Siempre toros
«Las diferencias entre un toro y un borrego son las mismas que entre un aficionado a los toros y un político nacionalista»
Termina la temporada taurina, pero no cesan los ataques de los tarugos. Al imbécil antitaurino lo define la exaltación del ecologismo y la carencia de conocimientos ambientales. Los nacionalismos reducen la cultura a categoría de chincheta. Y luego la caducan a favor de representaciones que solo conciernen a sus poblaciones independentistas. La cultura, en los nacionalismos, pertenece a las minorías, que en ese trance suelen ser ágrafas e ignorantes.
Si pasean por los centros culturales de las ciudades catalanas y vascas no encontrarán manifestaciones culturales del extranjero, el resto de España. Se toparán, por ejemplo, con el análisis de la novela Amaya o los vascos en el siglo VIII. Trata de las leyendas vascas. La firma un tal Villoslada. La novela de cabeza del nacionalismo vasco, redactada en castellano, está escrita por un autor con apellido castellano. Unamuno y Baroja, que también son escritores en castellano con apellidos castellanos, son denostados por el nacionalismo vasco, mientras Villoslada es admirado, lo que representa un dedal de la hipocresía nacionalista. En especial cuando la novela mencionada solo sirve de envoltorio para un bocata de chistorra.
«Los políticos nacionalistas prohibieron los toros por ser una cultura foránea, pero la primera corrida en Cataluña se lidia en 1378»
Pregunten ustedes a un nacionalista por su plato preferido y contestará el autóctono. Amará a un pintor muy de andar por casa. Los nacionalistas odian las tradiciones de afuera, aunque lo peor es que se cargan las propias si les parecen exógenas. Los nacionalistas ultramontanos catalanes son unos lerdos de muy señor mío. No son capaces de apreciar a los escritores valencianos, y eso que los encuadran en los países catalanes. Dibujar un mapa de los países catalanes es más difícil que descubrir el misterio del espíritu santo. Son tantas las tendencias y las variantes dentro del nacionalismo que lo que antes era pequeño ahora se queda en nada.
La cultura nacionalista catalana sirve para hacerse una barretina; poco más.
Los políticos nacionalista prohibieron los toros en Cataluña por ser una cultura foránea. La primera corrida de toros en Cataluña se lidia en 1378, y las que siguen. En esas fechas remotas no se había constituido España y la idea del nacionalismo catalán estaba lejana, pero era Cataluña a tenor de los xenófobos identitarios. Los toros, cultura con mayúsculas, se refinan con el paso del tiempo. Con el paso del tiempo es catalanismo se aborrega.
Contemplen ustedes un borrego y un toro, en un corral se entiende. Comparen la estampa del toro bravo con la del borrego. Estudien sus reacciones. El toro embestirá y el borrego mirará al infinito sumido en un pensamiento abstracto, igual que el de un nacionalista. Las diferencias entre un toro y un borrego son las mismas que entre un aficionado a los toros y un político nacionalista. Así que no hay muchas cosas más propias de Cataluña que las corridas de toros. Al parecer el toro bravo amenazaba a la especie catalana del asno o el borrego. En consecuencia, sacaron de la ecuación al toro.
«No he escuchado ni un solo argumento cultural contra los toros»
Plantearse en serio las razones del nacionalismo que les empujan a eliminar la fiesta resulta un ejercicio estéril. Por mucho que se estudie al nacionalismo y se argumente en su contra el nacionalismo se cierra sobre si mismo. El reduccionismo nacionalista niega la cultura y tiende a eliminarla. Se parece bastante a las críticas cinematográficas de Carlos Boyero. Boyero, el encantador cascarrabias, desmenuza una película desde un ángulo que no comprendo. Carlos Boyero debe ser muy listo y los demás muy tontos. Ni siquiera Pedro Almodóvar, que es un gigante, afina a comprender la fina disertación de Boyero. Creo que ahora dan un documental sobre Boyero, el mejor sustituto de los somníferos.
En una corrida de toros cabe el ámbito cinematográfico, de una película de aventuras si prefieren. La tensión generada entre el animal y el ser humano que se defiende es un plano general, al que el director del film, ahora la plaza, añade el audio y las luces. O la contemplación de una obra teatral, una tragedia griega. O la asistencia a un espectáculo de ballet. En una corrida de toros hay una novela. Al ser cada corrida de toros diferente, los paisajes que escribe el respetable también lo son. La tradición engloba a las corridas de toros, la nacionalista y la no nacionalista.
La cultura proviene de la tradición. Los ismos y las vanguardias se han emborrachado de lo antiguo hasta generar lo nuevo. El arte levanta pasiones, de lo contrario no aguijonearía las emociones. Los antitaurinos esgrimen motivos por los que cancelar los toros. Y alegan que los toros no son cultura. No he escuchado ni un solo argumento cultural contra los toros, de los oxigenados. No hay desarrollo intelectual válido que se sostenga en contra de los toros. No existe una voz autorizada en el mundo del pensamiento que sacrifique a los toros. La cultura se alimenta del pensamiento. Los toros siempre son cultura. Y dos más dos siempre son cuatro.