Cínicos y románticos
«Prefiero un pesimismo racional que un optimismo romántico. Prefiero al ciudadano desinteresado a los que buscan en la política la salvación de sus almas»
En un reciente artículo en El País, el filósofo Byung-Chul Han daba seis razones por las cuales la revolución (así, en abstracto) no es posible hoy en día. No merece mucho la pena indagar en cada una de ellas; el autor repite muchas veces la palabra like y neoliberalismo y sus ideas están recalentadas y recicladas (en 2014 El País publicó un artículo del autor con casi el mismo título y las mismas ideas). Han es un pensador obsesionado con las esencias y lo sagrado y cómo el capitalismo contemporáneo nos atomiza; a veces resulta interesante (su tesis sobre la autoexplotación y sus ideas sobre la transparencia, por ejemplo), otras veces es un filósofo de barra de bar con referencias a Heidegger. Sirva la entradilla de su artículo como resumen de sus ideas: «El capitalismo del me gusta, el narcisismo creciente y el imperio del smartphone sofocan cualquier tipo de levantamiento. Lo que necesitamos es un espíritu de esperanza». Es algo que podría también decir Joseph Ratzinger; la única diferencia entre Han y el expapa es que el primero cree que la solución a la crisis espiritual de Occidente pasa por una revolución.
El autor no necesita explicar qué quiere decir con revolución. No hace falta explicar la dirección de la revolución (como si no hubiéramos tenido en el siglo XX revoluciones de signo contrario); hagamos la revolución y ya ella encontrará el buen camino. Es una fetichización nihilista y adolescente. En una charla de hace unos años, el historiador Jonathan Israel, experto en la Ilustración radical y Spinoza, decía que «si la gente emprende una revolución sin entender bien lo que está sucediendo, lo único que se logra es tener un rey con nombre distinto […] lograr un cambio revolucionario no significa simplemente iniciar una insurrección general, porque eso no lleva a ningún lado si te mueven las ideas equivocadas». Pronunciar la palabra revolución hoy tiene la misma potencia política que decir «con la que está cayendo».
«Si la gente no quiere una revolución es porque cree que no hace falta, no porque esté engañada»
Me siento estúpido intentando refutar un concepto que solo se usa como sonajero y señuelo. Es obvio que Han no está pidiendo una insurrección armada que sustituya a los líderes de las democracias liberales por autócratas bolcheviques. Pero sí cree que la esperanza es mejor que la paz o la justicia o la libertad. Es decir, para el autor, el gran problema de hoy es la falta de esperanza en el futuro. Y quizá tiene razón. Pero bajo su perspectiva, es mejor estar mal y tener esperanzas que estar un poco mejor sin esperanza. Es decir: en los años treinta había mucho optimismo político. No soy marcuseano: realmente creo que si la gente no quiere una revolución es porque cree que no hace falta, no porque esté engañada.
Hay muchas cosas que cambiar. Soy el primero al que últimamente el único acto político que le apetece es quemar contenedores; si hoy me preguntan qué ideología tengo respondo simplemente con «que no me tomen por gilipollas». Pero aunque creo que el cinismo es malo para la democracia, lo prefiero al «romanticismo de lo intelectualmente interesante» que criticaba Weber. Prefiero un pesimismo racional que un optimismo romántico. Prefiero al ciudadano desinteresado y frívolo que solo quiere que le dejen en paz, al individuo absorto en su smartphone que no tiene grandes aspiraciones que a los charlatanes que buscan en la política la salvación de sus almas, las suyas y las de los demás.