THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Isabel II y la nostalgia de Britannia

«La verdadera utilidad de la monarquía es que es puro protocolo, y eso en cierto modo da estabilidad, al menos psicológica»

Opinión
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Isabel II y la nostalgia de Britannia

Un cliché que suele repetirse sobre la reina Isabel II es que ha sobrevivido a decenas de primeros ministros en Reino Unido, pero también a jefes de Estado de todo el mundo. Aunque es verdad que ha sido una reina longeva (le viene de familia: su madre, la Reina Madre, esposa del rey Jorge VI, vivió hasta los 102 años; Isabel II ha alcanzado los 96), es fácil sobrevivir en el cargo a tanta gente si tu puesto es vitalicio. Cuando Merkel abandonó el poder en septiembre de 2021, tras dieciséis años, el comentario tenía sentido: entre 2005 y 2017 ganó cuatro elecciones. Repetir esta observación con la reina británica es una frivolidad.

Su muerte va a traer una avalancha de frivolidades. La cobertura sobre las casas reales, al igual que sobre la aristocracia en general, está llena de observaciones del estilo de «¡la reina a veces se toma un helado!» para vender una imagen relatable del personaje en cuestión. A veces, entre vasitos de sangre de faisán, se toma un Actimel, como tú y como yo. 

«Hay un fetichismo, que no alcanzo a comprender, hacia todo lo que rodea a la monarquía»

He leído que la reina Isabel II estaba muy enterada de la actualidad de Westminster (a través de una figura muy curiosa en la política británica, el vice chamberlain of the Royal household, que suele ser un miembro joven del parlamento que escribe a la reina sobre la actualidad de la cámara) y que eso de algún modo garantiza su éxito. Pero, ¿no debería ser algo obvio? ¿Se diría lo mismo, con la misma mezcla de sorpresa y el tonito de ves-como-sí-que-hace-algo, de un presidente al uso?

Hay un fetichismo, que no alcanzo a comprender, hacia todo lo que rodea a la monarquía. En parte creo que es estético, y es obviamente mayor en el caso británico que en el español, por ejemplo: en España no existen The Crown o series de fama mundial como Downtown Abbey, que hacen sentir a los estadounidenses que Europa (porque para la mayoría de ellos es la misma Europa la de Santorini que la de Stratford-upon-Avon) es un period drama

Para otros, es un fetichismo que sirve como refugio psicológico. Y ahí es donde parece descansar, para muchos, su legitimidad. La verdadera utilidad de la monarquía es que es puro protocolo, y eso en cierto modo da estabilidad, al menos psicológica (solo basta con ver el protocolo minucioso que hay alrededor de la muerte de la reina y su sucesión; en este magnífico artículo en The Guardian de hace unos años, el periodista Sam Knight habla de todos esos detalles). El mundo cambia pero las reglas sobre cómo funciona la monarquía llevan siendo las mismas desde, no sé, Guy Fawkes. Y su presencia por encima del caos en Westminster y de los cambios ministeriales y de primeros ministros resulta tranquilizadora. 

Pero también Isabel II funcionaba porque era uno de los pocos símbolos (un rey no es más que un símbolo) que quedaban de la grandeza pasada del Reino Unido, el Reino Unido que ganó la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido colonial que dominaba más de ochenta países o territorios. El Brexit fue un intento desesperado y fallido de recuperar esa grandeza, a través del mito de la soberanía frente a la UE. Cuando los británicos ven imágenes de Isabel II con Churchill, con Thatcher, con líderes de un mundo donde todo parecía más ordenado (aunque fuera para solo unos pocos) y en el que Reino Unido era respetado, se ponen nostálgicos. El futuro, entonces, les parece oscurísimo.

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