Narcoyihadismo parte I: Afganistán y el opio
La relación de Afganistán con el opio ha sido histórica: usada por sufíes y ciertos sectores no será hasta los ochenta cuando su producción se vuelva industrial
Hace años que en el panorama internacional el yihadismo y las drogas forman un tándem perfecto por diversas razones. En primer lugar hay zonas productoras controladas por los yihadistas, como ocurre en Afganistán, y otras zonas que son de paso, como ocurre en África u Oriente Medio. Analizaremos esta relación atendiendo no a los principios ideológicos de estos grupos (que prohíben el consumo de drogas) sino a la capacidad financiera de este material que permite a los grupos terroristas internacionales obtener pingües y seguros beneficios.
La relación entre Afganistán y la droga viene de antiguo, ya que es conocido que el país es uno de los grandes productores y consumidores históricos de opio, sin embargo la actual relación con la droga comienza en los años ochenta durante la guerra de Afganistán. Recordemos que durante la Primera Guerra de Afganistán los soviéticos desplegaron tropas en el país a fin de garantizar la continuidad del gobierno socialista de afgano, que se encontraba luchando contra una serie de rebeldes islamistas con apoyo estadounidense y pakistaní.
Los recursos económicos entregados por Estados Unidos eran demasiado voluminosos y se decidió en Washington e Islamabad que uno de los combustibles económicos de la guerra tenía que ser el opio ¿por qué? porque en las circunstancias de la guerra el cultivo de amapola es sencillo; requiere poco cuidado, crece rápido (varias cosechas al año), requiere poca inversión y genera tremendos beneficios. La estrategia era la siguiente: los islamistas que combatían en Afganistán sembraban amapola en sus territorios que quedaba en manos de la empobrecida clase campesina que, en un momento, se vio con un recurso que les aseguraba la supervivencia e, incluso, mejorar su vida. Por otro lado los islamistas se beneficiaban doblemente ya que recaudaban por el cobro de impuestos a esta actividad comercial y, además, vendían la planta que compraban a estos mismos campesinos.
¿En que se tradujo esto?, en la connivencia de los agricultores con los islamistas y en la vuelta de decenas de miles de refugiados de Pakistán hacia Afganistán atraídos por el trabajo y la cantidad de dinero que ofrecían como pago a los jornaleros por trabajar en estos campos, que generaba nueve veces más puestos de trabajo que cualquier otra plantación. Era un círculo vicioso en el cual todos ganaban, desde los yihadistas hasta los campesinos, jornaleros, mercenarios y los estados. La población rural (la mayoría de Afganistán) empezó a apoyar a los yihadistas también por esta razón. Los rebeldes, al mismo tiempo y debido a la cantidad de dinero ingresado directamente (sin depender de donaciones externas) empezaron a ofrecer salarios a los voluntarios que quisieran combatir con ellos. En la época más boyante ofrecían 300 dólares mensuales a los combatientes, una cifra más que aceptable dentro de la maltrecha (cuando no directamente inexistente) economía del país.
El arquitecto de este modelo socio-económico narcotraficante fue el Mullah Nasim Akhundzada. Sería en la región de Helmad donde más opio se plantaría, curiosamente esta antigua zona desértica había sido irrigada y fertilizada por la Agencia Estadounidense del Desarrollo (USAID) cuarenta años antes para contener a los socialistas y asegurarse el apoyo de la clase rural masiva en Afganistán durante la era imperial de Afganistán.
Esta zona, debido a las faraónicas obras de ingeniería, se había convertido en una de las mejores zonas del país para este cultivo lo cual se tradujo en la realidad de que el 50% del opio plantado en el país estaba en esta región. Obviamente el opio necesita ser tratado para poder ser comercializado como heroína, para eso Estados Unidos y Pakistán colaboraron estrechamente, la situación de guerra hacía muy peligroso establecer los laboratorios en zonas de combate ergo Afganistán quedó totalmente excluida. La droga sería tratada en laboratorios clandestinos (cerca de 200 en los años ochenta) situados a los largo de la frontera afgano-pakistaní. Camiones de armamento entraban en Afganistán para suministrar el material bélico necesario a los talibán, Hezbi Islami, Al Qaeda y otros. Sin embargo esos camiones no volvían vacíos sino que cargados de amapola que más tarde era tratada y se distribuía por todo el mundo.
