THE OBJECTIVE
Fernando Cocho

Los calvarios existenciales

Hartazgo de los melindres (sean hombres, mujeres, perros o gatos), que se creen derecho y ejercen tiranía ante los suyos bajo la excusa de la Patria Potestad

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Los calvarios existenciales

Ejercer los derechos del tipo que sea implica también el cumplimiento efectivo de las obligaciones que se deriven de los mismos. Desde la Actio comunni dividundo, parece que las cosas no han mejorado mucho.

Los hay que se creen defensores del “otro” cuando sólo lo son de sí mismos. Mesiánicos narcisistas, normalmente dedicados a la política; están los que tienen una idea de pagados de sí que les hace chulear el mundo a costa de los educados en el respeto al semejante y a la “Res Pública”, pero los hay peores, puesto que están los que creen que todo les es debido, crecen y maduran anhelando vivir de lo que el mundo les debe “porque yo lo valgo”; quejándose ora de no haber nacido en mejor cuna, ora de no “recibir” las ayudas que por su cara bonita se merecen sin dar palo al agua, viviendo del esquilme y engaño de mentes más débiles, de las personas dependientes de afecto, y, lo que es peor, tienen un “don” olfativo para encadenar saltos de víctimas desgraciadas a víctimas dependientes. Son quiromantes de los rastros que dejan aquellos/as que “suelen gritar mucho” pero se achantan por miedo a haber caído en las trampas que la vida a todos nos pone y cuya elección siempre está subsidiada “mendigando afecto”. Por eso los baños son lugares de ”alivio real y espiritual».

Pero hay una especie aún más, si cabe, digna de la mirilla de cualquier francotirador. Aquellos que pasan desapercibidos enmascarados en cualquier chequeo, y que suelen convertirse en victimarios para justificar sus felonías, sus egoísmos, la esclavización emocional de sus familiares, y sobre todo el engrandecimiento teatral de las desgracias o miserias sufridas, que a todos nos acechan, pero parece que sólo esta subespecie humana tiene patente de corso para explotar los sucesos de modo y manera tal que multiplican sus capacidades de vivir del cuento. Ni son inteligentes, ni son listos, y por supuesto hay que desterrar del imaginario colectivo ese glamour de ponerles la etiqueta de psicópatas, cuando a lo más que llegan es a aprendiz de narcisistas.

No tengo mala suerte en localizarlos, y no llevo pocas “cabelleras” en el morral de estos seres. Pero el precio de delatarles o sacarles de circulación es alto. Denunciar al perverso tiene el coste de perder familia, amigos o sencillamente aparecer siempre como “el grillo” de cualquier conciencia.

Es una elección ir a la caza de estos, y es una suerte poder desenmascararlos, al precio que sea. En este año me estoy centrando en la caza de algunos especímenes que por desgracia me tocaron en la ruleta de la asignación familiar. Gustoso voy al infierno de los “lenguaraces” si con eso saco de circulación las presas que a buen juicio y alguien me cruzo en mi camino.

Es sencillo reconocerles, sean hombres, mujeres, perros o gatos. Siempre nadie ha sufrido en el ascenso laboral más de lo que en su vivir les ha tocado; siempre o los jefes/instructores querían más de ellos/as que su mera capacidad profesional, como si fueran beldades los unos y los otros permanentes pervertidos. Todos llevan el estigma de “mear más alto de lo que su aparato les capacita”, y siempre la culpa de no haber cumplido sus metas es de los otros. Responsables siempre son aquellos a los que más que delegar el cuidado de sus hijos y demás enseres mientras encuentran su camino en los posos de té o en los santones de turno (y si son héroes de farándula contando sus cuitas, los que pueblan su biblioteca y su “Spotify”, sólo significará que querrían ser como ellos pero sin el trabajo que acarrea la fama).

Deben ser escuchados y tener razón mientras muestran al mundo su “don de clarividencia, trabajo o experiencia”, que siempre será irrefutable a no ser que quieras que te retiren “su divina conversación, presencia y palabra”. Sacar a la luz sus juegos mentales de inmadurez patológica es poco menos que atentar contra la santísima trinidad de los golfos, que es: como padre o madre soy Dios; no hubo hijo/a que fuera más justo para con sus ancestros; y sobre todo el Espíritu Santo les ha conferido el derecho a que los demás les arreglen la vida. Son líderes en saber sacar balones fuera ante el más mínimo detalle que les pueda incomodar.

Nadie mejor que ellos sabe el precio del sacrificio por estar haciendo labores mundanas (para eso tienen a su retortero a débiles mentales de cualquier sexo que les bailan el agua por no perder “su gloriosa compañía”).

No hay ser más abnegado en la salud y en la enfermedad, porque los demás no tienen un “templo sagrado por cuerpo” como ellos/as. Y por supuesto se merecen todos los estipendios para lograr su felicidad, porque “en esta vida ya lo ha pagado todo”, tiene derecho a pensar en primera persona. Ya cuando llegue la “sanación” podrá sanar a otros.

El problema reside en que todos tenemos amigos, conocidos o familia que cumple el patrón, y que, aunque ofreciéramos un segundo de nuestra vida con tal de que uno de esa tribu “desapareciera”, nos encontraríamos que no daríamos más de dos bocanadas de aire antes de caer inermes ante la cantidad de tiempo entregado a cuenta.

Por eso, su vida es un “calvario existencial”, ya que no tienen la suerte merecida, ni la familia donde expresar su verdadero yo, y nadie comprende sus necesidades realmente (por eso los demás les arreglan sus vidas, no sea que tengan que enfrentarse a la realidad).

En definitiva, que no sé si por culpa del agua embotellada, los cereales integrales con vitaminas extraídas del tuétano de Reno de Laponia, el alineamiento de los chacras o la mera incentivación de una mano negra (en la que no creo), parece que nadie sufre o tiene problemas más que ellos para pagar la compra, cuidar de los suyos… y superar los errores que por sí mismo/a comete, pero que no reconoce.

Sólo queda esperar que alguien les ponga en su sitio y a ser posible que a mí me dejen viajar a Marte, aunque sea sólo como compostaje humano.

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