THE OBJECTIVE
Anna Grau

Gobernando con tu enemigo (o no)

«Si yo fuera Pere Aragonès, ahora mismo me sentiría como Hamlet acariciando la calavera»

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Gobernando con tu enemigo (o no)

Pere Aragonés y Salvador Illa en el Parlament. | EP

Lo que está pasando en el gobierno de Cataluña no es ni de lejos tan interesante como lo que va a pasar. Atención, pregunta: si Pere Aragonès no atiende a razones ni a convocar elecciones, si Salvador Illa ni siquiera intenta una moción de censura, ¿quién y con qué va a gobernarse la Administración autonómica de ahora en adelante? ¿De dónde van a salir los centenares no ya de consellers sino de secretarios generales, jefes de gabinete, de esto y de lo otro, directores de consorcios y empresas públicas, que han estado ocupados por convergentes, neoconvergentes o postconvergentes desde tiempo inmemorial?

Josep Tarradellas llegó a hablar de «dictadura blanca» al percibir la voracidad con que Jordi Pujol colmaba de afines cada pequeño hueco de poder institucional en Cataluña. Tanto es así, que la llamada sociovergencia, la alianza estratégica entre convergentes más o menos «de toda la vida» y socialistas, ha sobrevivido a reveses electorales y de todo tipo. Ojo al dato: Junts per Catalunya mantiene en el momento de escribirse estas líneas un inveterado pacto con los socialistas en la Diputación de Barcelona del que penden muchas cosas, desde la maquinaria electoral socialista en el área metropolitana, hasta la continuidad del programa televisivo de Marcela Topor, esposa de Carles Puigdemont, a 6.000 eurazos al mes y 12.000 espectadores (500 euros nos cuesta cada televidente). ¿Seguirá ese pacto en pie? Todos los interesados dan por hecho que sí.  

Fue digna de ver, y de meditar, la velocidad supersónica a la que brotaron titulares al conocerse el apretado resultado de la consulta de Junts. Gobierno roto, proclamó en el acto todo el mundo, dejando en la práctica cero margen a la reinterpretación o incluso aplicación secuenciada de esos resultados. Nada que ver con el tan cacareado 1-O, cuyo balance lo mismo valía para un roto que para un descosido, para proclamar la independencia unilateralmente que para anularla, para decir que ya tienes un mandato popular que para decir que hay que hacer una nueva consulta, «esta sí» que «pactada» con el Estado y que «valga»…

No, al sector moderado de Junts nadie le dio la opción, no ya de contradecirse o desdecirse, sino de meramente contener la respiración. Se comprende, porque hace tiempo que reculan en el control de los medios de comunicación que ahora mismo arden en deseos de abrir paso, bien a un nuevo tripartito en Cataluña, bien a una vieja venganza.

Si yo fuera Pere Aragonès, ahora mismo me sentiría como Hamlet acariciando la calavera. ¿Qué hago? ¿Aprovecho para cumplir de una vez por todas el largo y postergado sueño de clavar la estaca definitiva en el vampírico corazón de la antigua Convergencia, para cerrar definitivamente su ataúd y hacerme con el control del «pal de paller» nacionalista, o les dejo vivir en versión residualizada y zombie para garantizarme un plan B ante la opa socialista?

Desmontar un gobierno puede parecer sencillo. Volverlo a montar, desde luego, no lo es. Incluso si algún hasta poco conseller independiente de Junts asumiera el coste de quedarse a costa de romper el carnet, queda en pie el problemón de toda la inmensa masa crítica de altos cargos, gestores, etc, que hay que sustituir a la voz de ya. 

Es casi un auto155 lo que se va a tener que infligir Pere Aragonès. El reto de ERC para tomar el control de la gobernanza catalana, si esto va en serio hasta las últimas consecuencias, no es en absoluto menor al que tuvo que asumir Mariano Rajoy al dejar en suspenso la autonomía catalana en otoño de 2017.

«Si yo fuera Pere Aragonès, ahora mismo me sentiría como Hamlet acariciando la calavera»

Como bien explica la periodista Lola García en su nuevo libro El muro, recién editado por Península, a los monclovitas de la época mucho les sorprendió la facilidad con que centenares y miles de cargos de la Generalitat, sobre el papel separatistas rabiosos, se ponían a su entera y hasta dócil disposición para aplicar el 155 sin rechistar. Era increíble cómo colaboraban. «Sólo les preocupaba su sueldo», escribe brutalmente Lola García. No porque lo diga ella, sino porque se lo han contado. Tal cual.

¿Podría pasarle lo mismo a Pere Aragonès? Si le faltan manos republicanas para gobernarlo todo él solo, ¿podría encontrarse con un ejército de colaboracionistas en las filas de Junts, de conseller para abajo, que se nota menos?

Esto desdibujaría y hasta postergaría la anhelada venganza de ERC contra los restos de la antigua CiU, llegando a rozar, según el caso, la tergiversación de los resultados del «referéndum». Sería una salida de Junts del Govern más simbólica que real, más a cámara lenta, más lo que el mismo Jordi Turull podía tener en la cabeza, que lo que de verdad ha salido de las «urnas» del 6 y 7 de octubre.

 ¿La alternativa? Hacer lo mismo con los socialistas. Dejar entrar en la Administración, es decir, en casa, a centenares y miles de gatopardos socialistas ávidos de gobernar y de decirles a todos los demás cómo tienen que hacerlo, sobre todo para que nunca cambie nada, para que aquí cobren y manden siempre los mismos. Desde el president hasta el último ujier del Parlament.

Aunque atención, ojo al dato: decíamos un poquito más arriba que el pacto Junts-PSC en la Diputación de Barcelona no peligra, menos con las municipales encima. ¿Qué hará Xavier Trias en esta hora grave? ¿Dar la espantada o mantener su apuesta por volver a ser alcalde de Barcelona apoyándose en el socialista Jaume Collboni? Difícil lo va a tener Trias para quitarse de en medio cuando el suyo puede ser el único clavo ardiendo al que se aferren, en su partido, los nostálgicos de la gobernabilidad. Entendida como el afán de gobernar algo.

Lo cual nos empuja a los suspicaces a augurar un decantamiento de ERC por los Comunes, que de momento ya han aparecido en todos los discursos de Aragonès como favoritos para pactar presupuestos suponiendo que no se decida prorrogarlos. Los últimos presupuestos de Cristóbal Montoro estuvieron dieciocho años vigentes en España. Dieciocho años. Se dice pronto. Y no olvidemos que los Comunes ya fueron de los más beneficiados por los presupuestos de la Generalitat del año pasado, los que se podrían prorrogar ahora.

Si encima se avecina la batalla por Barcelona y socialistas y Junts van de la mano…¿Veremos a Ernest Maragall a los pies de Ada Colau para hacerla alcaldesa eterna de Barcelona? ¿Qué más nos tiene que pasar para que reaccionemos?

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