El nacionalismo y la lengua: una victoria silenciosa
«No existe un mejor ejemplo de cómo el nacionalismo desprecia a la ‘otra’ Cataluña, la mayoritaria, que la cuestión de la lengua»
Hay algunas victorias políticas que no son públicas. O pasan desapercibidas y se producen en un largo periodo de tiempo. Tomemos el ejemplo del independentismo catalán. Es obvio que no ha obtenido sus objetivos más radicales. Pero se podría decir que ha vencido en aquello que realmente podía conseguir, aquello que no era una pura fantasía soberanista y voluntarista.
Si entendemos el catalanismo como la versión posibilista del independentismo, es decir que comparten objetivos pero no estrategia, la victoria es clara. Sí, es cierto que el movimiento independentista que consiguió desafiar al Estado en 2017 está descabezado y enfrentado entre sí. En julio, ERC, la CUP y el PSC suspendieron a Laura Borràs como diputada y presidenta del Parlament por un supuesto caso de corrupción. Y en Junts están muy descontentos con cómo está gestionando Oriol Junqueras las negociaciones con el Gobierno tras los indultos. También se ha hablado de una «despolitización» de TV3 tras su cambio de dirección. Pero observemos más allá de los movimiento de piezas sobre el tablero y miremos cómo han penetrado sus ideas.
«Los que parecen enemigos en el Parlament votan juntos en aquello que realmente vertebra el nacionalismo»
La mejor estrategia que tiene el nacionalismo catalán es su normalización, la victoria de sus postulados principales. El catalanismo moderado (moderado es solo una cuestión de temperamento, de no gritar mucho y no cortar la Diagonal) puede obtener más que el independentismo radical. Tomemos la cuestión de la lengua. La verdadera victoria nacionalista es haber conseguido que la mayoría del Parlament (un 80%, Junts, ERC, PSC y En Común Podem) esté de acuerdo con la inmersión lingüística, es decir, con impedir a sus ciudadanos ejercer un derecho fundamental como es escolarizar a sus hijos en su lengua materna. Es una victoria que se ha fraguado durante décadas. Los intentos por revertir eso han fracasado; el último de ellos, con la sentencia que obligaba a impartir un mínimo de 25% de clases en castellano, ha fracasado por culpa de «la inacción del Ministerio de Educación y de la Fiscalía, el apoyo del PSC y En Comú Podem a las políticas lingüísticas nacionalistas, la rendición del TSJC y la inhibición del Gobierno», como ha escrito Daniel Gascón.
No es una cuestión sin importancia. La lengua está en el núcleo de la ideología nacionalista catalana. Los intentos de separar lengua y nacionalismo nunca han funcionado. Y el consenso sobre esto goza de una salud de hierro, que trasciende otro tipo de desavenencias. Los que parecen enemigos en el Parlament votan juntos en aquello que realmente vertebra el nacionalismo. No existe un mejor ejemplo de cómo el nacionalismo desprecia a la otra Cataluña, la mayoritaria, que la cuestión de la lengua.
Es obvio que no es una victoria que satisfaga a los independentistas más radicales, que están en una deriva cada vez más autoritaria y antieuropeísta. Pero es una clara victoria de sus ideas, que es lo que verdaderamente importa, sobre todo a los ciudadanos catalanes cuyos derechos no son respetados. Cuando se dice que el «catalán no se toca» es porque si se toca se cae todo el castillo de naipes.