Los compromisos del PP
En la oposición afirman rotundamente que abolirán lo del PSOE, su «ingeniería social», pero cuando al fin gobiernan no lo abolen porque se tienen que ocupar de la economía, que es lo-que-le preocupa-a la-gente
Feijóo ha prometido que derogará la ley trans, cuyo único delito, si me permiten decirlo, es llevar hasta sus últimas consecuencias las ideas que todos los partidos políticos salvo Vox profesan sobre la cuestión del género. Afirma el presidente popular que la norma trivializa el hecho de ser hombre o mujer y que le permite a uno acometer una operación irreversible sin el asesoramiento adecuado. No entiendo bien el argumento ―¿quiere decirnos que con asesoramiento no hay trivialización, que una mujer es hombre cuando lo digan los expertos?―, pero el caso es que los votantes del PP, también los medios de comunicación afines, han celebrado el compromiso de Feijóo.
Las declaraciones del jefe de la oposición evocan el pasado, lo resucitan. Uno no puede evitar recordar a Rajoy y sus idénticos compromisos electorales, compromisos que incumplió uno por uno con infinita desvergüenza. El PP está aquejado por algo así como un trastorno bipolar. En la oposición afirman rotundamente que abolirán lo del PSOE, su «ingeniería social», pero cuando al fin gobiernan no lo abolen porque se tienen que ocupar de la economía, que es lo-que-le preocupa-a la-gente. A los populares les sobran ministerios, creo yo. Podrían eliminarlos todos salvo los de Economía y Hacienda sin que nadie lo notase. Ni un vacío, ni siquiera una sutil ausencia. La gente no notaría nada.
Pero menos aún que la pulsión gestora del PP, esa imposible vocación de administrativo ―digo imposible porque nadie es gestor por vocación; en todo caso lo es por descarte―, menos aún entiendo el entusiasmo de la parroquia con el compromiso de Feijóo. Yo comprendo que la esperanza es una virtud y que, además, uno siempre debe bendecir a los demás con su confianza, pero tampoco es cuestión de desentenderse de la historia y de sus signos. Dice la sabiduría popular que debemos conocer nuestro pasado para no tropezar en la misma piedra que nuestros ancestros, y en eso, como en casi todo, tiene razón. El votante del PP es alguien que le ha cogido el gustillo al tropiezo, alguien que se tortura por el placer de torturarse. Es quien, de tanto sufrir, ha olvidado el gozo de vivir sin sufrimiento y busca por tanto procurárselo a toda costa. El votante del PP es la mujer que perdona por vigésimo quinta vez a su marido golfo.
Josep Pla tiene una teoría, la de la propina, que puede ayudarnos a encauzar debidamente nuestra relación con el PP. Consiste en no esperar otra cosa que la catástrofe, en aceptar que la tostada caerá y que, además, lo hará por el reverso de la mantequilla, en asumir que Feijóo incumplirá su promesa con el mismo descaro que Rajoy. Si esto último ocurre, no desesperaremos porque nada esperábamos. Si, en cambio, Feijóo cumpliese, cosa difícil, improbable, ¡imposible!, lo celebraríamos con el júbilo de quien se topa con un vergel en el mismo centro de un desierto, con el alborozo de quien esperaba desgracias y fue colmado de bendiciones.