban apagadas. Preguntamos al personal castrista que nos recogió. No querían gastar electricidad. No nos cruzamos con ningún coche. Solo algún ciclista y grupos andando por vías que antaño fueron autopistas. Mirábamos por las ventanillas de la guagua, y no había luz en ningún sitio. Al fondo se presentía la silueta de la ciudad. «Esto no pasa en España», dijo alguien con orgullo en mitad de la estupefacción. 

En Cuba también se empezó con un Consejo de Ministros que decretó restricciones horarias para el uso de la electricidad en lugares públicos. Luego vino la limitación para los hogares, porque la propiedad solo tiene el sentido de cumplir con los objetivos de la Revolución. Aquí el sanchismo lo llama Transición Ecológica. Allí, en la isla de Castro, los culpables eran el «bloqueo de EEUU» y el capitalismo, aquí es la «guerra de Putin» y la emergencia climática. 

«El PSOE de Sánchez quiere individuos dedicados a pagar impuestos, aceptar la doctrina oficial y obedecer por el bien de la Revolución llamada ‘Transición Ecológica’»

No importa el relato, porque el caso es un Gobierno que reglamenta la vida pública y privada tomando como excusa falsos factores externos. 

El sanchismo prefiere limitar la vida privada antes que tomar soluciones para abaratar la energía o dar lugar a otras fuentes, como la nuclear, que nos permitan mantener el nivel de civilización y la libertad. El PSOE de Sánchez quiere individuos dedicados a pagar impuestos, aceptar la doctrina oficial y obedecer por el bien de la Revolución llamada Transición Ecológica

No es ser profeta del apocalipsis. Es ceñirse a la realidad. Se empieza permitiendo el encarecimiento de la energía a niveles que la mayoría no puede pagar y que se ve obligada a restringir. Se inocula así la idea de que son necesarias las limitaciones. 

Luego se niegan las fuentes energéticas alternativas porque contradicen el objetivo revolución de  la Transición Ecológica. Tampoco hay que olvidar que el sanchismo se niega a rebajar los impuestos al consumo, y que ha convertido a las  compañías eléctricas en los malos de la película. 

Cualquier crítica a este sistema absurdo es contestada blandiendo la religión secular del ecologismo y de la «guerra de Putin». Es más, si cualquiera quiere saltarse las restricciones impuestas por el Gobierno recibirá una multa que le obligará a cerrar el negocio. Las penas económicas van desde los 60.000 euros para las infracciones leves, hasta los 100 millones para las muy graves.

La misma filosofía que anima esta restricción permite la limitación de otros hábitos, como coger el coche más allá de las 10 de la noche, o consumos domésticos de electricidad por encima de un número de kilowatios. No es una locura mía. El Gobierno ha decretado que con carácter inmediato, todos los edificios administrativos, centros de transporte, comercios, grandes almacenes, cines u hoteles no bajen el aire acondicionado de los 27º, y la calefacción no podrá superar los 19º.

Todo encaja. No solo es un delito medioambiental, sino también una prueba de machismo. El feminismo ministerial y aledaños sostiene que los estándares del aire acondicionado se establecieron sólo atendiendo a la temperatura corporal de los hombres, no de las mujeres. El aire climatizado es machista, por lo que ya tienen otro argumento para su regulación, como han hecho. El Gobierno impedirá el machismo controlando la temperatura de los lugares públicos y privados, y castigando a quien lo vulnere. 

Lo próximo es un toque de queda. Ni siquiera se podrá volver sola, borracha y a oscuras. Nadie en las calles, sin gastar energía ni contaminar, combatiendo los micromachismos caseros con la temperatura, empeñados todos en cumplir los objetivos de la Transición Ecológica.

¿Exagero? Estoy convencido de que aquel compañero de clase que dijo «Esto en España no pasa» cuando vio una Cuba a oscuras, hoy no diría lo mismo. 

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