El 'Apocalypto' de los podemitas
«El ‘partido de la gente’ representa a cada vez menos gente. Podemos se va quedando sin cargos, sin votantes y sin presupuesto para sobrevivir»
El Rey no se ha levantado al paso de la espada de Bolívar, cuya exhibición no se encontraba incluida en el protocolo ni es un símbolo del Estado colombiano. Por tanto, Felipe VI no estaba ni moral ni diplomáticamente obligado a levantarse. Lo mismo hicieron Rodrigo Chaves, presidente de Costa Rica, y Alberto Fernández, presidente de la República de Argentina, cuyas posaderas quedaron pegadas a la silla.
La respuesta de los podemitas ha sido de risa. Pablo Iglesias, el vicepresidente del Gobierno que dijo que el himno de España es una «cutre pachanga fachosa», que recibió una beca de manos del Rey a pesar de ser un comunista republicano, y que ostenta la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III, tiene el cuajo de decir que nuestra monarquía es menos democrática y tolerante que una república.
A partir de ahí, todos sus adláteres han estado atentos a la consigna. No es que sepan historia de la América española. Tampoco es que sus tesis doctorales hayan sido publicadas. Ni siquiera son considerados expertos más que en agitación y propaganda, en contar cuentos y victimizarse, en colocarse y mirar por encima del hombro.
Lo suyo es el aspaviento y el gruñido. Les importa un higo que España sea una monarquía o una república. No tienen una teoría republicana construida más allá de soñar con una dictadura bananera de empobrecimiento general y enriquecimiento particular. Tampoco es que sepan distinguir la democracia del socialismo, ni el Estado del Gobierno, ni la justicia de la moral, ni un Parlamento de una Asamblea revolucionaria.
La historia la entienden como un relato para golpear a los demás. El periodismo o la enseñanza las conciben como instrumentos del cambio revolucionario, orillando los principios sagrados de ambas profesiones. Solo piensan en ocupar espacios públicos porque adoran apartar a sus enemigos, no para hacer el bien, sino porque así piensan la vida social, como una lucha sin cuartel en la que solo deben quedar ellos.
Los podemitas piensan que la economía no es un conocimiento que se aplica a la realidad, sino una cuestión de voluntad, de quererlo muy fuerte. Lo dicen y se quedan tan a gusto porque no saben gestionar ni quieren saber. Tampoco tienen idea de crear empleo, salvo su propio servicio doméstico, o para sus colegas en los ministerios, o las dos cosas a la vez.
«Estos izquierdistas viven del conflicto, de la división, de cavar trincheras y buscar el silenciamiento del enemigo»
No les hables de atraer inversiones o de estabilizar las instituciones, porque sería como echar agua bendita a la niña del exorcista. Menos aún de generar confianza y felicidad a la mayoría, porque su objetivo es justo el contrario: desestabilizar y generar bronca.
Más claro: estos izquierdistas viven del conflicto, del ruido, de la división, de cavar trincheras y buscar el silenciamiento del enemigo. No hay libertad posible con ellos. Solo cabe el sometimiento porque son totalitarios de manual.
No contentos con crear problemas fuera de su partido, se matan entre ellos. Podemos es hoy un circo de tres pistas donde los payasos estampan tartas hechas con cemento armado.
De la foto inicial de hace ocho años no queda nadie. Solo está Pablo Iglesias queriendo mandar desde las sombras a una Yolanda Díaz que odia cordialmente a Belarra y a Montero. Estas, a su vez, han iniciado una guerra contra Izquierda Unida y los del PCE. Empezaron con Enrique Santiago, a quien humillaron poniendo en su lugar a una persona sin conocimientos ni experiencia. Y eso por no contar las puñaladas que se dieron haciendo las listas en Andalucía para las elecciones del 19-J.
Viven en un mundo de simbologías y comunicación populista que ya está pasado de moda. Postulan unas formas y unas ideas que conocemos de sobra, y a las que el electorado ha dado la espalda. Es una evidencia: el «partido de la gente» representa a cada vez menos gente. Podemos se va quedando sin cargos, sin votantes y sin presupuesto para sobrevivir según suceden las convocatorias electorales.
Metidos en su mundo de purgas y odios calculados, de atraso ideológico, de ruido y furia, de cadáveres políticos en cada cuneta institucional, ven llegar las urnas como los aborígenes americanos vieron los barcos españoles en la película Apocalypto. Las contemplan entre el asombro y la incredulidad. ¿Cómo es posible que un partido tan brillante vaya a desaparecer?