Los datos arrojan que Afganistán durante los años 70 apenas producía opio para consumo doméstico (100 toneladas anuales), mientras que en Pakistán el número de adictos a los opiáceos era de prácticamente 0. Afganistán produce el 84% del opio mundial, de hecho la producción aumentó un 37% en 2020. El panorama era dantesco pero permitía el flujo de dinero hacia los combatientes y el esfuerzo de guerra mientras los aliados apenas desembolsaban ayudas económicas a los combatientes ya que eran financieramente independientes. Dentro de este panorama se encuentra el escándalo Irán-Contra y la problemática de la guerra contra las drogas en Colombia.
Cuando los soviéticos se retiraron y comenzó la guerra civil, que enfrentó a los remanentes afganos contra los talibanes, que acabarían ganando la guerra debido al apoyo recibido por el servicio secreto pakistaní (ISI) a cambio de continuar suministrando opio para los laboratorios pakistaníes. El acuerdo se produjo y los talibanes, con ayuda pakistaní, acabaron ocupando Kabul y gobernando el país durante algunos años bajo un emirato (sin reconocimiento internacional) por el Mulá Omar pero ocurrió algo muy interesante. La droga, su cultivo, comercio y las redes internacionales llevaban años funcionando. Parte de la droga iba rumbo a Pakistán donde embarcaba en Karachi rumbo a África y de ahí a Europa, otra parte de la carga iba hacia las ex repúblicas soviéticas del centro de Asia, estados de nueva fundación sin gobiernos estables y sin fuerzas armadas o policiales efectivas y la tercera a través de Irán, Turquía y los Balcanes.
La otra ruta pasaba por el Cáucaso con el apoyo de los yihadistas chechenos, que tenían una gran relación con los talibanes afganos, de hecho Samil Basayev era el enlace entre ambos grupos. Durante la era de la República Chechena, convertida en emirato, las relaciones entre ambos se estrecharon. En Afganistán la relación con la droga era simbiótica mientras que en los estados del centro de Asia y en la extinta República Chechena era parasitaria.
En el año 2000 se produjo uno de los grandes hitos de los talibanes, la destrucción de todos los campos de amapola del país debido a que era haram (prohibido por el Islam), sin embargo el resultado significó un duro golpe a la economía del país y de los bancos que lavaban el dinero de la droga proveniente de los productores y traficantes de toda Asia central y Oriente Medio. Esta medida disparó el precio de la heroína que fue siendo sustituida por la cocaína dentro de los países consumidores.
Después del 11S y la expulsión de los talibanes por parte de los Estados Unidos con sus aliados afganos (la alianza del norte) se constituyó un nuevo marco de estado supuestamente democrático donde el poder quedó en manos de los señores de la guerra que, de nuevo, dependían de la droga para sostener sus ejércitos privados y policía, debido a que era imposible sostener la estructura de un estado sin ingresos a pesar de la inversión realizada por Estados Unidos para reconstruir el país pero que se perdió por el camino beneficiando sólo a las empresas contratadas y a los altos funcionarios afganos.
Estados Unidos nada más tomar el país se hizo con el control de los antiguos campos de amapola y los hizo rendir al máximo, sin embargo el apoyo dado por parte de Pakistán, un socio tibio de Washington, y el poder del ISI (un estado dentro del estado pakistaní) hizo que los talibanes nunca se fueran y poco a poco fueron reconquistando el país hasta dominarlo por completo en 2021.
Estados Unidos entendió que este tipo de cultivo podría mejorar la economía rural del país y otorgarles apoyos suficientes para controlar la situación pero el poder de los señores de la droga, siempre tibios, mantuvieron una relación ambivalente con las tropas de Estados Unidos y los traficantes se convirtieron en otro problema estructural dentro de la política interna afgana y en una constante preocupación para los aliados occidentales; sin embargo el terrorismo y la lucha contra los insurgentes desvió toda clase de estrategia enfocada a acabar con la droga hacia la lucha contra los movimientos de resistencia y yihadistas.
Sin embargo no solo los talibanes controlaron la producción y los derivados del opio, lo cual les ha generado una gran cantidad de dinero que usaban contra los estados desplegados en Afganistán y contra el gobierno de Karzai, sino que este también estuvo salpicado por enormes casos de corrupción y dependencia de la droga debido a que los señores de la guerra (entre ellos el propio Hamid Karzai) dependían de este flujo ergo en la realidad de que Afganistán es un narcoestado y el primer ejemplo de narcoyihadismo y connivencia de grupos islamistas y droga del mundo aunque no el único.