THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Choca esos cinco

«Proust estaba convencido de que en el sujeto creativo existen dos ‘yos’: el uno es social, exterior, y el otro está oculto y ese es el que escribe su obra magistral»

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Choca esos cinco

Una copa de 'dry martini'. | Unsplash

— Se ha quedado usted callado, don Ignacio. Le veo absorto y melancólico.

— Mira, Carlitos. Es que en casa, en el ordenador, acabo de ver unas imágenes de la guerra de Ucrania, he visto a un soldado… y no puedo soportar…

— No se me ponga a llorar, mariconsón. Usted lo que necesita es que le sirva otra copa.

— Será eso. 

Me la sirvió. Un sencillo Dry Martini como a mí me gusta: un vaso tubo que Carlitos llena de ginebra hasta el borde mientras echa una mirada de reojo a la botella de Martini.

Creo que era Buñuel el que mejoraba esta receta: él llenaba  la copa de ginebra y dejaba que un rayo de sol rebotase en la estantería, exactamente donde en la botella de Martini. 

Yo estaba muy triste por el horror de la guerra. Era la última hora de la tarde en el Derby. El local estaba lleno. Al fondo del mostrador, un cliente habitual, el señor Cansino, comentaba, con un grupo de mujeres, que últimamente se está muriendo mucha gente, y alguien le respondía:

— ¿Y tú sabes, Cansino, por qué será eso?

— Sí. Es por culpa de las vacunas —respondió Cansino—. No estaban testadas. Pero las impuso el Gobierno. El Gobierno de España, y los otros. ¿Y sabes por qué, Concha?

Pero antes que doña Concha respondiese, prosiguió: 

— Porque los gobiernos son maltusianos.

Marcó una pausa dramática y a renglón seguido explicó:

Maltusianos quiere decir que creen que en este mundo sobra gente, de manera que ellos, los Gobiernos, trabajan para matar a cuanta más gente mejor, para que seamos pocos, como en La balsa de La Medusa

Las mujeres le escucharon, se miraron, y a renglón seguido se pusieron a hablar de Jorge Javier Vázquez.

— Los Gobiernos –insistía Cansino—. ¡Los putos Gobiernos! ¡Por culpa de ellos se está muriendo mucha gente!

Ya no quise prestar más atención. Me dediqué a rascarme las partes nobles y a pensar en una antigua novia, y Carlitos, agitando la coctelera, me dijo:

— He leído, don Ignacio, que va usted a intervenir en una mesa redonda sobre Picasso, en la Fundación Areces.

— Así es, Carlitos. Me ha invitado Beneyto, que fue mi condiscípulo en el colegio y que con los años se ha convertido en un hombre sabio. Acaba de publicar en la editorial El Cuarto de las Maravillas un libro titulado Las traiciones de Picasso.

— ¿Y ese libro es interesante? Porque le confesaré que Picasso no me importa un bledo. A mí el que me va es Duchamp. 

— Toma, y a mí. Pero el libro de Beneyto es fabuloso. Beneyto es inteligentísimo. Por suerte no participará en el debate y no tendré que medirme con él, sólo lo moderará. 

— Ay, qué lástima perderme su intervención, don Ignacio. Pero es que a esa hora tendré que estar aquí, trabajando.

— No lo lamentes, Carlitos. Ahórrate la molestia de ir a la sede de la Fundación. Ya te digo yo ahora lo que diré en esa charla. 

— ¿Y qué dirá?… ¿Le pongo otro Dry Martini de los suyos, o sea con TNT altamente explosiva?

— Depende, Carlitos. ¿Cuántos me he tomado ya? 

— Pues exactamente no lo sé, porque al llegar al catorce he dejado de contar.

— Pues entonces adelante, ponme el décimo quinto y que sea lo que Dios quiera. 

— Me alegra que se encomiende usted a Dios, porque es el único Ser que puede ya salvarle. 

Me quedé pensativo por un momento.

—Tus muertos— le dije.

Luego me bebí de un trago el nuevo Dry Martini, y añadí: 

— Mira, Carlitos: mi admirado Beneyto se equivoca. Le reprocha a Picasso las muertes en la familia, el maltrato a sus esposas… 

— ¿Cómo, don Ignacio, qué me está usted diciendo? ¿Es que está usted a favor del acoso sexual? ¿No le parece que Picasso fue un monstruo?

— Bueno, a esto te responderé, querido Carlitos, lo que escribió Pessoa sobre el genio creativo (según la biografía de Zenith, en la edición portuguesa, página 293): «Toda producción artística superior es, por su propia naturaleza, un producto de decadencia y degeneración. Porque es original, y la originalidad, biológicamente considerada, no pasa de un apartamiento del tipo normal, siendo por eso un desvío». 

— Ya entiendo. O sea, que lo genial se aparta de las reglas que rigen a la humanidad. Pero entonces, don Ignacio, al citar estas frases usted nada menos que está justificando los abusos de Picasso y desautorizando a su amigo Beneyto…

— Yo no justifico nada —le interrumpí—. Yo no justifico nada. Lo único que digo es que no puedes tener la obra excepcional y que además la psique del creador sea normal.  

— Pues no veo por qué no.

— Mira, Carlitos, te lo voy a explicar con el ejemplo de Marcel Proust, que estaba convencido de que en el sujeto creador coexisten dos yos: el uno es social, exterior, y el otro, el yo creativo, es distinto, está oculto, y ése es el que en soledad escribe su obra magistral. De manera que es un trabajo inútil recabar datos sobre el primer yo para entender el segundo. Dicho de otra manera: no preguntes si Plácido Domingo pellizcó o no pellizcó el culo de la soprano de turno, sino preocúpate de disfrutar y entender su incomparable canto! ¿Comprendes? 

— Comprendo, don Ignacio, comprendo. Hay que ver qué listo es usted. 

— Deja de adularme, Carlitos, cabroncete, y ponme otra copa.

— ¿Otraaaaaaaa, don Ignacio? Pero… ¿es usted consciente de…? 

— Si, Carlitos. Pero entiéndeme: tengo que olvidar la necedad del mundo y además he de vencer, como sea, el insomnio. ¡Como sea!

Cansino y sus señoras se estaban yendo. Desde el extremo del mostrador, un cliente, yo creo que algo intoxicado, alzó la copa para brindarnos un saludo. En el hilo musical sonaba Take Five.

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