THE OBJECTIVE
Dani De Fernando

Irene y los niños

La Montero pasará, pero tendremos que padecer sus ideas y sus leyes; ahora, mientras es ministra, y luego, cuando la misma derecha que hoy se rasga las vestiduras llegue al gobierno

Opinión
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Irene y los niños

Yo no he entendido del todo bien el escándalo que se ha armado por lo de la Montero y los niños. Y no tanto porque ella y los que son como ella nunca hayan ocultado sus intenciones como porque pensé que estábamos más acostumbrados a todo esto. El pensamiento de la progresía, desde hace ya, ha discurrido por esos derroteros; cosa distinta es que hasta ahora lo hayan expresado de un modo más timorato, sugiriéndolo en lugar de imponiéndolo. Si hubiésemos de ponerlo en forma de silogismo, un poco como le gustaba hacer a Aristóteles, creo que nos quedaría algo así: a) El sexo consentido es bueno; b) los niños tienen derecho a lo bueno; luego c) los niños tienen derecho al sexo consentido. Y nos queda un silogismo que cuadra perfectamente y que, al mismo tiempo, encierra todo lo que está mal en el mundo.

Porque, a pesar de cuadrar, el silogismo es falso: no todo el sexo consentido es bueno. Digo más, ni siquiera cualquier acto consentido es bueno. Los actos son o buenos o malos y la voluntad no les resta un ápice de bondad o de maldad porque no altera su naturaleza. La esclavitud, por ejemplo, es inmoral aun cuando el esclavo decide serlo, del mismo modo que es inmoral que siete tipos tengan relaciones sexuales con una chiquilla en un portal independientemente de que ésta consienta o no consienta. Pero esta verdad tan elemental es precisamente contra la que se rebela el liberalismo, y por eso nuestro mundo asume con naturalidad que sí, que un acto es bueno siempre y cuando sea voluntario: hoy sólo necesitamos un contrato, a veces una sencilla muestra de aprobación para legitimar cualquier tropelía. 

Y nos vale con un contrato porque hemos amputado los fines de los medios o, peor, hecho de los medios fines. Sucede con la libertad, que es un valor absoluto, que es buena en sí misma independientemente de que esté o no orientada a algo bueno; y sucede, claro, con el sexo. Por eso digo que me sorprende el escándalo que se ha armado por las declaraciones de la ministra: lo único que ha hecho es dar un pequeño paso, llevar las tesis liberales a un caso más extremo, pero sin dar ningún salto lógico. Que sigue valiendo el silogismo, vaya. 

Habrá quien piense que me he puesto estupendo, que ya estoy otra vez pontificando. Mi intención era escribir otro artículo costumbrista, de esos que gustan a los tres o cuatro lectores que tengo y que mi madre puede luego enseñar a sus amigas, pero la Montero me la ha puesto botando: uno no puede ignorar la actualidad cuando ésta le da pie a escribir sobre lo que de verdad importa. Sobre todo porque la Montero pasará, pero tendremos que padecer sus ideas y sus leyes; ahora, mientras es ministra, y luego, cuando la misma derecha que hoy se rasga las vestiduras llegue al gobierno. 

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