Andar una milla en los zapatos de Damocles
Lo más instructivo es la asertividad de caminar en los zapatos de otro, pero no de forma gratuita. De eso se encarga el aliento de todo Damocles
Educamos a nuestros hijos con la “sapiencia” de generaciones, con discursos y narrativas construidas a lo largo de toda la historia acumulada en libros, tradiciones orales y sobre todo con el ejemplo que les mostramos cuando queremos resolver en su presencia las pequeñas “incongruencias” de la vida entre lo que “es” y lo que “debería ser”. Es en ese momento cuando, con suerte, nuestras acciones nos hacen quedar como lo que nos gustaría ser… Pero casi siempre, a su vez, como nuestros padres en su momento, quedamos como lo que somos.
Ese es el truco de la vida, dar el ejemplo necesario sabiendo que no lograremos durante el tiempo que dure el “viaje” las direcciones marcadas, y se verán modificadas a cada tanto, a cada poco, a cada “milla que les enseñemos a caminar con los zapatos de otro”.
Así por lo menos me forjé como “francotirador”, siendo consciente que muchas de las cosas, de “los disparos” que comparto, hacen que de obvios intenten ser asertivos. Las frases arrojadizas que se utilizan siempre son más o menos compartidas culturalmente; y en el caso de “educar a los hijos” o compartir/enseñar a otros, suponemos que es con buena intención (pues no quiero ni pensar la cantidad de muestras que tenemos que se ven sin fuente en la consecución de compartir para transmitir la experiencia. Esa que cuando ya la tienes, puñetera falta que te hace ya).
Y digo que no quiero imaginar, porque a ciencia cierta he vivido en propias y ajenas carnes, que no podemos indagar en las intenciones y motivaciones reales de cada persona, suponiendo que ella misma lo sepa. A veces es mejor confiar que temer. El tiempo ya nos pondrá “claro” si era lo uno o lo otro.
Aclarado este punto, sólo queda explicar qué intención tiene, si es que se la creen y tras estos años algo de veracidad deciden otorgarme, el continuo repiquetear y el “tableteo” constante de cada semana. No es otra la intención, diría voluntaria y conscientemente obsesiva, de ahondar en las consecuencias de aquellas “situaciones” que bajo mi “balconada” cada día pasan, se repiten, y en la segura y cobarde distancia, poder delatar lo que en conciencia creo que es mi obligación. Me temo que a pesar de la estrofa de Joaquín Sabina “que ser cobarde no valga la pena” , muchas veces se muestra la rentabilidad, no de la cobardía, fruto del temor, el terror o el pánico paralizante, sino del servilismo que sistemáticamente vemos como herramienta de medro en cada escalafón medio o medio-alto (los altos están reservados a vínculos de sangre, pactos bastardos a grupos innombrables o aquellos que heredan la “estrella en el culo” y caen normalmente de pie gracias a apellidos y deudas contraídas por el alma de antepasados).
Las acciones cotidianas muchas veces no traslucen su trascendencia y cómo varían los caminos de jóvenes, y no tan jóvenes, quedando marcado su futuro por un simple error o el azar de una mala decisión, como en la olvidada obra (y descaradamente copiada cada cierto tiempo) de 1945 del ignorado Edgar Neville, “La vida en un Hilo”; Somos marcados por el azar de encontrarnos en el camino, no un “vampiro emocional”, o como se llaman ahora a los “cabrones” de cualquier sexo: seres tóxicos. Sino por algo mucho peor, como es la negligencia de las acciones, obras u omisiones de nuestro entorno, cuna o comportamiento familiar, educativo, social, profesional… Cobardes que miran a otro lado para ni ser salpicados, ni perder baza de sumarse al “partido” del infame.
Nacemos quizás con una mano de cartas ya preconcebida, y vivir no es tener mejores cartas, es saber jugar mejor con las que te tocaron en buena o mala suerte. Es cruelmente cierto que lo que “la naturaleza no da, Salamanca no lo presta”, pero no es menos cierto que el esfuerzo, la constancia, el conocimiento de los límites propios y un entorno fértil para crecer es tan o más valioso que cinco ases en la mano. La verdadera intención no debe ser acertar, sino hacer pensar, pensar en la acción, nunca temer al error a la hora de aconsejar o educar.
No importa tanto los errores cometidos, como la claridad de metas o la honestidad en las decisiones que se toman para uno y para los que de uno dependan.
Como en el refrán, tres cosas hay en la vida, tres “picos” que como horcas caudinas todos debemos pasar a mi juicio. Y del cómo se salga, hay parte de esfuerzo, parte de naturaleza y carácter, y parte de ese Don de la Oportunidad que los griegos llamaban Kairós.
El uno es formar y amar con el ejemplo, porque de hipócritas está el mundo lleno y de progenitores descastados con frases del “haz lo que digo, no lo que hago” las memorias de la infancia dan buena cuenta (menos mal que ese soplo de generosidad animal hace que los retoños al crecer perdonen y olviden tales memeces; aunque algún mezquino queda que lo reproduce en su órbita de influencia). Dar ejemplo es a cada época y en todo momento compartir lo que en la medida se pueda los errores y los conocimientos como lluvia fina que está regando un jardín.
El segundo momento es saber que da igual nuestra edad o situación, siempre estamos formándonos y dando ejemplo. Y viendo en los demás mis errores, mis vicios y sobre todo mis “mentiras” al ejemplo que decidí dar. Pueda entonces hacer las cosas de forma consciente de cuantos miran, emulan o sencillamente “buscan un referente”, algo que les resuene a conocido y con el que se puedan identificar, pero a ser posible olvidando de quien en definitiva lo “observó”.
Y como en el teatro, el tercer “acto”, erradicar o reducir esas formas de hablar a todo el mundo “como si fueran hijos menores eternamente”; aunque estén cronológica e intelectualmente más cerca de ser ellos “los hijos que nunca crecen”. Todos lo hacemos en multitud de ocasiones, decimos lo que nos interesa, no lo que el otro necesita.
De eso trata ser “Francotirador”, no recordar a veces dónde maduré una idea, de quién aprendí tal o cual giro o destreza. Se trata precisamente de hablar de lo que necesita el otro para ser “educado”, de lo que necesita oír. Decirlo puede estar mejor o peor, pero en un mundo tan visual el ejemplo y el resultado de este es lo primordial.
Vivir como si la sombra de un Damocles nos acompañara siempre; no hagamos caso del tema de la espada, sino del mensaje a la responsabilidad que tenemos en nuestras tribunas correspondientes.
En un mundo tan exacerbadamente centrado en el seguidismo y el medro, no es ni sensato, ni productivo, ni rentable, y mucho menos seguro, actuar así. Pero hacerlo de otra forma significaría que la primera pieza a “abatir” sería yo mismo. Algo que puede llegar y que me rumio no será muy agradable, pero sin duda será “justo”. Todos somos prescindibles, siempre habrá otros que secunden la semilla y lo hagan mejor. En esa esperanza vivo, y en esa espera sigo “disparando” no a todo lo que se mueve, sino a lo que lo hace de aviesa manera.
Ni soy juez, ni elevado en mi ética por encima de otros, pero como Dracón no temo caer por mis propios principios si eso fuera menester.