Quieren follar
Los estudiantes del Ahuja han crecido en una sociedad que exalta la lujuria, que sexualiza hasta los detergentes y que les provee de porno gratis, pero que les castiga por querer follar
Pues a mí lo de los estudiantes del Ahuja no me parece tan mal. Es una payasada propia de chavales, claro, y desde luego que podrían haber sido más decorosos. Pero eso no justifica la persecución, la caza de brujas a la que se les ha sometido. A varios, de hecho, los han expulsado, que es lo que hace el mundo contemporáneo con los que se saltan sus reglas. Ya no hay hogueras: hay Twitter, prensa y cancelación.
Tampoco sabría decir si los estudiantes del Ahuja son víctimas o verdugos. Supongo que un poco de ambas. Han crecido en una sociedad que exalta la lujuria, que sexualiza hasta los detergentes y que les provee de porno gratis, pero que les castiga por querer follar. Porque hay quien sigue pensando que el capitalismo consiste en algo así como hacerse rico o explotar a muchos, muchísimos obreros en una fábrica y no. Su forma de mirar el mundo —en la que cualquier cosa, incluso el vientre de una mujer, es susceptible de convertirse en mercancía o, peor, en objeto de consumo — y su lógica — la de la oferta y la demanda— lo han invadido todo, también lo que concierne al sexo.
Y eso es un poco lo que pasa en el Ahuja: que los estudiantes quieren follar. Porque están en edad de hacerlo, sí, y porque son continuamente estimulados en ese sentido. Se habla mucho de la ansiedad que genera a las mujeres tener que cumplir los cánones de belleza; de lo que no se habla tanto, en cambio, es de la frustración que genera en los hombres desear sin ser a su vez deseados o, por decirlo de otro modo, demandar sin ser demandados. Sobre todo porque eso es lo que determina su éxito vital: si uno folla mucho, casi con la que quiera, es un ganador; si lo contrario, un perdedor. Y punto.
Pero esto soy yo divagando; lo del colegio mayor es menos complicado. Los hay que han querido ver ahí machismo, fascismo y no sé cuántas cosas más cuando lo que hay son unos chavales que —más mal que bien— trataban de seducir a unas niñas, de impresionarlas, en realidad, para ver si les hacían algo de caso.