Los desheredados
«Me apena que los grandes autores españoles estén ausentes de las universidades. Es una herencia cultural que las nuevas generaciones ni estudian ni conocen»
Me envían una entrevista de Andrés Trapiello publicada en El País, donde el autor nos abre las puertas de su biblioteca. Es la biblioteca de un lector, de alguien que ama la literatura profundamente, puntualiza. Compara, y aquí está la gracia, a los bibliófilos con los fetichistas de las bragas. También se ríe Trapiello de aquellos que tienen bibliotecas muy importantes por una cuestión decorativa, o por vanidad. «He conocido a idiotas con grandes bibliotecas». Leo por contraste, que en Silicon Valley hay gente que no ha leído ni dos libros en toda su vida adulta. La autora comenta que los americanos que trabajan en SV confiesan no haber leído nada, y lo dicen sin complejos. «Ahora es más común encontrar ideas interesantes en una conversación», dice. Con este panorama, es inevitable pensar que hay un rechazo de esta generación a transmitir a las futuras generaciones la propia tradición cultural, en especial el hábito de la lectura. Los clásicos ya han dejado de imponerse.
Los grandes libros nos leen: eso es lo que mi educación superior me había robado de la enseñanza. Y aquí mi teoría: las universidades están secas porque han dejado de recomendar a los clásicos. Hasta los profesores nadan rebajados de precio y se venden por cuatro duros. Las grandes novelas tienen asignada una enseñanza diferente y necesaria, la de desarrollar la propia visión de las cosas, algo que nadie valora. Proust cree que su obra no es más que una especie de instrumento óptico que él ofrece al lector a fin de permitirle discernir lo que, sin este instrumento, tal vez no hubiera visto. Paco Umbral pujaba más alto, dice que todo clásico o genio es aquel de deserta de la realidad dada, que trae una realidad nueva, no se sabe de dónde. «Rubén [Darío], como [Victor] Hugo (…), traen su propia realidad consigo, ese espejo que llevan a la espalda los vidrieros de Jean Cocteau y en los que se refleja la realidad de otra forma». Los del club de la cultura nos invitan a desarrollar nuestra propia visión de las cosas.
«Las universidades están secas y no crean nada nuevo, solo adoptan modas intelectuales»
Aquellos que idealizan el modelo educativo presente, o que nos muestran su reprobación moral mediante la mueca desdeñosa del investigador cualificado, suprimen aquellas visiones literarias creativas o destructivas, que buscan desacreditar la realidad aburrida, promedio. Algunos de los maestros en este arte, Dalí, Nabokov o Rubén Darío quedan muy lejos de su especialidad. Algunos admiten que son amantes del caos, y en medio del caos juegan a ser dioses en miniatura que estructuran esa realidad promedio, sin cuestionarla. Un catedrático me comentaba que la Academia no produce nuevas corrientes de pensamiento y nada nuevo sale de los departamentos de teoría política.
Las universidades están secas y no crean nada nuevo, solo adoptan modas intelectuales. Han importado el wokismo de Estados Unidos, y ahora nos enteramos de que en Silicon Valley ya no leen libros. Nos han cambiado nuestra cultura por la de los yankis, que es lo peor. Yo mentiría si dijera que esta situación me deja indiferente: me apena que los grandes autores españoles estén ausentes de nuestras universidades y creo que aquí radica el problema. Es una herencia cultural que ya las nuevas generaciones ni estudian ni conocen. Puede ser que los políticos se hayan propuesto de una vez por todas acabar con los intelectuales, sus enemigos íntimos de siempre.